Sin Galán, Tim

1. San Galantin

Binna Jung tiene diecisiete años, en un par de meses cumplirá dieciocho, ve a su madre inmensamente feliz, había logrado obtener el dinero suficiente para por fin tener una pastelería completamente suya, ya no era la empleada, ni tampoco la administradora, era la dueña; su padre las abandonó cuando ella aún estaba en el vientre de su madre; y fue su progenitora completamente sola quien la sacó adelante.

Su madre, Sia Jung, tiene cuarenta años, desde que recuerda siempre le ha mostrado una sonrisa, aún en los peores momentos, cuando incluso no había para comer; por eso, el rostro iluminado de su madre este día la llena de calidez.

Han abierto desde la semana pasada, ha sido un total éxito, y teniendo en cuenta que hoy es el día de San Valentín, tienen una gran cantidad de clientes; pero no es para festejar esa celebración de la manera clásica; si no que los pasteles, dulces y decoraciones especiales, celebran la amistad de aquellas amigas, que pasan esa fecha sin galán a la vista, una nueva corriente de celebración "San Galantin".

Binna y su madre se quedan mirando, fue una idea atrevida, y aunque confiaban que podría tener acogida, no se imaginaron la magnitud, más aún cuando incluyó una fiesta divertida organizada en el segundo piso del local, que empezó a reunir a grupos de amigas que se interrelacionan con otros grupos de amigas, formando un ambiente divertido y acogedor, que quitaba lo romántico del ambiente y hablaba de la alegría, el compañerismo y la singularidad de cada persona.

- "No creí que pudiera tener tanto éxito", dijo doña Sia.

- "El amor de pareja tal vez sea bonito, pero el amor que se brinda a cada persona es especial, sea tu madre, tus hijos, tus amigos, tus mascotas, entonces porque reducirlo a solo celebrar un tipo de amor, celebramos el amor aunque no haya galán", manifestó Binna.

- "Algún día te llegará un galán", expresó Sia acomodando unos mini cake en una bandeja.

- "También te llegaré a ti, mamá. Ese hombre afortunado, que algún día gane tu amor, un día llegará", dijo Binna.

- "Sí, claro", comentó Sia de manera sarcástica. "Sube esto, y ponlo en la mesa del buffet, niña soñadora", agregó.

- "Ya lo verás, soy pitonisa, y decreto que muy pronto conocerás al amor de tu vida", manifestó Binna con alegría y se fue velozmente llevando la bandeja.

Sia mira a su hija, recuerda el difícil camino transcurrido y se alegra de ver los frutos de tanto esfuerzo, una hermosa, amable, inteligente y dulce señorita que está muy feliz.

De pronto, la campanilla de la puerta tintineo con urgencia, y un hombre de unos cuarenta y ocho años, ingresa al local, mira con desesperación la vitrina de pasteles, se siente aliviado de encontrar una torta que no tiene corazones, flores o cualquier mensaje alusivo a San Valentín.

- "Buenas tardes, por favor, necesito esa torta", dijo el hombre, con desesperación en la voz, y sacando su billetera, para poder pagarla.

Cuando alza la mirada se encuentra con la mirada de Sia, es tan brillante y con una gran sonrisa de bienvenida, que él sin proponérselo también sonríe.

- "Lo siento mucho, pero esa torta está pedida", dijo Sia, era la torta con la que iban a celebrar el ingreso a la universidad de Binna.

- "Se lo ruego, no encontré en otro lugar una torta que no sea de la temática de San Valentín, he visitado ya varias; le encargué a mi secretaria desde hace un mes una torta para el cumpleaños de mi hijo, pero ella no supo... Se lo ruego, tengo todo lo demás, pero sin la torta no será lo mismo, no quiero que mi hijo piense que me olvidé de su cumpleaños, ya tenemos varios problemas", explicó el hombre.

Ese hombre la miraba con desesperación, entendía las razones, pero no quería defraudar a su hija. Binna había escuchado todo, mientras bajaba y sintió una punzada en el pecho. Lo dijo con tanta angustia que algo se removió en su interior. Pensó en su madre, en el esfuerzo de años. En que nunca conoció a su padre. Y en ese instante, algo en ella decidió.

- "Deberías venderla, es un papá preocupado", dijo Binna acercándose. Cuando vio a aquel hombre preocupado, la joven se conmovió, era como un recordatorio de que si existían los podrás que amaban a sus hijos, solo que ella no había tenido la suerte de tenerlo.

- "Si la dueña de la torta no tiene problemas, entonces se la voy a vender, señor", manifestó Sia.

- " No saben cuánto lo agradezco. De verdad. Soy Enrique”, se presentó, extendiendo la mano. Pareció aliviado de golpe. Casi se le humedecieron los ojos.

Sia preparó el empaque y luego se la entregó personalmente al caballero que percibía como muy apuesto, un pequeño roce y una electricidad recorrió su cuerpo. Se notaba cansado, pero era un hombre atractivo, con esa clase de elegancia que no necesita esfuerzo.

- "Seguro su mamá podrá ayudar con el cumpleaños de su hijo", comentó Sia, no sabía por qué lo hizo, necesitaba saber algo.

- "Su mamá no está, somos él y yo. Gracias por todo, se han vuelto mi pastelería favorita, y les voy a recomendar a todos en la empresa", manifestó Enrique saliendo emocionado, para luego irse en su automóvil.

Sia se quedó mirando hasta que se fuera, y luego sacudió la cabeza, "tonterías, ¿qué te pasa?, se dijo a sí misma.

Media hora después, Binna aprovechó en ir a sacar la basura, antes de cerrar la pastelería, debía dejarla en el contenedor para que el camión de recojo se la lleve. El cielo estaba gris, anunciando una lluvia tardía. Caminó rápido por el callejón, entre charcos. Y fue entonces que pasó. Un rugido de motor, una moto negra doblando la esquina. El agua estancada saltó como una ola al pasar sobre un charco profundo, y empapó por completo su vestido con flores amarillas, que había elegido especialmente ese día, ensuciándolo con lodo.

- “¡¿Estás loco?!”, gritó Binna, empapada, furiosa.

- "Lo siento, saliste de improvisto", dijo el joven, levantando el visor de su casco.




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