Sin Galán, Tim

27. No te escondas más

Binna se removía inquieta entre las sábanas, con el celular en la mano, releyendo por quinta vez el mensaje que había llegado a su número y circulaba en los grupos de la universidad. “La hija de la pastelera saliendo con el hijo de su futuro esposo… qué bonita familia ensamblada.” Las palabras parecían un cuchillo mal afilado: no cortaban de golpe, pero arañaban sin piedad.

Había silencio en la casa, el tipo de silencio que antecede a una conversación difícil. Lo supo cuando oyó los pasos de Sia subiendo las escaleras, y sintió el latido del corazón acelerarse.

Sia tocó la puerta suavemente.

- “¿Puedo pasar?”, preguntó Sia.

Binna se sentó en la cama, despeinada, en pijama, como una niña atrapada en la mentira más grande de su vida.

- “Sí, claro”, dijo Binna.

La puerta se abrió con lentitud. Sia entró con una taza de té entre las manos, y se sentó junto a ella. No dijo nada enseguida. Solo la miró, como tantas veces antes, pero con esa mezcla de ternura y decepción que partía el alma.

- “Hoy recibí un mensaje raro”, dijo Sia finalmente. “Y no quiero creerlo sin preguntarte primero”, añadió.

Binna tragó saliva. Miró sus manos, incapaz de sostenerle la mirada.

- “¿Sobre mí y Harry?”, preguntó Binna.

Sia asintió con suavidad.

- “Sí. Dicen que están saliendo. Que están enamorados”, respondió Sia.

Binna no supo si reír o llorar. Porque era cierto. Porque dolía. Porque ya no podía esconderlo más.

- “Yo no quería que te enteraras así…”, susurró Binna. Todo empezó mal, mamá. Me hacían bullying, decían que yo era una interesada por estar cerca de él, por ser tú la novia de su papá y lo detestaba. Pero Harry fue el único que me defendió. El único que me escuchó sin juzgarme”, expresó Binna.

Sia no reaccionó de inmediato. Respiró hondo, manteniendo la serenidad que la caracterizaba.

- “¿Hace cuánto están juntos?”, preguntó Sia.
- “No sé… empezó a pasar de a poco. Nos besamos, luego nos alejamos… después cosas, él me salvó. Y desde entonces no nos pudimos alejar”, respondió Binna.

Sia bajó la mirada por un instante. No de enojo. Sino de comprensión y de miedo.

- “Binna no te estoy juzgando. Pero tienes que entender que esto es complejo. Harry y tú, cuando Enrique y yo nos casemos, van a ser hermanastros”, dijo Sia.

- “¡Pero no lo éramos cuando nos conocimos!”, replicó Binna, con voz quebrada. “Y no lo hicimos para dañar a nadie. Solo pasó”, añadió.

Un silencio largo, intenso.

- “Por primera vez en mucho tiempo te vi feliz, mamá”, agregó Binna, con los ojos brillosos. “Te vi reír, emocionarte por cosas pequeñas. Me daba miedo arruinarlo. Por eso no te dije nada”, agregó.

Sia tragó saliva. Su voz tembló apenas cuando dijo: “Lo que yo siento por Enrique no desaparece porque tú estés enamorada. Y lo que tú sientas por Harry tampoco se anula por lo que está pasando. Pero esto, tenemos que hablarlo todos. No puede quedar en secreto”.

Binna asintió, aliviada, y al mismo tiempo asustada.

- “¿Vas a cancelar la boda?”, preguntó Binna nerviosa.
- “No”, respondió Sia con firmeza. “Pero voy a hablar con Enrique. Y tal vez, sea hora de que Harry también dé la cara”, añadió.

Luego la abrazó. Largo. Con esa calidez de madre que contiene todo el caos del mundo en un solo gesto. Binna se aferró a ella como si aún tuviera cinco años, sabiendo que, pase lo que pase, ese amor era lo único firme en el que podía confiar.

Esa misma noche, Sia llamó a Enrique.

- “¿Puedes venir? Necesito hablar contigo. A solas”, dijo Sia.

La voz de ella era tan firme que Enrique no preguntó más. Una hora después, estaba sentado en la cocina del departamento, con una taza de té que no había probado aún.

- “¿Es sobre la boda?”, preguntó él, serio.
- “En parte”, respondió Sia, sin rodeos. “Es sobre nuestros hijos”.

Enrique levantó las cejas, intrigado.

- “Harry y Binna están saliendo. ¿Lo sabías?”, cuestionó Sia.

Por un instante, Enrique no dijo nada. Luego apoyó la taza en la mesa y se frotó la frente.
- “Me sorprende todo esto”, respondió Enrique.
- “Lo que me preocupa no es solo la relación, sino que ninguno de los dos nos lo dijo. ¿Te das cuenta de que podríamos haber hecho un desastre sin saberlo?”, preguntó Sia.

Enrique asintió lentamente.

- Sí. Tal vez estuvimos demasiado concentrados en nosotros. Yo he estado, ausente con Harry. Aunque en el fondo no me cuenta mucho, últimamente casi no para en casa”, expresó Enrique.
- “Entonces quiero hablar con él”, dijo Sia. “Esta noche”, añadió.
- “¿Estás segura?”, preguntó Enrique.
- “Sí. Necesito verlo a los ojos”, respondió Sia.

Media hora después, Harry llegó al llamado de su padre. Llevaba aún la chaqueta del día, el cabello desordenado. Estaba se tensó al ver a su padre y a Sia, con aquellas miradas que no podía descifrar, en aquel restaurante que parecía haber palidecido de un momento a otro.

- “¿Qué pasa?”, preguntó Harry, después de los cortos saludos.
- “Harry”, empezó Sia. “Solo quiero preguntarte una cosa. ¿Qué sientes por Binna?”, preguntó.

Él abrió los ojos, sorprendido por la frontalidad. Miró a su padre, que solo lo observaba con expresión neutra, y luego volvió la mirada hacia Sia.

- “La quiero”, respondió Harry sin vacilar. “Me importa más de lo que imaginé. No fue algo planeado, ni algo fácil. Pero es real”.

Sia lo estudió en silencio durante varios segundos. Luego asintió, con lentitud.

- “Y si me estás diciendo eso, ¿estás dispuesto a hacerte responsable si la lastimas?”, preguntó Sia.
- “Sí. Y no la pienso lastimar”, dijo Harry, con la misma seriedad.

Enrique carraspeó, finalmente interviniendo.

- “Yo tampoco sabía nada. Pero debo decir que, aunque esto es complicado, no veo mal que dos personas se enamoren. Solo espero que lo que haya entre ustedes no se convierta en una carga, ni para ustedes, ni para nosotros”, afirmó Enrique.
- “Ya bastante carga tienen los comentarios”, murmuró Harry. “Pero Binna lo vale”, agregó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.