Sin Galán, Tim

16. Una lluvia que une

El cielo gris parecía una amenaza lejana hasta que las primeras gotas comenzaron a caer justo cuando Binna salía de su clase de dibujo y diseño técnico. Suspiró y apretó contra el pecho su carpeta, con los apuntes protegidos por una carpeta plástica. La universidad, aunque imponente y prestigiosa, tenía zonas que se convertían en ríos improvisados con la lluvia, y para su mala suerte, la biblioteca estaba al otro lado del campus.

- Binna, espera”, dijo una voz detrás de ella. Binna giró, algo sorprendida. Harry la alcanzaba con paso rápido, el cabello algo revuelto por el viento y la mochila colgando de un solo hombro.
- “¿Qué quieres ahora?”, preguntó ella, más por reflejo que por molestia real.
- “Nos asignaron en el mismo grupo recuedas. Pensé que querrías coordinar”, respondió Harry.

Binna apretó los labios. Claro, justo con él tenía que tocarle. Pero al ver que la lluvia caía con más fuerza, y notando cómo Harry se quitaba su chaqueta para cubrirla sin pedir permiso, no tuvo corazón para decirle que no.
- ¿Vamos a algún lugar? Estoy empapada y no traje paraguas”, murmuró, aceptando la protección improvisada de Harry.
- “Hay una cafetería cerca del estacionamiento. Poca gente la conoce. ¿Vamos?”, comentó Harry.

Caminaron apresurados bajo la lluvia, resguardados apenas por la chaqueta. Binna no sabía cómo sentirse: estaba molesta por la incomodidad, pero algo en la forma en que Harry la guiaba, con una mano firme en su espalda y sin dejar de observar si pisaba algún charco, la hacía sentirse protegida. Y eso no le pasaba seguido.

La cafetería estaba casi vacía, con música suave y olor a café recién hecho. Se sentaron en una esquina junto a la ventana. Harry pidió dos capuccinos sin siquiera preguntarle.

- “¿Y si no me gusta el café?”, preguntó ella, arqueando una ceja.
- “Te gusta. O al menos eso me dijo Janice el otro día. Dijo que a veces finges que no, pero te encanta el olor”, respondió Hary, sonriendo como un niño travieso. Binna no supo cómo sentirse. Janice y Harry hablaban más de lo que ella pensaba.
- ¿Por qué fuiste tan grosero la primera vez que nos vimos?”, preguntó Binna, bajando la mirada. Harry dejó la taza sobre el platito con cuidado. El vapor subía entre ellos.
- “Porque me habías gritado. Y estaba de mal humor. Y, porque me pareciste demasiado perfecta. De esas personas que uno cree que no va a volver a ver jamás”, respondió Harry y se encogió de hombros. Binna parpadeó. No esperaba esa respuesta.
- “No soy perfecta”, dijo Binna.
- “Lo sé. Lo descubrí después”, comentó Harry con una sonrisa ladeada. “Te he visto nerviosa, desordenada con tus apuntes, llegar tarde, estresarte. Y aun así, no se te cae la dignidad. Eso me gusta”.

Binna no sabía si estaba sonrojada por el café o por las palabras. La lluvia seguía repiqueteando en los ventanales.

- “No deberías decir cosas así”, murmuró Binna.
- “¿Por qué no?”, cuestionó Harry.
- “Porque complican las cosas”, dijo Binna girando el rostro hacia la ventana. Había un nudo en su estómago que no sabía si era molestia, ilusión o miedo.
- “¿Qué cosas? ¿Un trabajo en grupo? ¿Un capuchino?”, bromeó él, intentando alivianar el ambiente.
- “Mi vida ya es bastante complicada. Y tú... tú no pareces de los que buscan algo simple”, respondió Binna.

Harry bajó la mirada por un segundo, serio por primera vez en toda la conversación.

- “Tienes razón. No busco algo simple. Pero tampoco estoy huyendo. No más”, dijo Harry y la miró a los ojos, con una honestidad que la desarmó.

Se hizo un silencio. La lluvia amainaba, y la luz tenue de la tarde entraba tímida por las ventanas.

- “¿Qué te parece si empezamos con la presentación?”, sugirió Binna, recuperando algo de control. Él asintió.

Sacaron las libretas, discutieron ideas, bosquejaron una estructura. Harry era más inteligente de lo que aparentaba, y Binna, sin querer, se sorprendía admirando sus ideas.

Cuando salieron de la cafetería, ya no llovía. Harry caminó a su lado en silencio hasta el estacionamiento. Antes de despedirse, la miró un segundo más de lo necesario.

- “Binna...”, dijo Harry.
- “¿Sí?”, manifestó ella.
- “Gracias por no seguir odiándome”, comentó él.

Ella sonrió, ligera, y se subió a su bus. Pero su corazón latía como si aún estuviera bajo la lluvia, resguardada por una chaqueta ajena y una sonrisa que no podía sacarse de la mente.




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