Sin colores

Capítulo 30, Un pequeño prisma

Santiago se mostraba tímido la mayor parte del tiempo y me costó acostumbrarme a eso, entenderlo me costó un poco más. Comenzamos una relación que se desarrollaba de manera irregular, algunas cosas estaban bien, algunas cosas no estaban. Él tenía una pequeña incapacidad para decir lo que sentía, sin importar qué sucediera, las palabras de cariño eran limitadas, como si lo apenaran. A veces eso me desorientaba porque sí era afectuoso, su problema se presentaba al momento de verbalizarlo. Cuando yo decía algo romántico él se sorprendía, aunque intentaba disimularlo, y nunca me respondía más que con una sonrisa. Se volvía desconcertante porque su interés en mí estaba siempre presente de alguna manera, en sus mensajes, en sus llamadas, en el tiempo que pasaba conmigo, en las veces que me iba a buscar al trabajo para que desayunáramos juntos antes de entrar él al suyo, en su pasión, en las miradas que me dedicaba. No dudaba en decir lo que pensaba pero parecía no atreverse a ir más allá.

Al principio creí que eran nervios, o temor de su parte, pero descubrí que Santiago era de esas personas que se guardan lo que sienten y cargan con todo solos. Lo que nos llevaba al otro problema: las cosas que él creía que podrían generar preocupación no las compartía y eso incluía la relación con su familia, la cual iba de mal en peor. Lograr que me contara sobre eso era complicado y a veces me imaginaba, por su expresión o cansancio, que la situación era mucho peor de lo que él quería dejar ver. Al separarse volvió a vivir con sus padres y ellos, como a su exesposa, les confesó la razón de su decisión, porque quería ser sincero sin importar el descontento que provocaran sus palabras. Esa era la parte frontal y directa de él, que hablaba sin temor a pesar de las consecuencias. Soportando situaciones a diario como las que creaba su padre, que casi no le dirigía la palabra desde entonces, o como las de su madre, que estaba ofendida. Dentro de la revolucionada familia, solo sus hermanas lo apoyaban de alguna manera. Luego, la parte de él que se guardaba los problemas, aseguraba que todo se arreglaría cuando yo hacía alguna pregunta y no sé si me mentía a mí o se mentía sí mismo en esos momentos. Por eso no me molestaba algo tan pequeño como que no pudiera dedicarme esas confesiones conmovedoras o declaraciones absolutas de amor que uno espera en un noviazgo.

Sus padres no eran lo único complicado en su vida, o lo que más le importara, su hija Iris era quien ocupaba sus pensamientos. Y en consecuencia, era sobre lo que más callaba. Los fines de semana era el único momento que podía estar con ella y le pesaba que fuera así. Cuando buscaba que me hablara de ella y de lo que sentía, se ponía triste y él mismo cambiaba de tema cuando tenía la oportunidad. No podía imaginarme cuánto podía dolerle no estar con ella ni cuánto sufría en silencio. Llegué a ver fotos de su hija que guardaba en su celular, donde tenía una gran colección de fotografías y filmaciones de ella. Siempre que Santiago estaba con el celular en la mano era para ver todo lo que atesoraba de su hija, otro uso no le daba.

Una vez lo encontré muy concentrado viendo una grabación nueva que hizo el fin de semana y me senté a su lado con intenciones de tocar el tema.

—¿La extrañas?

Aunque eso era obvio, era la manera que tenía de probar si él decidía hablarme o evadirme. Asintió y fue la primera vez que lo vi llorar, aunque se apuró en secar sus lágrimas. Fue triste pero no me alejó de su tristeza.

***

La pared que cubría a Santiago era muy fuerte y alta, se guardaba todo cuanto podía sobre lo que ocurría con su hija y su familia, y hacía todo lo posible para no mostrarse angustiado, cuidando lo que decía para no exponer nada, pero yo notaba que tenía días en los que fumaba más de lo habitual delatando su preocupación.

No había manera de creer que él no pasaba por algún conflicto emocional a causa de todos los cambios que estaba viviendo, por lo que siempre intentaba darle su espacio, no presionarlo, no insistir. Si él no quería hablar, decirme lo que sentía, tanto sobre lo que le ocurría o lo que sentía por mí, lo dejaría ser. Aprendí que sus actos hablaban por él, como el día que cumplimos tres meses y apareció en la guardia haciéndose el enfermo, una vez más, para saludarme. Entonces entendí cómo funcionaba él y pude empezar a ver nuestra relación desde una nueva perspectiva, una muy alentadora. El miedo a que todo fuera un error desaparecía.

—Te amo —le dije después de besarlo.

Era liberador decir lo que sentía, algo que muchas veces reprimí para no incomodarlo o porque sabía que no respondería. Claro que se incomodó en ese momento también pero no me angustiaba, reí contento, no necesitaba palabras, él elegía estar allí conmigo y eso valía mucho más que cualquier discurso. Volví a besarlo para que supiera que no necesitaba nada más de él que su presencia.

Mi deseo de estar a su lado era fuerte. La honestidad en sus actos y en su mirada eran suficiente para mí. Aunque llevara tiempo, muchísimo tiempo, él podría llegar a abrirse y yo estaba dispuesto a acompañarlo por ese camino a pesar de cualquier dificultad. Lo abracé por la cintura, confiado de que nadie nos interrumpiría en esa desolada noche, y apoyé mi frente en la suya.

—¿Te arrepientes de algo? —susurré.

Me miró extrañado, demorando en darse cuenta qué estaba preguntando realmente.

—De nada —afirmó sin ninguna duda en su voz ni en sus ojos.

Y nada me hacía dudar a mí de su respuesta. Quería verlo sonreír, protegerlo, contenerlo, amarlo. Una sensación cálida que me hacía estar en paz conmigo mismo y deseaba que él también pudiera sentirla.

***

En un viernes de los que se quedaba a dormir en casa sucedió lo que más esperaba. Se lo veía agotado y por el tiempo que llevábamos juntos, casi cuatro meses, y algunos comentarios que escapaban de él, el día anterior de ir a buscar a su hija no eran lo más tranquilos en su casa. Reavivaba discusiones sin sentido en sus padres, especialmente desde que se quedaba a veces en la mía, confirmando que estaba teniendo la relación que todos temían que fuera cierta. Aunque la realidad era que la mayoría de esas veces se quedaba solo porque yo trabajaba de noche. Excepto por los viernes, la única noche que coincidíamos. Así que ese viernes nos quedamos juntos. Con el sueño cambiado me costaba dormir, abrazaba a Santiago acompañándolo hasta que se durmiera, luego me dedicaría a escuchar música con auriculares o leer esperando que me diera sueño.



#44774 en Novela romántica

En el texto hay: homosexual, gay, lgbt

Editado: 27.11.2021

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