Sin Galán, Tim

34. Momentos a solas

El sonido de la lluvia golpeando suavemente las ventanas acompañaba la tarde gris que se posaba sobre la enorme casa. Sia estaba en la pastelería; Enrique, en una reunión por videollamada. La casa se sentía silenciosa, como si le concediera un suspiro de intimidad a sus habitantes más jóvenes.

Binna se había refugiado en el cuarto de lectura, con los pies sobre el sofá y un libro entre las manos. Llevaba una de esas sudaderas enormes que Harry solía dejar tiradas en su silla, y aunque no lo diría en voz alta, adoraba el olor que conservaban.

Harry entró sin tocar, con una sonrisa tranquila y un vaso de leche en la mano.

- “¿Otra vez con el libro de cartas que nunca se envían?”, preguntó Harry, apoyándose en el marco de la puerta.

Binna lo miró por encima del borde del libro y sonrió.

- Hay algo lindo en lo que no se dice. Es como si las palabras se quedaran viviendo en el pecho de quien las escribe”, dijo Binna.

Harry se acercó, sentándose a su lado sin preguntar. La habitación era amplia, pero cada vez que estaban juntos, parecía que el aire se compactaba.

- “A veces”, dijo él, tras un momento de silencio, “pienso que no te digo todo lo que debería”.

Binna bajó el libro.

- “¿Por miedo?”, preguntó Binna.

Harry se encogió de hombros.

- “Quizás. O porque cuando te tengo tan cerca, no quiero arruinarlo”, respondió Harry.

Ella lo miró con una mezcla de ternura y desconcierto. Le acarició la mejilla con la yema de los dedos, como si intentara entender algo más profundo en sus palabras.

- “¿Arruinar qué?”, susurró Binna.

Harry se inclinó, apoyando la frente contra la de ella.

- “Esto. Lo que somos. Lo que siento. A veces tengo miedo de ir demasiado rápido y que tú te asustes”, confesó Harry.

Binna tragó saliva. Él podía ser el chico más codiciado de la universidad, el que todos miraban como si nada lo tocara, pero frente a ella, no era más que un joven inseguro que también tenía miedo de amar mal.

- “No me asusto de ti”, respondió Binna, apenas audible. “Me asusto de no estar a la altura de todo esto”.

Se quedaron así, con las frentes unidas, los ojos cerrados, respirando el mismo aire. Sus corazones, aunque jóvenes, latían con un ritmo que reconocía la intensidad de lo que estaban viviendo.

Harry deslizó una mano por su mejilla, luego por el cuello, hasta enredar los dedos en su cabello.

- “¿Quieres que vayamos despacio?”, preguntó Harry, como si cada palabra fuera una caricia.

Binna asintió.

- “Quiero que lleguemos cuando estemos listos. No porque el mundo empuje, ni porque estemos solos en una casa grande”, respondió Binna.

Harry sonrió, esa sonrisa suya que sólo le pertenecía a ella.

- “Eres más fuerte de lo que piensas, Binna”, dijo Harry.

- “Y tú más tierno de lo que aparentas, Harry”, expresó Binna.

Él le dio un beso en la frente. Luego, uno en la mejilla. La tensión se sentía, como una cuerda vibrando entre los dos. Pero no cruzaron el umbral.

Todavía no.

La tarde siguiente, la universidad estaba agitada por los preparativos de la feria cultural. Binna caminaba entre los puestos con su nueva amiga, Abril, una chica de intercambio que parecía disfrutar de cada detalle. Janice se había quedado en el aula, y aunque Binna lo agradecía, en parte extrañaba su honestidad cortante.

- “¿Ese no es tu novio?”, preguntó Abril, señalando a Harry que hablaba con unos compañeros del club de cine.

Binna lo observó de lejos. Tenía esa sonrisa relajada y segura que tantos envidiaban, pero había algo en su mirada que siempre volvía a buscarla, aunque estuvieran en extremos opuestos del mundo.

- “Sí”, respondió Binna con una sonrisa casi tímida. “Es Harry”.

Abril la miró con picardía.

- “¿Y ya…?”, dejó la frase en el aire.

Binna se rio nerviosa y negó con la cabeza.

- “No. Aún no. No es tan simple”, respondió Binna.

Abril asintió, sin juzgarla.

- “No lo es cuando lo sientes de verdad. Cuando el cuerpo quiere correr, pero el alma dice espera un poco más”, comentó Abril.

Binna no respondió. Miraba a Harry, pero sentía que lo pensaba mucho más de lo que lo miraba.

Esa noche, después de cenar, Harry la esperó en la terraza, como muchas veces. La vista desde allí mostraba las luces de la ciudad como un tapiz distante. Binna se sentó a su lado con una manta sobre los hombros.

- “¿Cómo fue tu día?”, preguntó él, ofreciéndole un chocolate caliente.

- Largo. Confuso. Abril preguntó si ya habíamos tenido sexo”, dijo Binna sin rodeos, con un leve sonrojo. “No lo dije para presionarte, solo me sorprendió lo natural que lo preguntó”.

Harry no pareció incómodo. La miró con calma, dándole un sorbo a su taza.

- “Es normal que lo piensen. Vivimos juntos. A veces hasta yo me sorprendo de lo fuerte que te deseo y lo mucho que me contengo”, expresó Harry.

Binna lo miró, el corazón golpeándole el pecho.

- “¿Por qué te contienes?”, preguntó Binna.

Harry se giró hacia ella, muy despacio.

- “Porque tú eres más importante que el impulso. Porque no quiero que nuestra historia se base en una noche. Quiero que sea algo que recordemos sin dudas, sin prisas, sin culpas”, respondió Harry.

Binna bajó la mirada. Le temblaban un poco los dedos, y no sabía si era por el frío o por él.

- “No sé cómo hacerlo”, confesó. No hablo de ESO. Hablo de todo. De amarte bien”.

Harry sonrió, esa sonrisa rota y dulce.

Hubo un silencio que no fue incómodo. Solo profundo. Él la abrazó con cuidado, como si cada centímetro de su cuerpo fuera frágil.

Y entonces, por primera vez, Binna sintió que no necesitaba correr. Que estaba donde quería estar.

La tensión no se evaporó. Al contrario, creció. Pero creció como un fuego lento que promete durar más que una chispa.




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