Sin Galán, Tim

20. Sentimientos intensos

La universidad estaba casi vacía cuando Binna regresó por el formulario que había olvidado en el aula. El eco de sus pasos resonaba en el pasillo, y el atardecer teñía los ventanales de un naranja melancólico. Había dudado en volver sola, pero sabía que, si no lo entregaba al día siguiente, perdería puntos importantes en la materia.

No notó que alguien más la seguía.

Al doblar la esquina, sintió una presencia detrás de ella. Se giró con rapidez, pero no había nadie. Sacudió la cabeza, riéndose de su propia paranoia, y apresuró el paso.

El aula estaba en penumbra. Alcanzó a distinguir el formulario sobre la tercera fila de pupitres. Se estiró para tomarlo y entonces escuchó el crujido de la puerta cerrándose con suavidad.

Se giró bruscamente.

- “Vaya, vaya”, dijo una voz masculina desde la entrada. La becada brillante sola en la oscuridad.

Binna tragó saliva. Era Jeremy, uno de los chicos más populares y arrogantes del campus, el mismo que en la fiesta había intentado acercarse más de la cuenta.

- “No tengo tiempo para tus tonterías” dijo ella, con voz firme, intentando mantener la calma. “Ábreme la puerta”.

- “Solo quiero hablar”, respondió él, avanzando lentamente. Es raro verte sola. Siempre andas con tu amiguita Janice, o la antipática de Miranda o ese motoquero malcriado”, agregó.

Binna retrocedió un paso por cada uno que él daba hacia adelante.

- “No quiero hablar contigo”, dijo Binna, con más fuerza.

- “Qué carácter”, rio él, sin humor. “Relájate, solo quería felicitarte. Te ves, diferente desde que llegaste. Más segura. Eso es atractivo, ¿sabes?”

El miedo le recorrió la espalda como una ráfaga de hielo. No tenía escapatoria. La puerta estaba bloqueada, y su teléfono estaba en su mochila, en el pasillo.

- “No des ni un paso más”, advirtió Binna, con la voz temblorosa.

Pero Jeremy avanzó un poco más.

Fue entonces cuando la puerta se abrió de golpe.

- “¡Te dije que si volvías a acercarte a ella, te iba a romper la cara!”, gritó Harry, con una furia tan pura que el aire en el salón pareció estremecerse.

Jeremy giró, sorprendido. Harry lo empujó con violencia contra la pared, inmovilizándolo por el cuello de la camisa.

- “¡Estás loco! ¡No pasó nada!”, balbuceó Jeremy.

- “¿Nada?”, dijo Harry apretando más. “Si te vuelvo a ver a menos de diez metros de Binna, vas a necesitar ortodoncia nueva”, agregó mientras ponía su mirada asesina.

Lo soltó con brusquedad. Jeremy cayó al suelo y se levantó tambaleando, humillado. Sin mirar atrás, huyó.

Harry cerró la puerta con fuerza y se giró hacia Binna, que estaba temblando, con las lágrimas contenidas en los ojos.

- “¿Estás bien?”, preguntó Harry, acercándose con suavidad esta vez.

Ella asintió, pero en cuanto él estuvo lo suficientemente cerca, se lanzó a sus brazos.

Harry la sostuvo, con una mezcla de rabia y ternura. Acarició su cabello con una delicadeza que contrastaba con la brutalidad de los segundos anteriores.

- “Tenías que venir sola, ¿eh?”, murmuró Harry, con voz temblorosa.

- “Lo olvidé”, susurró ella, enterrando el rostro en su pecho. “No pensé que… Él me dio miedo, Harry”.

- “Ya está. No te va a tocar. Nadie lo hará”, afirmó él, con una certeza brutal.

Estuvieron abrazados en silencio por varios minutos. Solo el sonido de sus respiraciones se escuchaba en el aula. Cuando Binna alzó la mirada, sus rostros estaban demasiado cerca.

- “Gracias”, murmuró ella.

Harry le apartó un mechón de cabello de la mejilla con un gesto suave.

- “No me agradezcas. Me habría vuelto loco si te pasaba algo”, dijo Harry.

Binna bajó la mirada, confundida, con el corazón acelerado.

- “¿Por qué viniste?”. Preguntó ella.

Harry sonrió levemente, con ese aire rebelde que siempre traía.

- “Janice me dijo que habías regresado sola por algo. Pensé, no sé, que no me iba a quedar tranquilo si no te veía llegar a casa”, explicó Harry.

- “¿Y me seguiste?”, preguntó Binna.

- “No. Esperé unos minutos, pero no aparecías. Así que vine”, dijo Harry.

El silencio volvió a colarse entre ellos. Esta vez, no era incómodo. Era eléctrico.

Binna alzó la mirada otra vez y encontró los ojos de Harry. Había algo nuevo allí. Algo que se había estado construyendo desde hacía tiempo, pero ahora era innegable. No era solo atracción. Era algo más profundo, más peligroso.

- “Te juro”, dijo Harry con voz baja, intensa, “que, si ese idiota te hubiera tocado, no me habrían detenido ni los guardias del rectorado”.

Ella soltó una risa nerviosa.

- “Eres tan intenso a veces”, comentó Binna.

- “Y tú tan ingenua”, replicó Harry.

- “¿Ah, sí?”, cuestionó ella.

- “No ves lo que provocas, Binna”, dijo él.

Sus ojos se encontraron de nuevo. Y entonces, sin pensarlo, Harry bajó la cabeza y la besó.

Fue un beso suave al principio, como si temiera que ella lo rechazara. Pero Binna no lo hizo. Le correspondió. Porque el miedo, la tensión, y el alivio de saber que estaba a salvo se mezclaron en algo más poderoso: la necesidad de sentirse viva, de sentirse querida, aunque fuera solo por un instante.

Cuando se separaron, ambos estaban sin aliento.

- “Esto…”, comenzó ella, pero no supo cómo seguir.

Harry la miró con esa media sonrisa que empezaba a conocer.

- “No digas nada. No todavía”, dijo Harry, Y sin más, le ofreció la mano. “Vamos a casa”.

Ella tomó la mano. Y salieron del aula, juntos. Pero en cada fibra de su ser, ellos sabían que solo era el inicio, de algo más fuerte e intenso.




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