Sin Galán, Tim

36. La primera vez

La casa estaba en silencio, como si el tiempo mismo hubiese decidido tomar un respiro. Era una de esas noches de fines de verano, en las que el calor se adormece y el viento tibio parece acariciar las cortinas como un amante que no quiere despertar a su compañera.

Sia y Enrique se habían ido por el fin de semana a un pequeño retiro de parejas, por su primer aniversario de bodas; y aunque Harry y Binna ya habían compartido muchas tardes en esa casa, nunca la habían sentido tan vacía, ni tan solo para ellos.

Harry preparaba una bandeja con dos vasos de limonada y algunas galletas cuando Binna bajó las escaleras descalza, tenía un vestido de flores, sencillo, con los hombros descubiertos y algo ancho en la parte de abajo. Sus ojos, brillantes y un poco más oscuros que de costumbre, se posaron sobre él. No habló. Solo caminó hasta el living y se sentó en el sillón.

- “¿Quieres ver una peli?”, preguntó él, acercándose con la bandeja en mano.

Binna lo miró. Había algo diferente en sus pupilas, como si cada pensamiento fuera demasiado grande para caberle en la garganta.

- “Hoy no quiero ver nada”, respondió ella.

Harry dejó la bandeja sobre la mesa ratona, sin decir una palabra. Se sentó a su lado, y ella se recostó contra él. El peso de su cabeza en su pecho, el calor de su respiración sobre su piel, parecían comunicar algo mucho más complejo que cualquier conversación.

- “¿Quieres hablar?”, susurró él.

Binna negó con suavidad.

- “No. Quiero sentir”, respondió ella

Fue ella quien lo besó primero, con una delicadeza que rozaba lo sagrado. Harry no apuró el momento. La besó de vuelta, con esa mezcla perfecta de pasión contenida y devoción muda. No había prisa. No había ruido. Solo ellos.

Subieron las escaleras tomados de la mano. Cada paso era un pacto, cada mirada un acuerdo silencioso. Al llegar a la habitación de Binna, Harry se detuvo. La miró.

- “Binna, si no quieres…”, dijo Harry.
- “Sí quiero. Lo he querido desde hace tiempo. Solo necesitaba estar segura de que eras tú...”, susurró ella, con una honestidad que lo desarmó por dentro.

Binna no sabía cuánto tiempo había pasado desde que Harry la miró como si fuera su mundo entero. Lo cierto es que cuando él le acarició la mejilla con la yema de los dedos, el resto desapareció. Solo eran ellos, en esa habitación cálida, entre las luces tenues que colaban un resplandor ámbar sobre los muebles. El aire parecía contenerse.

Binna sintió el pulso golpearle en las sienes. Estaba nerviosa, sí, pero también estaba segura. Lo deseaba. A él. Con él. Por primera vez, sin miedo, sin dudas. Lo amaba.

Harry rozó sus labios con una suavidad que la desarmó. No fue un beso urgente, sino uno lento, casi reverente. Sus manos se entrelazaron con las de ella como si necesitara anclarla. Binna correspondió, sintiendo cómo el corazón se le subía hasta la garganta. Las mariposas en su estómago no eran suaves revoloteos, eran tempestades dulces.

Sus cuerpos se acercaron, despacio, con la torpeza dulce de los primeros descubrimientos. Harry deslizó los dedos por su espalda, bajando con cuidado el cierre del vestido de Binna, mientras sus labios no se apartaban de los de ella. El sonido fue casi inaudible, pero en el silencio de la habitación sonó como el preludio de un nuevo capítulo en sus vidas.

Cuando el vestido cayó al suelo, Binna sintió la piel erizada. No de frío, sino de conciencia, de ser mirada con adoración. Harry no la devoraba con la mirada; la contemplaba como si fuera sagrada.

- “Estás preciosa…”, susurró él, apenas audible.

Ella bajó la mirada, avergonzada, pero cuando la levantó, su decisión estaba ahí. Lo abrazó por el cuello, acercándolo, fundiéndose en otro beso que ya no fue tan inocente. Su boca buscó más, y la de él respondió con hambre contenida.

Las caricias fueron lentas, temblorosas al principio, luego más seguras. Harry le acarició los brazos, los hombros, el cuello, como si recorriera un mapa que necesitaba memorizar. Binna no sabía que podía estremecerse así, solo con una mano rozando su cintura. Le acarició el pecho con reverencia, y ella jadeó, sorprendida por la intensidad del contacto. Él se detuvo, preocupado, pero Binna le tomó la mano y la guió de nuevo.

- “No pares…”, murmuró ella con la voz entrecortada.

El mundo se había vuelto fuego y terciopelo. Binna sintió sus propios dedos recorrer el pecho de Harry, su abdomen tenso, los músculos vibrantes bajo su piel. Sus cuerpos se buscaron, se acercaron. Cuando sus pieles se tocaron por completo, fue como una descarga.

La primera vez no fue perfecta. Hubo risas nerviosas, miradas tímidas, pausas para recuperar el aliento o calmar la ansiedad. Pero fue real. Fue hermosa. Y cuando finalmente sucedió, cuando sus cuerpos se unieron, no hubo vergüenza, ni temor: solo amor, respirado al unísono, sentido en cada latido.

Binna sintió que el mundo se detenía. Que el techo desaparecía. Que el universo cabía dentro del pecho de Harry, cuando él la miraba entre susurros y movimientos delicados. Cuando sus manos le sostenían la cadera como si ella pudiera deshacerse en el aire. Cuando le decía su nombre como si fuera una oración.

Y cuando todo terminó, y quedaron abrazados en la penumbra, sudorosos y temblorosos, Binna apoyó la cabeza en su pecho. Escuchó los latidos acelerados de él y pensó que eso era el amor: sentirse segura, deseada, y completamente viva.

Harry le besó la frente, sin decir nada. No hacía falta.

Ella sonrió. Ya no era la misma. Había algo nuevo en ella: una fuerza dulce, un conocimiento íntimo, un lazo invisible que la unía aún más a él.

Esa noche no durmieron pronto. Se quedaron acariciándose el alma con palabras suaves y gestos lentos. El amor no acabó en el acto, apenas comenzaba.

La luz de la mañana se filtró a través de las cortinas como un suspiro tibio, dibujando líneas doradas sobre los cuerpos entrelazados. Binna abrió los ojos lentamente, como si el mundo real tuviera que esperar un poco más. Por un instante no supo dónde estaba. Luego lo sintió. El calor de Harry junto a ella, su respiración profunda, el brazo rodeándole la cintura con una naturalidad nueva, como si siempre hubiera pertenecido ahí.




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