Sin Galán, Tim

14. Una arpía en la cita

El restaurante tenía una terraza que miraba hacia el río. Las luces tenues y las mesas con velas daban un aire de película romántica, algo que Sia jamás habría imaginado estar viviendo. Enrique, por otro lado, la miraba con una sonrisa tan serena que parecía estar completamente ajeno al ruido del mundo. Y eso, a Sia, le gustaba mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir.

- “¿Cómo es que siempre logras encontrar lugares tan bonitos?”, preguntó ella, mientras se acomodaba la servilleta en el regazo.
- “Tengo buen gusto”, respondió Enrique, con una sonrisa ladeada. “Pero si te soy sincero, Jessica escogió el lugar”, agregó.

Sia sintió una punzada de incomodidad. Jessica. Siempre presente. Siempre demasiado atenta. Pero no dijo nada. No quería arruinar la noche por una sombra; era extraño, pero sentía que no podía confiar en ella, y no eran celos, porque tanto la secretaria y la asesora de Enrique eran más bonitas de Jessica, pero notaba que ellas no actuaban con hipocresía y siempre mantenían un comportamiento sobrio.

- “Entonces, ¿cómo estuvo tu semana?”, preguntó él, inclinándose ligeramente sobre la mesa, interesado.
- “Agitada. Binna está ajustándose a la universidad, y la pastelería ha tenido muchos pedidos últimamente. ¿Tú?”, expresó Sia.
- “Como siempre: reuniones, llamadas, más reuniones”, respondió él con una mueca. “Aunque la mayoría de las reuniones me parecieron más tolerables desde que sé que tengo una cita contigo al final de la semana”, agregó.

Sia bajó la mirada, sonriendo. ¿Cómo podía este hombre, tan seguro, tan encantador, hacerla sentir como una adolescente?

La cena avanzó entre risas, anécdotas de infancia y confesiones triviales. Enrique le contó cómo se escapaba de los internados con una destreza que hacía parecer que estaba narrando un libro de aventuras. Sia se rio con ganas, olvidando por momentos todo lo demás. Hasta que el vino llegó.

La botella fue traída por un camarero joven, visiblemente nervioso. Enrique notó cómo le temblaban las manos al servir la copa de Sia, derramando unas gotas.

- “¿Está todo bien?”, preguntó Enrique, amable.
- “Sí, sí, perdón”, murmuró el chico y se alejó apresuradamente.

Sia miró la copa con desconfianza. No sabía por qué, pero había algo en ese camarero, algo en la forma en que evitaba sus ojos. Dio un pequeño sorbo. El sabor era fuerte, más de lo normal. Frunció el ceño y la dejó a un lado. Enrique, ocupado en contarle una historia sobre su juventud, no lo notó. Pero Sia sí. Y no tardó en confirmarlo.

Unos quince minutos después, una mujer de vestido ceñido y tacones imposibles apareció en la terraza. No necesitaba presentación.

- “Jessica”, dijo Enrique, de inmediato poniéndose de pie, sorprendido. “¿Qué estás haciendo aquí?”, preguntó.

Jessica fingió un gesto de sorpresa muy mal actuado.

- “¡Enrique! ¡Qué coincidencia! No sabía que vendrías esta noche. Bueno, sí sabía que tenías una cena, pero no imaginé que aquí”, dijo Jessica. Sia sintió cómo la incomodidad se instalaba como una nube sobre la mesa.
- “Vine a hablar contigo sobre un asunto urgente de la oficina”, continuó Jessica, sin mirar a Sia. “Pero puedo esperar si estás ocupado”.
- “Estoy en una cita”, dijo Enrique con firmeza, y por primera vez, sus palabras hicieron que Jessica se detuviera. Miró a Sia con una mezcla de desprecio y burla mal disimulada.
- “Oh, claro”, murmuró Jessica. “Qué romántico”, agregó hipócritamente.
- “Si es urgente, te escucho mañana en la oficina. Por favor, no interrumpas”, añadió Enrique, con un tono más seco del que Sia le había escuchado antes. Jessica miró la copa de Sia, la que seguía casi intacta.
- “¿No estás disfrutando el vino? Yo lo recomendé especialmente. Supuse que algo fuerte podría, soltar la lengua”, comentó Jessica.

Sia la miró fijamente. Entendió en ese instante que la visita no era coincidencia. Y tampoco lo había sido el vino. Había querido emborracharla.

- “No bebo mucho”, dijo Sia con una sonrisa cortante. “Me gusta mantener la mente clara”, agregó mirándola fijamente.

Jessica entrecerró los ojos. Sabía que su jugada había fallado. Enrique frunció el ceño, dándose cuenta de lo que había estado pasando.

- “¿Fuiste tú quien envió a ese camarero?”, preguntó Enrique, esta vez sin rodeos. Jessica sonrió, cínica.
- “Solo quería ayudarte a que la noche fuera inolvidable. Ya sabes, relajada, divertida”, respondió Jessica.
- “Vete, Jessica”, ordenó Enrique, su tono helado. “Esta noche no vas a arruinarla. Ni ninguna otra”. Jessica, dolida en su orgullo, se giró con pasos firmes y se alejó sin mirar atrás. Sia suspiró.
- “No deberías permitir que una persona así esté tan cerca de ti”, dijo con suavidad. Enrique le tomó la mano.
- “Te juro que estoy reconsiderándolo seriamente”, manifestó Enrique.

Sia miró su copa de vino, aún con el líquido oscuro en su interior. Luego sus ojos se encontraron con los de Enrique.

- “Gracias por defenderme”, dijo Sia.
- “Gracias por no dejarte doblegar. No todos lo harían”, expresó Enrique.

El resto de la noche fue más tranquila, aunque con una tensión latente, como si ambos supieran que Jessica no sería la última piedra en el camino. Aun así, algo se fortaleció en ellos esa noche. Algo que ni el vino ni la envidia ajena lograrían apagar.




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