El tiempo pasó desde ese cumpleaños, cada tarde corríamos a la habitación de Sara para saber cosas importantes.
—Espíritu, ¿Carlos es mi gran amor?
Ambas esperábamos el movimiento de los lápices y este se formó en un NO. Vi la desilusión en Sara.
—Lo siento.
—Parecía tan real.
—No te desanimes, ya aparecerá.
Me miró pícara y me preguntó.
—¿Deseas saber si ese chico del bar va a ser tu novio?
—¿Enrique?
—Sí, anda, vamos a saber.
Parecía un juego, de hecho, era como tener un aliado invisible a nuestra disposición, un genio de la lámpara que nos decía lo que necesitamos.
—No me decido a ir a ese viaje —dijo Sara—, ¿preguntamos?
Lo hicimos como siempre y salió SÍ.
—Genial.
Teníamos 13 años cuando nos dio curiosidad de saber sobre nuestro amigo de los lápices. Los miraba con atención y le pregunté a Sara.
—¿Crees que tiene sentimientos?
—¿El espíritu?
—Sí, él.
—La tía dijo que fue un novio, pero nunca dijo su nombre.
—¿Le preguntamos cosas sobre él?
Parecía una buena idea y decidimos que ese 12 de febrero era el día de los lápices.
—Espíritu, ¿eres hombre?
Sí.
—¿Tienes sentimientos?
Sí.
—Ya lo decía yo —dije.
—¿Te gusta algún color?
Sí.
—Debe ser el blanco, ¿te gusta el blanco?
No.
Nos miramos sorprendidas. Pregunté con miedo.
—¿El negro?
Sí, con energía.
Cada quién con sus gustos.
—Espíritu, ¿tienes nombre?
Sí.
Sara preguntó.
—¿Cuál es?
No se movió.
—Tonta, es de sí o no, ¿lo recuerdas?
No.
Sara preguntó de pronto.
—¿Quieres que te pongamos uno?
Nada por unos segundos y luego Sí.
Nos pusimos a pensar en el nombre ideal para él, algo especial que lo volviera único.
—¿Qué te parece Chéster?
Sara sonrió y me dijo.
—Es poco común, preguntémosle si le agrada ese.
Tomamos los lápices y realizamos la pregunta. Un segundo después aceptaba el nombre.
—¡Chéster!
—Qué lindo nombre —dije emocionada.
—Hay que celebrarle el cumpleaños.
Sara fue por una vela mientras yo me miraba en el espejo, tenía el cabello negro con muchas canas, era herencia de mi padre. Sara era castaño oscuro y ojos cafés, con una personalidad chispeante y buena energía.
Mi amiga llegó con la vela y la encendió en un portavela y tomamos los lápices y cantamos el cumpleaños feliz.
—Feliz cumpleaños, Chéster.
—¿Eres feliz?
Sí.
—¡Es feliz!
Era nuestro juego especial e inocente, al menos para nosotras. Sabíamos cosas que otras no, lográbamos incluso ganar premios y saber respuestas con Chéster de lado.
—Eres nuestro amigo especial, Chéster.
Sara lo colocaba en su estuche y lo ponía debajo de su almohada, cuando salía solía colocarlos en la maleta y llevarlos a todos lados.
Un día Diana nos vio con ellos, queríamos saber sobre el examen que vendría y se nos acercó curiosa.
—¿Qué juegan?
—Es un secreto —respondí.
—Vamos, se ve interesante.
Sara le contó todo sobre Chéster y ella nos miró sorprendida.
—Pero eso bien raro, para mí que son ustedes las que lo mueven con sus reflejos.
—Inténtalo tú —la desafié.
Ella tomó decidida los lápices y le indicamos lo que debía hacer.
—Bien, estoy lista.
—Hay que hacerle una pregunta, ¿qué te gustaría saber?
Ella pensó un poco y preguntó.
—¿Voy a sufrir un accidente en las próximas horas?
Chéster se tomó su tiempo para contestar y ella nos miró.
—No se mueve.
De repente y para sorpresa de todos lo hizo en un NO. Ella soltó los lápices al suelo.
—¡Qué mierda fue eso!
—Eso es el espíritu respondiendo.
—¡No jueguen! Eso se movió con fuerza.