El viaje a San Fernando me pareció una eternidad. En todo momento recé y oré para que mi abuela estuviese bien.
Llego a casa y al entrar veo a mis tías con caras rojas he hinchadas y un vacío se aloja en mi pecho. Dejo mis cosas en la sala y pregunto por mi Papá, al oír que está en mi cuarto subo las escaleras de dos en dos y enseguida entro sin siquiera tocar, observo mi cuarto de adolescente quien se mantiene tal cual como yo misma lo decoré y veo allí a mi papá, por su cara me doy cuenta y sé lo que ocurrió con mi abuela.
-Llegaste. Dice con voz triste el hombre quien está sentado en mi cama.
-Acabo de llegar. Digo mientras avanzo y me sitúo a su lado. Nos quedamos allí sin decir nada, solo observando una foto de toda la familia. La misma que tengo enmarcada en mi casa de Caracas.
-Es mi favorita. Digo con una sonrisa.
-Aquí estamos todos. Dice y efectivamente estamos todos en la sala.
Recuerdo cuando tomaron esa foto, fué un día de navidad antes de la muerte de Eduardo. La detallo y allí estamos todos, mis tías, tíos, primos y unos pequeños Jean, Fabricio, Ender y Enzo a las faldas de sus madres. Veo que Eduardo y yo estamos cada uno a lado de nuestros padres. El toma de la mano a Mamá y yo a Papá. Con la otra mano tengo sujeta la de mi abuela y todos sonreímos a la cámara.
-Después de esta navidad ya nada volvió a ser como antes. Digo mientras tomo su mano.
-Después de eso nada fué lo mismo. Dice el y mientras me mira, veo como al hombre bromista y alguna veces regañón se le llenan los ojos de lágrimas.
Solo dos veces en mi vida he visto llorar a mi Papá, ese día cuando salió de reconocer el cadáver de mi hermano en la morgue y cuando enterramos a mi madre después de haberse suicidado en nuestra casa. Así que al ver como sus lágrimas corren por sus mejillas, confirmo lo que le pasó a mi abuela.
Nunca estaremos preparados para afrontar la pérdida de un ser querido por mas que sea joven, o en este caso con 80 años de edad. Abrazo a mi Papá mientras repito una y otra vez que estaremos bien. Lo hago para repetírmelo y que a pesar de todo lo que me está ocurriendo, pensé que tendría la satisfacción de escaparme a los brazos de mi abuela, unos brazos que siempre eran el mejor refugio...
Eran porque al sostener a mi papá en medio de sus fuertes sollozos, se que mi abuela y a la mujer a quién mas quise en mi vida, ya no está en este mundo terrenal.
-Todo estará bien. Todo estará bien. Repito una y otra vez mientras paso mis manos por la espalda para darle mi apoyo.
No se cuanto tiempo estamos estrechados en un abrazo hasta que el se limpia las lagrimas y besa mi frente.
-Nunca estarás sola. Dice mirándome a los ojos. Estamos Caín, tus tías, los locos de tus primos y yo.
-Lo sé. Le aseguro.
-¿Caín vino contigo? Y esta pregunta es la que no quería oír de sus labios.
-No pudo venir. Miento.
-Tu abuela lo quería como un nieto más.
Lo sé.
20 minutos después ambos bajamos tomados de la mano. Mi Papá está mas tranquilo para cuando lo hacemos. Esta vez y a diferencia de cuando subí ya todo lo del funeral esta puesto en la sala. Como tradición venezolana cada vez que hay un fallecido, los actos velatorios se realizan en salas funerarias o en sus casas. En este caso y a voluntad de mi abuela se decidió velarla aquí.
En la sala veo a mis primos destrozados y me niego a llorar. Por lo que en este preciso momento voy y los abrazo, mientras repito mi mantra.
Todo estará bien.
Todo estará bien.
En momentos como estos necesito mantenerme ocupada. Si sigo aquí viendo como cada uno de mis familiares llora su dolor, colapsaré, por lo que decido hacer lo mejor que sé.
Levantándome me disculpo con Jean y Enzo quienes están a mi lado y salgo rumbo a la cocina. Veo la hora y son las 4 de la tarde, así que armándome con mi delantal comienzo a tomar ingredientes para lo que hornearé. Recuerdo que al llegar a Caracas distribuí mi tiempo en la universidad y tomar clases de cocina y repostería. Por lo cual me especialicé en postres y comida local.
Tomo un cuenco y me dispongo a medir tazas de harina, huevos y levadura para hornear un pan. En estos casos y mas la región llanera, en momentos como este se caracteriza por brindar comida y bebida a cada presente, por lo que decido hornear varios panes y así mantener mi mente ocupada.
Saco del horno la primera tanda horneada y coloco el otro molde. Mis tías al verme allí y sin decir nada se disponen a llevar todo lo que ha estado listo para ese entonces. Cuando termino con al menos 50 panes horneados, me dispongo a preparar chocolate, té y café. Continuo preparando comida y cena para mis familiares quienes a cada cierto tiempo llegan, uno que otro, no tiene apetito pero al ver mi pan de ajo horneado enseguida lo devoran rápidamente.
Para cuando termino, comienzo a lavar cada utensilio usado, comenzando con las bandejas, seguido de platos, y cubiertos.
No se cuanto tiempo me lleva dejar todo limpio y ordenado así que al no tener nada mas que hacer, me deshago de mi delantal y camino hacia la sala, una vez allí veo a Jesús uno de mis primos pequeños llorando en la cima de la escalera. Sin pensarlo dos veces subo y me siento a su lado. Lo escucho llorar y pasando mi brazo lo sostengo en mi regazo.