El sol de la mañana acariciaba la ciudad con una calidez inusual para la época. En el departamento sobre la pastelería, el aroma del café recién hecho se mezclaba con el sonido de secadores, risas contenidas y el murmullo constante de nervios.
Sia estaba frente al espejo. El vestido elegido días atrás caía como una cascada de luz sobre su cuerpo, y el encaje delicado marcaba su figura con una elegancia suave, sin pretensión. Cristina, con una flor en el cabello y un lápiz labial en mano, la observaba desde atrás.
- “Estás increíble”, dijo Cristina, sin disimular la emoción.
- “Estoy temblando”, confesó Sia, acomodándose los pendientes con las manos húmedas.
- “Estás a punto de casarte con el hombre que elegiste. Si no temblaras, serías un robot”, comentó Cristina.
Binna entró en ese momento, con un vestido verde claro y el cabello recogido con flores pequeñas. Se quedó en silencio al ver a su madre. Sia giró, y ambas se miraron por un segundo que pareció eterno.
- “Estás preciosa”, susurró Binna, con la voz algo quebrada.
- “Y tú también”, dijo Sia, acercándose y tomándola de las manos. Gracias por estar a mi lado.
Binna quiso decir muchas cosas. Que la amaba. Que tenía miedo. Que quería que todo saliera bien, aunque sentía que algo podía desbordarse. Pero solo asintió, conteniendo todo lo que no sabía cómo poner en palabras.
Del otro lado de la ciudad, Enrique estaba terminando de ajustarse el nudo de la corbata cuando Harry entró en la habitación, peinado y elegante, con el traje perfectamente entallado.
- “¿Listo para convertirte en un hombre casado?”, preguntó Harry con tono burlón, aunque algo en sus ojos era sincero.
- “No me molestes, que ya me cuesta respirar”, bromeó Enrique, pero su voz no ocultaba del todo el temblor.
Harry se acercó y le acomodó la solapa con un gesto automático.
- “Te queda bien. Pareces menos solitario”, dijo Harry.
Enrique lo miró. Quiso decirle que eso era gracias a él también. Que esa nueva vida no sería solo con Sia, sino también como un intento de enmendar las ausencias, de construir algo más sólido.
- “¿Estás bien con todo esto?”, preguntó Enrique.
Harry dudó apenas.
- “Sí. Estoy bien”, respondió Harry. Pero su mente estaba en otra parte. En Binna.
La ceremonia se celebraba en un jardín abierto, rodeado de glicinas y luces colgantes. Las sillas dispuestas en filas perfectas, las flores blancas y lilas, el altar vestido de tul, todo parecía sacado de un sueño de Pinterest.
Sia llegó tomada del brazo de su hija, habían sido el todo de cada uno, quien más podría caminar con ella, ese trayecto especial. Caminó hacia Enrique con el corazón desbocado, mientras todos se levantaban para recibirla.
Enrique no pudo contener la emoción al verla. Por un instante, el mundo desapareció. Solo existían ellos dos.
- “Hola”, susurró Sia al llegar al altar.
- “Hola”, respondió Enrique, sin poder dejar de mirarla.
Las palabras del oficiante se deslizaron entre promesas, anécdotas y sonrisas cómplices. Cuando pronunciaron el “sí, quiero”, un aplauso estalló en el aire, acompañado por pétalos que volaron desde los costados.
Y en medio de la algarabía, Binna y Harry se miraron desde lados opuestos del jardín. Por un momento, fue como si el mundo entero se congelara. La sonrisa de Binna era tensa. La de Harry, apenas insinuada.
La fiesta comenzó con la caída del sol. Luces cálidas entre los árboles, música en vivo, mesas con manteles de lino y copas de espumante. Los invitados reían, bailaban, brindaban.
Sia y Enrique parecían vivir dentro de una burbuja. Bailaron abrazados, se besaron con ternura. Cada gesto entre ellos era una caricia al alma.
Más tarde, ya bien entrada la noche, Sia se acercó a Binna mientras todos bailaban.
- “¿Podemos hablar un minuto?”, le dijo suavemente.
- “Claro, má”, respondió Binna.
Se alejaron hacia un rincón menos concurrido, con vista al jardín iluminado por guirnaldas.
- “Solo quería decirte que estoy muy orgullosa de ti. Por cómo enfrentaste todo. Por confiar en mí”, comenzó Sia, tomándola de la mano.
Binna sonrió, con los ojos un poco vidriosos.
- “Tenía miedo de arruinar todo. De que pensaras que mi relación con Harry era un obstáculo”, dijo Binna.
- “Nunca. Lo que haya entre tú y él no interfiere con lo que hay entre Enrique y yo. Al contrario, si hay cariño, si se cuidan, eso me da paz. Solo quiero que seas feliz. Y que, si en algún momento sentís que algo no va bien, puedas decírmelo sin miedo”, manifestó Sia.
Binna asintió. Esta vez, sin dudas.
- “Gracias, má. De verdad”, dijo Sia.
Se abrazaron con fuerza. En ese momento, Harry las observaba desde lejos, cruzando miradas con Enrique, quien solo asintió con una leve sonrisa. Habían comenzado como dos familias separadas. Y aunque todavía quedaban tensiones, risas incómodas y desafíos por delante, el primer paso hacia un nuevo hogar, ya estaba dado.
Más tarde, la música suave flotaba por el salón mientras las luces cálidas caían en cascada desde las guirnaldas que colgaban del techo. Sia, con su vestido color marfil ceñido a la cintura, bailaba lentamente con Enrique, sus dedos entrelazados, sus miradas perdidas solo en el otro.
- “Nunca creí que volvería a enamorarme así”, le susurró ella, con la voz cargada de emoción.
- “Y yo nunca pensé que el amor pudiera sentirse tan sereno”, respondió él, besándole la frente.
A su alrededor, las parejas se movían al compás de una balada, pero parecía que el mundo entero se desvanecía, hasta que solo quedaban ellos dos.
Desde una esquina del salón, Binna observaba esa escena. Tenía un nudo en la garganta, pero no era tristeza. Era algo más profundo. Era esa mezcla de esperanza y anhelo que nace al ver un amor verdadero. Harry estaba junto a ella, las manos en los bolsillos, en silencio.
- “¿Quieres bailar?”, preguntó él, finalmente, rompiendo la quietud con una voz suave.
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Editado: 30.06.2025