La semana universitaria avanzaba con una mezcla caótica de tareas, clases y nuevas caras. Pero para Binna, cada momento parecía teñido de un matiz distinto desde aquel día en que Harry la había mirado con una ternura inesperada. Era como si algo se hubiese desbloqueado entre ambos, un espacio invisible donde las palabras eran innecesarias, pero las miradas decían todo. Janice, como siempre, caminaba a su lado por los pasillos.
- “¿Te diste cuenta de cómo te mira?”, le susurró, haciendo un guiño. “Ese chico está coladísimo por ti”. Binna bufó, aunque una sonrisa traviesa le escapó.
- “No digas tonterías”, dijo Binna.
- “¿Tonterías? Por favor. El otro día en la biblioteca, ni siquiera se fijó en la rubia que no paraba de pedirle ayuda para encontrar libros. ¿Y tú viste cómo se acercó hoy en clase, sin razón aparente, solo para pedirte una hoja?”, cuestionó Janice.
Binna mordió su lápiz, sonrojada. Sí, lo había notado. Y también había notado que Harry se mostraba más atento, más presente, sin ser invasivo. Pequeños gestos: dejarle su lugar en el comedor cuando estaba lleno, esperarla en la salida sin decirlo directamente, o incluso regalarle una mirada cómplice cada vez que las gemelas intentaban molestarla.
Ese viernes, después de una clase larga, Janice y Binna salieron conversando animadamente. Pero Harry estaba allí, esperándolas apoyado en su moto, como si fuera lo más natural del mundo.
- “¿Se perdieron?”, preguntó Harry con una sonrisa ladeada, cruzando los brazos. Janice rodó los ojos.
- “No, pero gracias por ofrecer tu GPS humano”, dijo Janice.
- “En realidad, venía a ver si Binna quería que la lleve. Tengo que pasar cerca de tu zona”. Binna parpadeó sorprendida. Janice, con una sonrisa traviesa, la empujó suavemente por la espalda.
- “Anda, aprovecha que el caballero de la moto te ofrece transporte VIP. Yo me voy en bus como las mortales”, dijo Janice.
Avergonzada pero divertida, Binna aceptó. El camino fue tranquilo al principio, hasta que Harry, sin mirarla, dijo:
- “No me agrada cómo te tratan esas dos”.
- “Estoy acostumbrada”, respondió ella, encogiéndose de hombros.
- “No deberías estarlo”, replicó él, con una firmeza que la hizo voltear a verlo.
La moto se detuvo en un mirador a medio camino, uno que ofrecía una vista amplia de la ciudad con el cielo tiñéndose de naranja. Harry se quitó el casco y se sentó en una roca.
- ¿Por qué nos detuvimos? —preguntó ella, con el corazón acelerado, más por su cercanía que por la pausa.
- “Porque necesitaba respirar. Y pensé que a ti también te vendría bien”, respondió Harry, ofreciendo una sonrisa suave. “Además quería hablar contigo sin tanta gente alrededor”.
Binna se sentó a su lado, dudosa. El viento jugaba con su cabello, y por un instante no hubo palabras. Solo el silencio compartido, cómodo.
- “Te ves diferente cuando sonríes”, murmuró Harry, mirándola de reojo.
- “¿Eso es un cumplido?”, preguntó Binna.
- “Lo es si te lo digo yo”, respondió Harry.
Ella rio. Una risa sincera, que brotó desde lo más profundo. Y por primera vez, él la miró sin reservas, sin el sarcasmo que solía usar como escudo.
- “No soy tan malo como crees” agregó Harry en voz baja.
- “Y yo no soy tan frágil como parezco”, respondió ella con suavidad.
Hubo una pausa, y en ese silencio, los dos se entendieron. No hacía falta decirlo aún, no había confesiones ni promesas, pero el aire alrededor de ellos vibraba con algo distinto. Algo que se construía con cada risa compartida, cada mirada que duraba un segundo más de lo normal.
Cuando Harry la dejó en casa, no dijo mucho más. Solo le quitó el casco con delicadeza y acarició brevemente una hebra de su cabello que se había salido de lugar.
- “Nos vemos mañana”, dijo él.
- “Claro”, susurró Binna, aún con el corazón palpitante.
Y mientras lo veía alejarse en su moto, pensó que, aunque todavía no lo supieran, algo muy parecido al amor ya había empezado a nacer entre los dos.
Al día siguiente, el cielo había amanecido gris, cargado de nubes que amenazaban con desatar una tormenta en cualquier momento. Binna, que había olvidado su paraguas en casa, caminaba deprisa por el campus, con la mochila apretada contra su pecho y el cabello revuelto por el viento. Su día ya había comenzado con un mal sabor: una de las gemelas le había derramado accidentalmente su café en el abrigo, murmurando apenas un "ups" antes de girarse entre risas hacia su hermana.
Binna solo quería llegar a clase sin mojarse demasiado ni cruzarse con más desaires.
La primera gota cayó justo al llegar a la entrada de la facultad. Se detuvo en seco, levantando el rostro hacia el cielo. Suspiró. Aún le faltaba cruzar el patio central, y estaba prácticamente vacío.
Entonces, desde la entrada lateral, Harry apareció caminando con tranquilidad, con un paraguas negro colgando de una mano y el celular en la otra. Vestía jeans oscuros, una camiseta ajustada bajo una chaqueta de cuero, y sus auriculares colgaban a medio oído. Cuando la vio, se detuvo, ladeando la cabeza como si estuviera decidiendo si ignorarla o no.
- “¿Otra vez sin paraguas, chica lista?”, dijo Harry, sin dejar de mirarla con esa sonrisa perezosa que a Binna empezaba a resultarle molesta… y peligrosamente encantadora.
- “Se me quedó”, respondió ella secamente.
Harry caminó hasta quedar a su lado, abrió el paraguas con un clic sonoro y lo sostuvo sobre ambos.
- “Vamos. No quiero que te resfríes y luego me culpes”, comentó Harry.
- “No tienes que hacerlo”, dijo Binna.
- “Lo sé”, dijo él, encogiéndose de hombros. “Pero quiero”, agregó.
Caminaron en silencio bajo la lluvia, con el ruido de las gotas golpeando el paraguas y sus pasos marcando un ritmo casi acompasado. Binna notó cómo Harry ajustaba la altura del paraguas para cubrirla mejor, aunque eso significara que a él le cayera algo de agua en el hombro. Ese gesto la descolocó más de lo que le hubiera gustado admitir.
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Editado: 30.06.2025