La mañana amaneció tibia, como si la ciudad hubiera decidido darles una tregua. Sin clases, sin compromisos, sin expectativas. Era sábado, y todos en casa tenían sus propios planes, menos ellos.
Harry fue el primero en despertar, con el pelo revuelto y el móvil apagado desde la noche anterior. Se quedó un rato mirando el techo, pensando en nada en particular. Bajó en pijama a la cocina y encontró una nota de Sia: “Salí temprano con Enrique. La pastelería abre más tarde hoy. Que tengan un lindo día”. Al lado, dos tazas limpias, café en polvo y un frasco de mermelada de durazno.
Cuando subió con las dos tazas humeantes en la mano, tocó suavemente la puerta del cuarto de Binna.
- “¿Aun duermes?”, preguntó Harry.
- “Ya no”, respondió ella con voz adormilada.
Abrió la puerta y la encontró envuelta en una manta, con el cabello enredado y la mirada todavía perdida entre sueños.
- “Hice café. Pero si preferís dormir, lo entiendo”, dijo Harry, dejando la taza sobre su escritorio.
- ¿Y si te prefiero a ti?”, preguntó Binna.
Harry se detuvo.
- “Entonces tengo el resto del día para ti”, respondió, sonriendo.
Se quedaron en el cuarto de ella hasta el mediodía, hablando, riendo, viendo series antiguas. A veces, sin hablar, solo viéndose, compartiendo silencios que no pesaban.
- “¿Qué quieres hacer hoy?”, preguntó ella mientras jugaba con sus dedos.
- “Lo que sea, contigo”, respondió él, mirándola como si fuera lo único real en el mundo.
Terminaron saliendo a caminar, sin rumbo fijo. Cruzaron plazas, se compraron un helado, se sacaron fotos con filtros tontos y se burlaron de ellos mismos. En un momento, Binna tomó su mano. Ya no con timidez, sino con naturalidad. Como si lo hubiera hecho desde siempre.
Llegaron a un parque con una laguna, y se sentaron en el pasto, entre risas y abrazos. Binna se apoyó sobre su pecho, y él la rodeó con ambos brazos.
- “¿Esto es el amor?”, preguntó ella, sin levantar la cabeza.
Harry pensó la respuesta unos segundos.
- “No lo sé. Pero si no lo es, tal vez se sienta muy parecido”, respondió Binn.
Ella sonrió, cerrando los ojos.
- “No quiero que esto termine. Nunca”, dijo Binna.
- “Entonces no va a terminar. Vamos a construir más días como este. Los que quieras”, expresó Harry.
La tarde empezó a caer, dorando los árboles y tiñendo el cielo de un rosa suave. El viento jugaba con el cabello de Binna y Harry la miraba como si no existiera nada más importante.
Y antes de volver, en esa hora mágica en que todo parece posible, se besaron. No fue un beso con hambre. Fue lento, íntimo, lleno de promesas no dichas. Fue un beso de los que no se olvidan, porque no se dan con los labios, sino con el alma.
Volvieron tomados de la mano, sin hablar mucho. No hacía falta.
Esa noche, cada uno durmió en su habitación, pero sabiendo que el amor, cuando es cuidado y sincero, puede esperar. Porque ahora lo compartían todo: el hogar, los secretos, y esa certeza profunda de que se estaban eligiendo cada día.
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Editado: 30.06.2025