Sin Galán, Tim

33. Ya no vamos a escondernos

Binna se miró al espejo con cierta incredulidad. El vestido azul medianoche que Janice le había prestado no era algo que acostumbrara usar. Tenía el escote justo, el vuelo preciso y ese brillo sutil que parecía decirle al mundo: “mírame”. Janice sonrió detrás de ella, ajustándole un mechón de cabello suelto.

- “Te ves hermosa, Binna. Si alguien no lo nota, es porque está ciego o tiene envidia”, dijo Janice, segura.

Binna intentó devolverle la sonrisa, aunque en su interior las dudas se agolpaban. ¿Era buena idea asistir a esa gala universitaria? ¿Valía la pena exponerse a las miradas, a los comentarios, al juicio que siempre parecía seguirla desde que comenzó a salir con Harry? No eran solo rumores: las gemelas seguían con sus insinuaciones y más de una vez la habían mirado como si fuera una intrusa.

Pero esa noche, Janice la tomó del brazo y no permitió que retrocediera. Entraron juntas al elegante auditorio, donde luces tenues caían sobre los ventanales y la música clásica de fondo daba un aire casi mágico al lugar. Estaban todos allí: estudiantes, profesores, invitados y también Harry.

Él la vio desde el otro lado del salón, con una copa en la mano y ese gesto desenfadado que tanto lo caracterizaba. Pero sus ojos se detuvieron en Binna y ya no hubo nadie más. Caminó hacia ella sin prisa, sin desviar la mirada. Binna tragó saliva y bajó los ojos. Janice apretó su mano.
- “Aquí viene. Respira. O finge seguridad hasta que te la creas”, susurró Janice con una sonrisa torcida.
- “Estás preciosa”, dijo Harry al llegar, con un tono más bajo que de costumbre, cargado de admiración.
- “Gracias”, murmuró Binna, y cuando levantó la vista, él ya estaba ofreciéndole su brazo. Ella lo tomó, casi sin pensar.

La gala avanzaba con discursos y brindis. Harry la mantenía cerca, pero sin sobreexponerla. Solo cuando alguien se acercaba con comentarios pasivo-agresivos o una broma en doble sentido, él respondía con ironía y una sonrisa peligrosa. Nadie quería provocarlo demasiado. Y, sin embargo, las gemelas lo intentaron.
- “Bueno, bueno ¿no es adorable? Los hermanitos, tan unidos”, dijo una de ellas al pasar, con una copa en la mano.

Binna sintió cómo la tensión le subía al pecho, pero Harry se limitó a girarse con calma.
- “¿Sabes lo que es adorable? Que creas que puedes ofendernos cuando nadie te toma en serio desde el primer semestre”, respondió Harry, sin levantar la voz.

Hubo una risita de algunos que oyeron, y la gemela se alejó con el ceño fruncido. Binna se quedó helada.
- “¿Te das cuenta de lo que acabas de decir?”, preguntó Binna.
- “Sí. Y también sé que no tienes por qué soportar que te hagan sentir menos por algo que no hiciste mal”, contestó Harry, más serio.

Janice volvió a aparecer con una nueva copa para Binna. Se la entregó en silencio y le lanzó una mirada cómplice a Harry. Luego, aprovechando que Binna se alejaba unos pasos, se giró hacia él:
- “Si le rompes el corazón, no me importa que seamos compañeros de carrera: te hundo”, advirtió Janice.

Harry sonrió, divertido, pero no respondió. En lugar de eso, caminó hacia Binna, que observaba el cielo desde uno de los balcones del auditorio. La ciudad parecía un tapiz de luces bajo sus pies.
- “¿Estás bien?”, preguntó él, acercándose.

Binna asintió, aunque no del todo convencida.
- “¿Y si tienen razón?”, preguntó en voz baja. “¿Y si esto está mal? Vivimos en la misma casa… nuestros padres…”.

Harry se acercó más. Su voz fue un susurro.
- “Entonces que el mundo se ponga al día y no se quede en el medioevo. Porque yo no pienso dejar de sentir lo que siento”, afirmó Harry.

Ella giró hacia él, sorprendida por la contundencia. Quiso hablar, pero no supo qué decir. La noche se volvió silenciosa a su alrededor.

La sala estaba decorada con luces tenues y música suave, el murmullo constante de los estudiantes se mezclaba con el repicar de las copas y las risas forzadas. Binna intentaba mantenerse cerca de Janice, su amiga incondicional, mientras soportaba las miradas cargadas de juicio que se clavaban en su espalda como agujas.

- “No les hagas caso”, murmuró Janice. “Son un montón de frustrados que no soportan que seas feliz”.

Binna esbozó una sonrisa débil, pero su mirada seguía inquieta, escaneando el salón en busca de Harry. Desde que llegaron, él había sido abordado por al menos tres grupos de personas: compañeros del equipo, chicas “amistosas” y hasta profesores.

- “¿Tú crees que lo nuestro vale la pena con todo esto encima?”, preguntó Binna, en voz baja, como si temiera que la respuesta doliera.

- “No lo dudes, Binna. Él está loco por ti. Y si me equivoco, lo sabremos esta noche”, respondió Janice.

Justo entonces, las luces se atenuaron un poco más y un presentador informal subió al pequeño escenario. Harry, como si hubiera estado esperando el momento exacto, se adelantó con decisión. Algunos lo alentaron con silbidos y bromas. Binna sintió que el corazón le palpitaba con fuerza, sin saber qué esperar.

- "Buenas noches", dijo Harry, tomando el micrófono. "No voy a cantar, tranquilos. Pero sí quiero decir algo. Algo que todos aquí, en esta sala, merecen escuchar, y que Binna también merece".

Un silencio expectante cayó de pronto. Binna palideció, sintiendo que el mundo giraba demasiado lento.

- " Muchos han hablado de ella. De nosotros. Han inventado, asumido y juzgado. Que si se metió conmigo para sacarle provecho a mi familia. Que si esto, que si lo otro...".

Algunos murmullos se reactivaron. Binna sentía las piernas flojas.

- "Pero lo que ninguno de ellos sabe", continuó Harry, con la voz firme y clara, "es que no hay un solo día desde que la conocí, en el que no haya sentido que tengo suerte. Binna es brillante, fuerte, dulce y no tiene que demostrarle nada a nadie. Si está conmigo, es porque nos elegimos. Porque nos amamos".

Hubo un silencio absoluto.




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