El auditorio principal de la universidad estaba lleno. Las luces altas apenas iluminaban la primera fila, y los murmullos constantes de los estudiantes creaban una atmósfera densa, como de nerviosismo anticipado. Era la primera jornada de integración de la Facultad de Ingeniería, donde los nuevos alumnos debían presentarse brevemente frente al resto. Una actividad organizada, según decían, para fomentar la confianza y “romper el hielo”. Pero Binna ya había aprendido que, en ese campus, cualquier oportunidad era también una trampa disfrazada.
Janice, sentada junto a ella, le apretó el brazo con suavidad.
- “Si me toca hablar, solo diré mi nombre y correré como si me persiguiera un oso”, bromeó Janice, con una sonrisa cómplice.
Binna intentó devolverle la sonrisa, pero su estómago estaba tenso. Ella no era buena con los micrófonos, menos cuando sentía tantas miradas ajenas juzgándola por sus zapatos sin marca o su mochila gastada.
En la fila de enfrente, Katherine y Franchesca reían discretamente con otros compañeros. Vestidas como si salieran de una revista de lujo, sus movimientos eran exageradamente delicados, como si cada uno necesitara aprobación. Binna apartó la mirada. Ya había tenido suficientes encontronazos con ellas.
Un profesor tomó el micrófono e invitó a los alumnos, uno por uno. Algunos improvisaban anécdotas divertidas; otros apenas alcanzaban a murmurar su nombre. Cuando llamaron a Binna, el corazón se le detuvo un segundo.
Se levantó con lentitud. Janice le deseó suerte en voz baja. Caminó hacia el escenario bajo un foco tenue. Se sintió vulnerable, como si todo su pasado pudiera leerse en sus zapatos. Tomó aire y habló:
- “Hola. Soy Binna Jung. Estoy aquí gracias a una beca completa. Vivo con mi madre, quien dirige una pequeña pastelería”, dijo Binna. Hizo una pausa. Pensó en añadir algo más, pero la palabra “pastelería” ya había generado susurros. Prefirió no arriesgarse. “Gracias”, agregó para despedirse.
Justo cuando giró para bajar, una voz femenina resonó en el auditorio: “¡Qué dulce! ¿Crees que traiga pastel gratis para todos en el examen final?”.
Las risas estallaron como un chasquido. Binna se quedó paralizada un segundo. Era Katherine. O Franchesca. Qué más daba.
- “O mejor que nos enseñe cómo decorar con chantilly en lugar de preparar ensayos”, añadió la otra gemela.
Más carcajadas.
Binna apretó los labios. No iba a llorar. No frente a todos. Bajó los escalones con rapidez, los ojos fijos en su asiento. Pero antes de llegar, Janice se puso de pie.
—¿Y ustedes creen que por tener el apellido de un papá millonario ya saben más que el resto? Porque las únicas decoraciones que han aprendido son las de sus uñas —soltó, con voz clara y directa.
Un murmullo de sorpresa llenó el auditorio. Janice continuó—: Qué miedo tener tanto dinero y tan poco cerebro.
Hubo un silencio incómodo, seguido por una carcajada que resonó desde el fondo. Harry. Recostado contra una de las paredes del auditorio, con su típica chaqueta de cuero, sonrió con evidente burla.
- “Dejen a las reinas de la superficialidad, tal vez creen que esta es su audición para un reality”, dijo Harry, cruzando los brazos.
Las gemelas lo miraron con sorpresa, pero no se atrevieron a responderle.
Binna, aún afectada, apenas se atrevía a mirar a su alrededor. Cuando llegó a su asiento, Janice la tomó del brazo.
- “Ni una lágrima. Les ganaste con solo presentarte como eres. Y además, Harry las destrozó”, dijo Janice.
Binna apenas asintió. Estaba agradecida. Pero también confundida. ¿Harry la había defendido? ¿O solo se burlaba de todos por costumbre? De cualquier forma, no había necesidad. Él no le debía nada.
Cuando terminó la actividad, Binna caminó por el pasillo con pasos apurados, intentando evitar más encuentros. Pero al girar una esquina, ahí estaba él. Apoyado en una columna, como si la esperara.
- “Bonito discurso, pastelera”, dijo Harry, con esa media sonrisa que podía ser encantadora o cruel, dependiendo del momento. Binna lo miró sin acercarse.
- “¿Vienes a burlarte también?”, cuestionó Binna. Harry alzó las cejas.
- “¿Yo? Yo fui tu salvavidas sarcástico, deberías estarme agradeciendo”, respondió Harry. Ella cruzó los brazos.
- “No necesito salvavidas”, dijo Binna.
- “No, claro. Solo una amiga valiente y un chico con buen timing”, respondió él, dándose un pequeño empujón para caminar a su lado. Binna no supo qué contestar. Caminó unos pasos más en silencio.
- “¿Por qué lo hiciste?”, preguntó Binna, finalmente. Harry se encogió de hombros.
- “Las gemelas me aburren. Su crueldad es tan predecible. Y tú no eres aburrida, Binna. Eres honesta. Aunque eso a veces te haga un blanco fácil”, expresó Harry. El cumplido la tomó desprevenida. Se detuvo, y él también.
- “No te entiendo”, murmuró ella.
- “Perfecto. Es lo mejor de esto”, respondió él, y se alejó sin mirar atrás.
Binna se quedó allí, sintiendo una mezcla extraña de orgullo, incomodidad, y algo más peligroso: curiosidad.
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Editado: 30.06.2025