La mañana amaneció con una extraña claridad. Binna, al bajar del autobús frente a la universidad, sintió ese tipo de luz que parece exponer más de lo debido. Caminó con los brazos cruzados, la mochila colgando floja sobre un hombro y los ojos atentos a los rostros que la miraban. Desde hacía días, los rumores se habían desparramado por los pasillos con la precisión de un virus. Y ahora, la atmósfera lo confirmaba: todo el mundo sabía o creía saber que ella estaba saliendo con Harry Salazar.
- “Mírenla… “, susurró Katherine en tono burlón al cruzarse con ella cerca del auditorio. “Al final no era tan tonta, ¿eh? Más lista que todas nosotras”.
- “¿Y tú crees que fue amor?”, respondió Franchesca, exagerando un tono cursi. “Seguro que le enseñó sus calificaciones para conquistarlo. Le dijo: “¡Apruébame el corazón!”.
Rieron con estridencia. Binna bajó la mirada y siguió caminando. Las bromas eran veneno líquido, resbalaban con crueldad y se alojaban en su piel como picaduras. Lo más injusto era que no había hecho nada para buscar eso. Su relación con Harry no era un plan, ni una ambición, ni una trampa para subir escalones. Era diferente. Lo que sentía por él no se parecía a nada que hubiese vivido antes.
Cuando entró al aula, varios la miraron. Algunos con interés morboso, otros con burla disimulada. Uno incluso le hizo un gesto de aplauso silencioso, como si reconociera un logro que no había pedido. Binna se sentó al fondo, cerca de Janice, su amiga desde el primer día.
- “¿Estás bien?”, susurró Janice, inclinándose hacia ella.
- “No lo sé”, respondió Binna, tragando saliva. “Creo que nunca estuve tan expuesta. ¿Cómo pueden saberlo todos?”.
- “Rumores. Gemelas. Tal vez un infiltrado. Y bueno, Harry no ayuda demasiado manteniéndose misterioso”, respondió Janice.
Justo en ese momento, la puerta del aula se abrió. Harry entró con paso relajado, elegante como siempre, una carpeta bajo el brazo. Saludó al profesor con un gesto mínimo y luego recorrió el aula con la mirada hasta encontrar a Binna. No dijo nada. Pero en lugar de sentarse con su grupo habitual, caminó directo hacia el fondo y ocupó la silla vacía junto a ella.
Las conversaciones se detuvieron por un instante. Luego se convirtieron en susurros agitados. Harry abrió su cuaderno sin mirar a nadie, pero su pierna rozó la de Binna con una calma deliberada. Ella sintió cómo el calor subía por su cuello. No sabía si agradecerle por no esconderse o si matarlo por haber elegido justo ese momento para confirmar cada rumor.
Después de la clase, Janice se adelantó para darles espacio. Binna se quedó en su sitio, fingiendo que recogía lentamente sus cosas. Harry no se movió.
- “¿Sabes qué dicen?”, le preguntó sin mirarla.
- “¿Hace falta que me lo digas?”, preguntó Binna.
- “No. Pero me molesta”, respondió Harry.
Binna lo miró por fin. Él tenía la mandíbula apretada y la mirada seria, como si estuviera conteniendo un discurso. Por un segundo, Binna vio al chico que se enfrentaba a todos sin necesidad de levantar la voz. Pero ese Harry también estaba herido.
- “¿Te molesta que piensen que estás conmigo?”, preguntó ella, bajando la voz.
Harry giró la cabeza con brusquedad.
- No seas tonta. Me molesta que te hagan sentir menos por estar conmigo. Que lo usen para atacarte. No me molesta lo que tenemos, Binna. Me importa demasiado”, expresó Harry.
Ella tragó saliva. Sentía el corazón golpearle el pecho. Miró alrededor, consciente de que varios seguían en el aula, fingiendo conversaciones, pero con los oídos atentos.
- “No quiero que te sientas obligado a protegerme. Ni a aparecer aquí como si tuvieras que probar algo”, dijo Binna.
- “No lo hice por eso. Vine porque no pienso dejar que te enfrenten sola. Si alguien tiene algo que decir, que me lo diga a mí”, manifestó Harry.
Entonces, inesperadamente, uno de los chicos del grupo de Harry se acercó.
- “Eh, Salazar”, dijo en voz alta. “¿De verdad estás saliendo con ella? ¿Es oficial?”, preguntó.
Harry se levantó con tranquilidad. Su estatura se impuso en el aula.
- “¿Tienes algún problema?”, cuestionó Harry.
- “¿Yo? No”, respondió el chico y retrocedió un paso. “Solo preguntaba…”, añadió.
- “Pues que quede claro”, expresó Harry. “Sí, estoy saliendo con Binna. Si a alguien le molesta, puede meterse su opinión donde no le dé el sol”, agregó con mirada fiera.
Hubo risas y un murmullo generalizado. Harry recogió su carpeta y le extendió la mano a Binna.
- “¿Vamos?”, preguntó él.
Ella dudó. Sabía que, si salía con él por la puerta principal, la universidad entera vería. Pero si no lo hacía, si se quedaba allí acobardada, sería como aceptar que no tenía derecho a estar con él.
Tomó su mano.
Salieron juntos.
Y aunque su estómago estaba revuelto, y el mundo parecía inclinarse hacia ellos con sus miradas y cuchicheos, por primera vez Binna sintió que no estaba huyendo.
Esa mañana, entre pasillos llenos de murmuraciones, comenzó a entender lo que era tener a alguien que no solo te besaba en privado, sino que también estaba dispuesto a caminar contigo frente a todos.
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Editado: 30.06.2025