Sin Galán, Tim

15. Una maqueta destruida

El sol caía directo sobre el campus cuando Binna llegó a la entrada, con el corazón retumbando como si fuera a rendir un examen sin haber estudiado. Era su segunda semana de clases, y aunque intentaba mantenerse al margen de los focos sociales, no podía evitar que cada rincón de la universidad pareciera observarla con una mezcla de curiosidad y superioridad.

Las gemelas Milano estaban allí, por supuesto. Siempre estaban. Ocupaban el centro de un grupo de estudiantes que reían fuerte, hablaban aún más alto y siempre parecían disfrutar de hundir a alguien más para elevarse un poco más.

Binna bajó la mirada y trató de pasar desapercibida. Llevaba en brazos un proyecto para la clase de diseño estructural: una maqueta frágil que le había costado horas construir con material reciclado y poco dinero. La profesora lo había dejado como trabajo voluntario, pero Binna sabía que, en ese tipo de lugares, el voluntariado era otro nombre para "muestra lo que puedes pagar".

- “¡Uy, cuidado!”, exclamó una voz aguda.

Binna sintió cómo su brazo chocaba con otro, y su maqueta salió volando en el aire, cayendo a los pies de Katherine Milano. El cartón se desarmó en tres pedazos, y las columnas de palillos de dientes se rompieron como si fueran huesos.

- “¿Qué haces trayendo basura reciclada a un aula?”, soltó Katherine, echando una carcajada, seguida por su hermana Leticia y media docena de risas más.

Binna tragó saliva. Sintió que el calor le subía a las mejillas y que las ganas de llorar se le amontonaban detrás de los ojos. Iba a agacharse a recoger su proyecto cuando escuchó una voz detrás del grupo: “¿Ya están haciendo su tradicional sacrificio de becarios para sentirse superiores?”.

Las gemelas se voltearon. Harry estaba allí, con su chaqueta de cuero colgando del hombro, el cabello despeinado y esa media sonrisa entre burla y fastidio que parecía practicar frente al espejo cada mañana.

- “¿A ti qué te importa, Harry?”, cuestionó Franchesca, cruzándose de brazos.
- “Nada. Pero si se van a meter con alguien, por lo menos que sea alguien que se pueda defender. Esta chica parece tener más dignidad en una pestaña que ustedes dos en todos sus TikToks”, respondió Harry, con sorna.

Las risas se mezclaron con algunos murmullos. Janice apareció entre los estudiantes, abriéndose paso hasta Binna. Sin decir una palabra, se arrodilló junto a ella y comenzó a recoger los restos de la maqueta.

- “Estaba hermosa”, dijo en voz baja. “La profesora lo valora, Binna, incluso si no lo dice en público. No les des el gusto”, agregó.

Binna sonrió con los ojos húmedos, asintiendo en silencio; aunque hace poco ha cumplido dieciocho años, en ese momento se siente una niña herida.

Janice era como una pequeña guerrera con voz suave, y su presencia bastaba para que la vergüenza se transformara en obstinación.

Harry se acercó, con las manos en los bolsillos, mirando los restos del proyecto.

- “Te aseguro que las maquetas de esas dos están hechas por alguien más. Y probablemente con presupuesto de producción cinematográfica. Tú hiciste esto sola. Cuenta más de lo que crees”, dijo Harry.

Binna lo miró de reojo. No podía negar que sus palabras le daban cierto consuelo, aunque el tono sarcástico de su voz la confundía.

- “No necesito tu lástima”, dijo Binna en voz baja, levantándose con la ayuda de Janice.
- “Perfecto. Porque no era eso”, respondió él encogiéndose de hombros. “Era respeto disfrazado de sarcasmo, pero no todos captan el matiz”.

Janice rodó los ojos mientras le pasaba la última pieza rota a Binna.

- “Este chico necesita terapia urgente”, murmuró Janice.

Harry soltó una carcajada y les hizo un saludo con dos dedos antes de alejarse.

Binna observó cómo su silueta se perdía entre los estudiantes. Por más que le costara admitirlo, su presencia había cambiado el rumbo de ese momento. Lo que iba a ser una humillación completa terminó en un acto de resistencia. Gracias a Janice. Gracias a él. Aunque no se lo diría. A ninguno.

- “¿Sabías que esa tal Katherine no logró entrar a esta carrera por promedio y la metieron por apellido? —le dijo Janice, mientras caminaban hacia el aula. “Tú entraste sola. Con tu esfuerzo. Eso les molesta más que cualquier otra cosa”.

Binna sintió una calidez distinta en el pecho. Janice no solo era su amiga. Era su escudo.

- “Gracias”, dijo con sinceridad. “No sé qué haría aquí sin ti”.
- “Probablemente estarías pateando maquetas con furia. No es una mala alternativa”, comentó Janice.

Ambas rieron mientras se alejaban. Ese día, aunque su maqueta no sobrevivió, su espíritu salió reforzado. Y sin saberlo del todo, Harry se había convertido en algo más que un tipo problemático con una moto ruidosa. Se había convertido en un testigo de su dignidad. Y eso, en esta universidad donde las apariencias lo eran todo, era mucho decir.

Al día siguiente, Binna entró al aula detrás de Janice, con una carpeta nueva bajo el brazo y la determinación de no dejar que las gemelas Milano marcaran su semana. Pero lo que no se esperaba era ver a Harry, otra vez.

Estaba sentado en la última fila, recostado como si fuera el dueño del lugar, con las piernas estiradas sobre una silla vacía y unos auriculares colgando de su cuello. Cuando la vio entrar, no dijo nada. Solo arqueó una ceja, como si hubiera estado esperándola.

Janice la empujó suavemente por la espalda.

- “No mires. Ignóralo. Él se alimenta de atención como los gremlins del agua”, dijo Janice.
- ¿Qué hace él aquí?, susurró Binna.
- “Tiene la mitad del plan de estudios de esta carrera, aunque apenas si aparece”, respondió Janice encogiéndose de hombros. “Dicen que solo vino a esta universidad porque el papá es socio donante”.

Binna apretó los labios. Claro que sí. Los privilegios siempre hacían trampa.

Tomó asiento en una mesa de dos, en la fila del medio. Janice la iba a acompañar, pero justo en ese momento, una de las profesoras la llamó para revisar una entrega pendiente. Antes de que pudiera evitarlo, alguien se dejó caer en la silla vacía junto a ella. El olor a cuero, el sonido leve de un chicle masticado. Harry.




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