Binna caminaba por los pasillos de la facultad con la mochila colgada del hombro y una expresión que intentaba parecer segura. Pero en realidad, por dentro se sentía un poco sola. Sus dos únicos amigas, Janice y Miranda, aún no habían llegado, y el ruido constante de conversaciones, risas y selfies la hacía sentir como un bicho raro.
Habían pasado solo tres semanas desde que comenzaron las clases, y ya había aprendido dos cosas importantes: una, que tener beca en esa universidad la convertía en un blanco fácil para los prejuicios; y dos, que las gemelas Katherine y Franchesca Milano eran mucho peores de lo que había imaginado.
- “¡Mira quién llegó con sus zapatos del siglo pasado!”, dijo Katherine, cuando Binna entró al salón.
Varias cabezas se giraron. Franchesca soltó una risa disimulada mientras bajaba sus gafas de sol solo para mirar a Binna de arriba abajo.
- “No la molestes, hermana”, añadió con tono sarcástico. “Seguro son de colección. Como… vintage de mercado”.
Algunas chicas rieron, aunque otras solo miraron en silencio. Binna apretó la mandíbula y caminó directo a su asiento, fingiendo que no le importaba. Pero le importaba. Más de lo que quería admitir.
Ese día, el profesor anunció la primera actividad grupal de esa asignatura. Binna sintió un vacío en el estómago cuando los estudiantes empezaron a formar equipos casi al instante. Observó cómo se agrupaban por afinidad, por amistad, por apellido. Ella seguía sola.
- “¿Tú todavía no tienes grupo?”, preguntó Katherine, acercándose con fingida simpatía.
- “Estoy esperando a mis amigas”, respondió Binna con firmeza.
- “Ah, claro. Los invisibles”, replicó Franchesca desde atrás, provocando más risas.
En ese momento, la puerta del salón se abrió. Harry entró, como si nada. Llevaba su casco de motocicleta en una mano, y los audífonos colgando del cuello. La profesora lo miró con fastidio, pero no dijo nada.
- “Llegas tarde”, le susurró Elizabeth, sonriente.
- “Y tú como siempre, tan predecible”, le devolvió Harry, sin mirarla más.
Al pasar junto a Binna, hizo un leve gesto con la cabeza, casi imperceptible. Pero ella lo notó. Y también notó que se sentó justo en la fila detrás de ella, a pesar de que había espacio al fondo del salón.
Después de clase, mientras Binna buscaba unos apuntes en su cuaderno, escuchó la voz de Harry detrás de ella.
- “¿Sabes lo que me da risa? Que esas dos gastan más energía en criticar tu ropa que en entender el contenido del curso”, comentó Harry. Binna giró despacio.
- “¿Y tú? ¿Vienes a defenderme o a burlarte también?”, cuestionó Binna. Harry se encogió de hombros.
- “No tengo tiempo para burlas. Pero hay que reconocerlo, tienes agallas”, dijo Harry. Ella lo miró fijamente.
Binna iba a responder algo sarcástico, pero en ese momento apareció Miranda corriendo por el pasillo.
- “¡Te estaba buscando por todos lados!”, dijo, jadeando. “¡Tenemos que anotarnos en el laboratorio de topografía antes de que se llene!”.
Binna asintió y se despidió de Harry sin decir nada más. Mientras caminaban juntas, Janice no tardó en mencionar el tema.
- “¿Ese era Harry? El chico de la moto negra con cara de “me importa todo un pepino”, preguntó Miranda.
- “Sí”, respondió Binna.
- “¿Y tú por qué lo miras así?”, cuestionó Miranda. Binna se ruborizó.
- “No lo miro de ninguna manera”, respondió Binna.
- “Ajá. Bueno, te aviso que varias quieren con él. Es como, el trofeo dorado rebelde de esta universidad”, comentó Miranda.
- “¿Y eso qué tiene que ver?”, preguntó Binna.
- “Nada. Pero como tu amiga, me toca advertirte: es guapo, sí, pero también parece un lío con piernas”, respondió Miranda.
Esa noche, Binna regresó a casa más cansada de lo habitual. Ayudó un poco en la pastelería mientras Sia organizaba pedidos para el fin de semana, pero su mente estaba en otra parte. Subió a su cuarto y dejó caer la mochila en la silla. Se acostó sin prender la luz, mirando el techo.
El recuerdo del gesto de Harry, esa mínima inclinación de cabeza, esa manera casual de aparecer justo cuando lo necesitaba, le dio vueltas. Él no era dulce, ni cortés, ni fácil. Pero había algo en su actitud que la descolocaba. Tal vez porque no le pedía que cambiara. O tal vez porque era el único que, sin decir mucho, parecía notar que ella estaba ahí.
En otro punto de la ciudad, Harry terminaba de limpiar su moto en el garaje de su casa. Pensaba en Binna. No quería admitirlo, pero le llamaba la atención. No por su ropa, ni por su manera tímida de hablar. Era su mirada. Esa mezcla entre orgullo y tristeza que le recordaba un poco a sí mismo.
Volvió a su habitación, tiró el casco sobre la cama y se recostó. “No te metas, Harry”, se dijo. “Va a complicarse”. Pero no podía evitarlo. Algo en ella lo arrastraba como una curva peligrosa en una carretera mojada.
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Editado: 30.06.2025