Traté de hacer mi vida normal siempre mirando la especificación que anotaba en mis cuadernos: 21, septiembre, noche, asesinada.
Estudiaba mi carrera y me iba bien, no hablaba mucho, mi madre decía que ya no era la misma.
—¿Qué tienes hija?
—Nada.
—Te ves apagada, ya no eres la misma chica alegre de antes.
—Tal vez maduré.
—Es que a ti te pasa algo, ¿tienes problemas?
Lo que tenía era una sentencia de muerte que me perseguía. El calendario fue mi mayor enemigo.
Intentaba sonreír y más cuando conocí a Esteban, un chico divino de ojos claros y de buen corazón.
—¿Quieres ir a bailar?
Negué con la cabeza.
—Vamos a hablar.
—Claro.
Me senté junto a él y no me salieron palabras, de repente comencé a llorar.
—¿Qué tienes?
—El tiempo se me acaba.
—¿Tienes problemas?
—Voy a morir.
—¿Estás enferma?
—No —grité al decirlo.
—Si no lo estás.
—Es complicado de explicar, pero… Pasará el año que viene.
—No lo creo, eres tan hermosa.
Quería vivir y cuando Sara me llamó y me gritó.
—¡Lo conocí!
—¿De qué hablas?
—A mi futuro marido, lo conocí hoy.
Mi corazón se quebró en ese momento, supe qué pasaría. Caí en depresión y mi madre se angustiaba cada día más al verme mal.
—¿Es porque Sara tiene novio?
—No, mamá, no, solo, abrázame.
Me abracé a ella con fuerza, deseando que todo acabase de una vez. Sara era feliz y cuando tocó el año de mi muerte, tomé una decisión.
—Lo siento, no seguiré estudiando.
Mis padres se miraron, mi hermano dijo que era una perdedora y miles de cosas más. Nadie debía saberlo.
Pasaba mis días en mi habitación mirando el calendario y recibiendo llamadas de mis amigos y excompañeros de aula, a veces recibía la visita de Esteban que me ofrecía de todo para que saliera.
—Inauguraron un restaurante exclusivo y tengo una mesa para los dos.
—Lo siento, no puedo.
Esteban dijo preocupado.
—Es que no lo entiendo.
—Es complicado.
—¿Tienes fobia a salir?
—Sí.
—Podrías tratarte.
—Solo deja que pase este año, si lo logro podré hacer lo que quiera.
Nadie entendió, cada vez que salían me armaba de un cuchillo y me encerraba en el baño a esperar a que llegasen.
Estaba segura de que podría entrar si quería y le daría pelea. Vi tutoriales de defensa personal y de cómo parar una hemorragia.
Estaba frenética conforme llegaba el momento. Mi madre entró en esos momentos enojados.
—Encontré un cuchillo en tu cama y si no me cuentas lo que está sucediendo, Cristel llamaré al manicomio para que te lleven.
Le dije asustada—
—No puedo salir de casa.
—¿Por qué no?
—Porque… Mamá si salgo muero.
—¡Qué!
—Mamá, falta poco.
—Cristel, ¿qué sucede?
—En septiembre voy a morir.
—Hija, ¿de dónde sacas eso?
—Confía en mí.
Mi mamá intentó comprenderme y no, no atinaba a nada.
—Es el cumpleaños de tu amiga en septiembre, nunca te lo has perdido y ella desea tanto estar a tu lado.
Tenía que compensar a Sara, después de todo por ella sabía lo que sabía y era la única que me comprendía.
Habló con mi madre e hizo un trato con ella.
—Escuche, cuando pase septiembre prometo que ella saldrá de allí.
—¿Cómo estás tan segura?
—Soy su mejor amiga y debe confiar, solo eso.
—Sara, dime la verdad.
—Cuando pase septiembre, haremos una reunión y les contaremos todo.
Mamá soportó estoicamente lo que faltaba y le dije mi idea.
—Mamá, no podré ir al cumpleaños de Sara.
—Lo sé, ella me lo dijo.
—Pero podemos hacerle algo aquí, será genial.
Tal vez fue porque era la primera vez que demostraba entusiasmo que ella accedió y entre las dos planeamos una fiesta sorpresa temática de pelucas locas.
Decorar la casa fue relajante, entre serpentinas y globos de colores. La torta era algo loco y los detalles también.