Sia nunca se imaginó que, a sus cuarenta años, estaría eligiendo flores para su boda. Mucho menos que tendría el corazón palpitando como una adolescente mientras revisaba catálogos de vestidos, suspirando con el nombre de Enrique flotando en su mente como una melodía suave.
La pastelería estaba cerrada ese lunes por la mañana. Binna tenía clases, y Sia aprovechaba ese respiro raro para enfocarse en los detalles. La boda sería sencilla, íntima, con “apenas” un centenar de invitados, aunque la lista crecía cada vez que alguien decía “¿y no vas a invitar a…?”
Su mejor amiga, Cristina, estaba con ella, a quien Binna con cariño la llama tía, y que en efecto era como una hermana para Sia; cuando su familia le dio la espalda cuando el padre de su hija la abandonó, y a los meses su madre murió. Cristina hojeaba un catálogo de decoración rústica mientras mordisqueaba una galleta con la misma atención que ponía cuando develaba secretos familiares.
- “No puedo creer que me hayas dejado elegir entre “flores bohemias” y “toques campestres”, dijo Cristina con fingida indignación. “¿No se supone que las hermanas ayudan a elegir el vestido?”, añadió.
- “Ya lo vas a ver. Y sí, vas a llorar”, respondió Sia, riéndose con dulzura.
Cristina levantó la ceja con teatralidad.
- “¿Y la tía Yuna? ¿Sigue diciendo que esto es un error porque “a tu edad ya no se piensa con el corazón sino con los pies fríos”?, preguntó Cristina.
- “Literalmente eso dijo. Los pies fríos y la cabeza tibia”, suspiró Sia. Pero cuando lo conozca mejor, va a cambiar de idea. O va a disimular mejor, al menos. Solo los invitó para que sepan que no fue el fin del mundo criar a mi hija sola”, respondió Sia.
Cristina la miró en silencio unos segundos, y luego apoyó la mano sobre la suya.
- “Te lo tengo que decir, Sia. No es solo tu tía Yuna. A mí también me sorprendió al principio. Pero te veo feliz. Te veo distinta. Estás más liviana. Como si por fin te hubieras bajado una mochila de los hombros”, comentó Cristina.
- “Lo estoy. Pero a veces me da miedo que pase algo que lo arruine. Todo parece tan perfecto que me asusta. Ya sabes cómo es la vida…”, dijo Sia.
- “No lo pienses así. Esta vez, la vida está a tu favor. Después de todo lo que pasaste, no te mereces nada menos que algo extraordinario”, dijo Cristina, con una sonrisa tierna.
Esa tarde, Enrique pasó a buscarla para ir a elegir el lugar de la recepción. Al verla, bajó del auto para abrirle la puerta, como siempre. Pero Sia notó que algo en él estaba más sereno, como si a su propio modo también estuviera bajando las defensas.
- “¿Cómo estás, futura esposa?”, le susurró con esa voz baja que tanto le gustaba.
- “Nerviosa. La lista de invitados ya parece un censo. ¿Tú?”, preguntó Sia.
- “Emocionado, siento que tengo viente años de nuevo”, dijo Enrique con una sonrisa.
El lugar que visitaron era una antigua casona en las afueras, con un jardín amplio lleno de glicinas y magnolias. El arco natural que formaban algunas ramas los hizo detenerse en seco.
- “¿Te imaginás casarnos acá, al atardecer?”, dijo él, tomándola de la mano.
- “Me lo imagino tan bien que me dan ganas de llorar”, respondió ella.
- “Llora tranquila. A mí me tiemblan las piernas desde que te vi con esa carpeta llena de catálogos y lapiceras de colores”, bromeó Enrique.
Ella lo abrazó, hundiendo el rostro en su cuello.
- “¿Y si algo lo arruina?”, preguntó Sia.
- “Entonces lo arreglamos juntos. Porque eso es el amor, ¿no? Aguantar las tormentas y bailar bajo la lluvia, si hace falta”, respondió Enrique, se dan un beso tierno.
Esa noche, ya de regreso en la pastelería, Sia revisaba presupuestos cuando su celular vibró. Era un mensaje reenviado por Cristina.
“Dicen que la hija de la pastelera sale con el hijo de su prometido. ¡Van a ser hermanastros! ¿En qué estaban pensando?”
Sia frunció el ceño. Volvió a leer el mensaje, dudando si había entendido bien. ¿Binna? ¿Con Harry?
Soltó una risa seca, incrédula.
- “¿Qué estupidez es esta?”, murmuró en voz baja, llevándose una mano a la frente.
Marcó rápidamente el número de Cristina.
- “¿De dónde salió eso?”, cuestionó Sia.
- “Lo mandaron por un grupo proveedores de la universidad. No dicen nombres, pero está bastante claro que se refieren a ti y a Binna… Y a Enrique y Harry”, respondió Cristina.
Sia guardó silencio por unos segundos. Luego, con voz firme, respondió: “Eso es ridículo. Binna no está saliendo con nadie. Y si lo estuviera, yo lo sabría”.
- “Bueno… no lo sé, Mari. Ya no es una nena”, comentó Cristina.
- “No me vengas con eso ahora. Además, ¿quién se atreve a decir algo así sin pruebas? Esto es claramente una calumnia, algo que alguien inventó para molestar. Tal vez Jessica…”, dijo Sia.
Se quedó pensativa. Las últimas semanas Jessica, pese a estar en el extranjero había estado más activa de lo habitual en redes y entre conocidos. ¿Sería capaz de difundir un rumor así?
Sia apagó el móvil con fuerza y apoyó ambas manos sobre el mostrador. No tenía idea de si había algo de cierto en ese mensaje. Pero lo que sí sabía, es que al día siguiente hablaría con su hija. Con calma. Con claridad. Y sin prejuicios.
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Editado: 30.06.2025