Sin colores

Capítulo 26, Casi verde

Tardó mucho en irse mi amargura. Cada día, de a poco, la fui sintiendo menos, pero fue mucho el tiempo en que la arrastré conmigo hasta que me dejó. Santiago fue importante para el proceso. Comenzamos a encontrarnos fuera del trabajo, sin compromisos ni palabras innecesarias, aunque él y yo éramos de pocas palabras. Pero esos encuentros eran muy seguidos para llamarlos casuales.

Hice todo lo posible para acomodar mis emociones, olvidar lo que viví con Julián a la vez que evitaba crear un vínculo con Santiago, pero ninguna de esas dos cosas eran fáciles. Parecía una ironía, pero lograr una me llevaba a sufrir la otra. Y sin querer me volví dependiente de mi extraña relación con Santiago. Me lo negaba a mí mismo, intentando convencerme de que todo era pasajero, temporal, sin importancia. Me decía que en cualquier momento podría terminarlo sin que representara ningún cambio significativo en mi vida. Pero cada vez pasábamos más tiempo juntos, más allá del sexo. Se volvió común que todos los días coordináramos nuestra hora de almuerzo y, si no había mucho tiempo para reunirnos en mi casa, tomábamos un café junto al río o en su sala cuando teníamos poco trabajo. Éramos como amigos con derechos, pero amigos que nunca hablaban de cosas personales.

A pesar de la frialdad con la intentaba manejar lo nuestro, la realidad era que me entusiasmaba como entusiasma todo lo nuevo y enero pasó más rápido de lo que esperaba. A veces dudaba de lo que sentía pero por si acaso justificaba todo con entusiasmo y creía que pronto se me pasaría, que nada nacería en mí por él. Pero tenía días de distracción, donde me olvidaba de hacerme el indiferente, y terminaba ponderando sobre lo que Santiago podría sentir por mí. Me intrigaba qué cosas pasaban por la cabeza de alguien que, con una vida hecha, redescubría su sexualidad. No tenía manera de imaginármelo, él no expresaba más que curiosidad y deseo, no había confesiones de ningún tipo más allá de su contemplación insistente.

Al principio decidí no compartir mi número de teléfono con él para mantener la distancia, pero un día me traicionó una extraña emoción y se lo di. El intercambio de mensajes comenzó y, aunque no hablábamos de nada en concreto en ellos, me descubría a la expectativa cada vez que recibía uno. A diferencia de Julián, no existían limitaciones de días u horario y eso llamaba mucho mi atención, me hacía sentir importante y sabía que sentirme así no era bueno.

Una vez recibí su visita en casa un domingo y yo no hacía más que preguntarme cómo habría hecho para irse de la suya, cuál habría sido la excusa. Pero nosotros no hablábamos de esas cosas.

Ese domingo se quedó observándome como siempre lo hacía y no saber el motivo comenzó a matarme.

—Siempre me miras —remarqué en voz baja para ver su reacción.

No esperaba verlo ruborizarse.

—No es por nada malo —respondió también en voz baja antes de apartar la mirada.

Me arrepentí de haber hablado, lo había incomodado.

Tomé su rostro e hice que volteara para volver a verme, y lo hizo con culpa, como si le hubiera reprochado algo.

—No dejes de mirarme —pedí sin pensar.

En ese momento me di cuenta que era ridículo negar que él me gustaba.

Santiago se acercó más a mí y sentí algo afectuoso en su acto, una suavidad y una atención que no había visto antes en él. Apoyó su frente en la mía y su mano buscó mi mano, mirándome con una necesidad de decir algo. Me puse un poco nervioso porque si algo era dicho por cualquiera de los dos no habría vuelta atrás. No dijo nada y yo, intimidado por la situación, consciente de mi debilidad, me acurruqué en él en un intento por ocultar mi rostro. Pero no estuve a salvo; besó mi cabeza, entrelazó sus dedos con los míos y se quedó a mi lado más tiempo del debido.

Iba a perder el control de todo y todo se volvería a repetir. Perdería la razón por alguien que nunca podría estar conmigo. Una nueva tristeza nació en mí. Tenía emociones encontradas: rechazo hacía la posibilidad de volver a vivir todo otra vez contra un deseo de seguir adelante con Santiago por la mera necesidad de no sentirme solo.

Afortunadamente, nada más sucedió que saliera de lo normal entre nosotros, ninguno de los dos volvió a dar un paso en falso y mi tristeza quedó reducida a una pequeña duda.

Pero estaba jugando con fuego y todo se tornó más peligroso en las primeras semanas de marzo cuando Santiago se tomó sus vacaciones. En ningún momento se me ocurrió que su ausencia me podía afectar hasta que pasaron unos días y empecé a extrañarlo. Seguimos enviándonos mensajes que no expresaban nada y me sentí solo, con una extraña angustia. Estaba frente a la realidad: me involucraba con alguien con quien no podía compartir nada de mi vida, por segunda vez. No pude seguir fingiendo que podía manejarlo.

Antes de que terminara la semana nos vimos en mi casa. Él estaba de vacaciones pero seguía en la ciudad, no viajó a ningún lado, aún así tenía la seguridad de que no podría escaparse de su casa y verlo calmó mi ansiedad. En esa ocasión fui yo quien no podía dejar de mirarlo a él mientras recuperábamos el aliento, contento de tenerlo cerca, triste porque se iría dejándome solo. Me puse a pensar en Julián y me sentí un hipócrita, me enojé con él y terminé todo por no querer vivir lo mismo que estaba viviendo en ese momento. Para seguir en la misma situación, pude haber seguido con él. Aunque sería imposible, el dolor que provocó en mí sus mentiras no me permitirían volver a confiar. Pero a pesar de la experiencia ahí estaba, cometiendo los mismos errores. Era patético. Bajé la mirada temiendo demostrar lo que estaba sintiendo, una angustia que empeoraba con cada segundo, como si de repente hubiera caído en picada.

—Voy a buscar agua —mentí para huir de la vista de Santiago.

Tenía que componerme pero no podía, en la cocina me quedé observando el vaso que había agarrado, pensando en miles de cosas, sintiéndome insignificante, preguntándome a mí mismo si esa sería siempre mi vida, si de verdad no merecía algo mejor. Sentí húmedos los ojos. También estaba asustado por haberme desmoronado con tanta facilidad. Tuve la sensación de que si Santiago desaparecía de mi vida y yo no tenía en quien refugiarme, la soledad me destrozaría, nadie más me querría. Julián había logrado que me sintiera como basura y ese sentimiento estaba reapareciendo, si es que nunca me abandonó. Sentí la mano de Santiago en mi brazo haciéndome saltar, me quedé helado. No quería que me viera pero no podía controlar lo que me estaba pasando, no podía disimular, ni siquiera crear una excusa, ni evitar que de mis ojos cayeran lágrimas. Me abrazó en silencio y me quedé en sus brazos hasta que pude calmarme. Cuando me soltó me dedicó una sonrisa compasiva.



#44774 en Novela romántica

En el texto hay: homosexual, gay, lgbt

Editado: 27.11.2021

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