Sin Galán, Tim

18. Sabotaje a la relación

Enrique había reservado el rincón más apartado del restaurante. Un lugar discreto, adornado con luces cálidas, cortinas de terciopelo y música suave de cuerdas que flotaba en el aire como una caricia. Sia llegó puntual, con un vestido granate que contrastaba con su piel clara y el cabello suelto cayendo en ondas sobre los hombros. Apenas lo vio, sonrió con esa mezcla de timidez y confianza que sólo él lograba provocarle.

- “Esto parece más que una cita”, bromeó Sia, mientras él se ponía de pie para acercarle la silla.
- “Tal vez lo sea”, respondió Enrique, sin esconder del todo la emoción en su voz.

Habían pasado ya varios meses desde su primer encuentro, y lo que había comenzado como una conexión inesperada se había transformado en una complicidad que crecía día tras día. Sia le hablaba de sus proyectos con pasión, de sus nuevos postres y sus planes a futuro. Él la miraba como si escuchara a alguien construir el mundo desde el corazón.

La cena transcurrió entre risas suaves, vino tinto y miradas que decían más que las palabras. Enrique tenía en el bolsillo interno de su chaqueta una pequeña caja de terciopelo. No era aún el momento, pero estaba cerca. Lo sentía. Y ella también.

- “¿Te gustaría hacer un viaje?”, preguntó él, de pronto, entre los postres.
- “¿Contigo?”, dijo ella.
- “Conmigo. Sola tú y yo. Un fin de semana. A la sierra, a una cabaña que conozco desde niño. Un lugar tranquilo, lejos de todo”, comentó Harry.

Sia lo miró con sorpresa. Luego, asintió, sonriendo.

- “Suena perfecto”, dijo ella.

Justo en ese instante, la camarera se acercó con una expresión algo incómoda.

- “Disculpen, ¿ustedes son Enrique y Sia?”, preguntó la camarera. Ambos se miraron confundidos.
- “Sí”, respondió Sia.
- “Lamento interrumpir, pero el encargo especial que solicitaron para la mesa no está disponible. La rosa blanca y el postre personalizado. Parece que hubo una cancelación hecha esta tarde. Pensamos que ustedes habían llamado”, manifestó la camarera.

Enrique frunció el ceño.

- “¿Cancelar? No, no he llamado a nadie. Organicé todo esta mañana con anticipación”, manifestó Enrique.
- “Fue una mujer”, agregó la camarera en voz baja, como si supiera que algo no cuadraba. “Muy segura. Dijo que era su asistente”.

Sia se tensó al instante.

- “¿Jessica?”, cuestionó.

Enrique apretó la mandíbula. No necesitaba decirlo. El nombre flotó como una espina en medio de su velada.

Después de que la camarera se fue, Sia lo miró con seriedad.

- “¿Ella sigue apareciendo?”, inquirió Sia.
- “A veces llama. A veces se presenta en la oficina sin avisar. Cree que con insistencia puede torcer las cosas”, respondió Enrique.
- “¿Y tú qué haces?”, preguntó Sia.
- “La ignoro. La evito. Pero parece que ahora ha pasado a sabotear”, respondió él, con un gesto de molestia sincera. “Sia, no voy a permitir que interfiera. No quiero que este momento se vea empañado por ella”, agregó.

Sia respiró hondo, tocando su copa con la yema de los dedos. Se quedó en silencio unos segundos.

- “No estoy molesta contigo, Enrique. Pero no quiero que esto se convierta en una guerra de celos. Si ella sigue interfiriendo, algo debe hacerse. No quiero estar con alguien que tenga un fantasma siguiéndolo a cada paso”, manifestó Sia.

Él tomó su mano, firme, pero con ternura.

- “No va a ser un fantasma. Voy a enfrentarla si es necesario. Porque lo que tengo contigo es lo único real que deseo conservar”, dijo Enrique.

Sia bajó la mirada. Sus ojos brillaban, no por el vino, sino por el torbellino de emociones que la recorría.

- “¿Qué ibas a hacer esta noche?”, preguntó de pronto, volviendo a mirarlo.

Enrique tragó saliva. No sacó la caja del bolsillo, pero sostuvo su mano con más fuerza.

- “Estaba pensando en dar un paso más”, dijo él, con una sonrisa suave. “No ahora. No aquí. Pero pronto. Muy pronto”.
- “Entonces, asegurémonos de que nadie lo arruine”, manifestó Sia.

Ambos se quedaron callados por un momento, mirándose, comprendiendo que acababan de sellar una promesa sin palabras.

Afuera, la noche avanzaba sobre la ciudad. Y aunque Jessica acechara en las sombras, esta historia de amor se volvía cada vez más fuerte.




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