Sin Galán, Tim

10. El primer beso

Desde el otro extremo del salón, aparecieron las gemelas. Lucían perfectas, como si la fiesta girara en torno a ellas. Y al ver a Binna, sus ojos se entrecerraron con esa malicia que ya le era familiar.

- “Mira, si no es la becada con méritos”, dijo Katherine, acercándose lentamente.

- ¿No deberías estar en casa, revisando tus apuntes?”, añadió Franchesca, con una sonrisa venenosa.

- “O cuidando a tu mamá en la pastelería”, remató Katherine.

Binna iba a responder cuando sintió una mano en su hombro. Harry.

- “Qué casualidad verlas aquí. ¿Vinieron en helicóptero privado o su chofer tuvo la noche libre?”, preguntó Harry, con una sonrisa burlona.

Las gemelas se tensaron, y una bufó antes de marcharse sin responder. Binna lo miró, incrédula.

- “¿Acabas de defenderme?”, cuestionó Harry.

- “No. Solo me aburrí de escuchar tanta tontería” dijo él, “dándole un sorbo a su bebida”.

Janice apareció con vasos en las manos. Miranda había sido llamada por su padre urgente, y tuvo que irse hace algunos minutos.

- “¡Encontré gaseosa sin alcohol! ¿Binna, quieres?”, preguntó Janice.

Pero antes de que Binna pudiera aceptar, Jeremy se acercó y le ofreció otro vaso, con un gesto encantador.

- “Pruébalo, es el cóctel de la noche”, dijo Jeremy con una sonrisa, en apariencia tierna.

- “No, gracias”, respondió ella, educadamente.

- “Vamos, un sorbo. No hace daño”, insistió Jeremy.

Harry intervino, rápido; aunque eso desarmara su imagen.

- “Dijo que no, ¿no escuchaste?”, cuestionó Harry, con esa expresión de que era su última palabra.

Jeremy levantó las manos, en aparente paz, y se alejó. Binna tragó saliva. Algo en la mirada de Harry le indicó que no era exageración.

- “¿Crees que tenía algo raro?”, preguntó Binna, sin poder evitarlo.

- “Lo sé”, dijo él, bajando el tono. “Ese tipo ya lo ha hecho antes. Y tú estabas sola. Ten más cuidado”, agregó.

Binna sintió una mezcla extraña: rabia por el intento de manipulación, pero también calidez por la forma en que Harry la había protegido.

- “Gracias”, dijo Binna, suavemente.

- “No lo hago por ti” replicó Harry de manera esquiva. “Lo hago porque odio a los cobardes”, agregó. Después de eso, él se alejó sin decir más. Janice, que había observado todo, se le acercó despacio.

- “¿Seguro que no te gusta?”, cuestionó Janice.

- “¿A mí? ¿Harry?”, Binna se rió, nerviosa. “No somos ni amigos”, dijo nerviosa.

- “Pues parece que no necesita una etiqueta para preocuparse por ti”, manifestó Janice.

La noche continuó, pero Binna ya no podía dejar de pensar en lo que había estado a punto de ocurrir, ni en los ojos de Harry, tan intensos, tan sinceros, por un instante.

Al final de la fiesta, mientras esperaban un taxi para regresar, Binna miró al cielo. Había algo en el aire, como un cambio que se acercaba. Tal vez el comienzo de algo que ni siquiera se atrevía aún a nombrar.

El taxi tardó más de lo esperado. Janice ya había tomado uno hacia su casa, porque el taxi por aplicativo estaba cerca y Binna se quedó en la vereda, cruzando los brazos para protegerse del viento que empezaba a levantarse. La fiesta había sido un torbellino, y aún no lograba procesar todo lo que había pasado. Lo del cóctel, lo de Harry, su corazón seguía latiendo más rápido de lo normal. Cuando le llega el mensaje del chofer, alguien lo había chocado y no podía llegar.

- “¿Esperas transporte?”, preguntó una voz familiar detrás de ella.

Binna se giró. Harry, con el casco de su moto en una mano, la miraba con esa mezcla de fastidio e interés que tanto la confundía.

- “El taxi no va a llegar, tuvo un accidente”, respondió Binna. “Janice ya se fue”, agregó preocupada.

- “¿Quieres que te lleve? No está muy lejos, ¿no?”, cuestionó Harry, como si no conociera la pastelería donde vivía la chica de ojos rasgados.

Binna dudó un momento. La idea de subirse a una moto con él no estaba en sus planes para esa noche. Pero, al mismo tiempo, había algo emocionante en esa posibilidad.

- “¿Sabes manejar con alguien más encima?”, cuestionó Binna. Él arqueó una ceja.

- “No es tan difícil. Pero si te caes, no pienso recogerte”, respondió Harry.

Ella rió, y aceptó. Harry le ofreció el casco con una sonrisa apenas perceptible.

- “Agárrate fuerte. No me gusta que chillen si acelero”, dijo Harry.

Binna montó detrás de él, y, con un poco de nerviosismo, rodeó su cintura con los brazos. Era extraño estar tan cerca de alguien a quien apenas conocía, pero al mismo tiempo, había una calidez en él que desafiaba su fachada rebelde.

El trayecto fue corto, pero intenso. El viento golpeaba su rostro y sus sentidos estaban alerta. Binna podía oler la mezcla de cuero y algo cítrico en su chaqueta. Sentía el latido del corazón de Harry bajo su espalda, y por un instante, pensó que el suyo podría ser igual de audible.

Cuando llegaron frente a la pastelería, Harry apagó el motor y se quitó el casco. Binna lo imitó, bajando con cuidado.

- “Gracias por traerme”, dijo Binna.

- “No fue nada”, respondió él.

Por un momento, se quedaron en silencio. Las luces de la calle parpadeaban débilmente, y solo se escuchaba el murmullo lejano de un auto pasando.

- “Oye”, empezó ella, sin saber exactamente por qué. “Lo de hoy, gracias por estar ahí. Si no hubieras intervenido…”, manifestó Binna. Harry la interrumpió.

- “No tenías que estar sola. Algunas personas solo buscan un momento de debilidad para aprovecharse. Lo sé porque bueno, lo he visto muchas veces”, expresó Harry.

Binna lo miró con más atención. Había algo en su voz que sonaba diferente: menos arrogante, más humano. Y en ese instante, lo vio de otro modo. No como el chico rebelde que jugaba a ser duro, sino como alguien con heridas, alguien que también se protegía del mundo.

- “¿Quieres subir?”, preguntó ella de pronto, con un hilo de voz.




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