Sin Galán, Tim

47. La arpía detrás de todo

Harry llegó al edificio con las manos dentro de los bolsillos, los puños apretados y la mandíbula tensa. El conserje ni siquiera levantó la vista cuando lo vio pasar; él ya había tomado nota del apellido falso con el que se había registrado Augusto hacía unos días.

Piso 9. Departamento B.

El ascensor parecía no llegar nunca. Harry, impaciente, optó por las escaleras. Subió de dos en dos, casi sin sentir el esfuerzo. La adrenalina lo empujaba.

Tocó la puerta con los nudillos. Firme. Tres golpes.

Silencio.

Volvió a tocar. Nada.

Cuando estaba a punto de irse, escuchó el clic del seguro. La puerta se entreabrió y apareció Augusto, con una bata gris y una mirada que decía más de lo que su boca callaba.

- “Sabía que vendrías”, dijo Augusto, sin sorpresa.
- “Entonces no perdamos tiempo”, respondió Harry, entrando sin pedir permiso.

El departamento era pequeño, sobrio. Pocas cosas, todo limpio. Ni una foto. Ni un objeto personal.

Augusto cerró la puerta con lentitud.

- “¿Vienes por Binna?”, preguntó Augusto. Harry lo miró con frialdad.
- “Vengo por Laura. Sé que están juntos. Sé que intentaron entrar a casa. No estás aquí por casualidad”, expresó Harry, mirándolo fijamente.

Augusto se quedó en silencio unos segundos, luego caminó hasta la barra de la cocina y sirvió dos vasos de whisky. Ofreció uno. Harry no lo aceptó.

- “Ella está jugando un juego peligroso”, dijo el hombre. “Yo solo quise acercarme a Binna, pero Laura tiene otros planes. Siempre los tiene”, afirmó Augusto.
- “¿Qué quiere?”, preguntó Harry.

Augusto lo miró con una mezcla de pena y admiración.

- “Lo que siempre quiso: control. Quiere castigar a Enrique por haber sido feliz sin ella. Y a Sia por haberle ROBADO su lugar. Y a ti, porque la olvidaste. No soporta haber sido dejada atrás”, expresó Augusto.

Harry se cruzó de brazos.

- “¿Y tú? ¿Qué ganas con todo esto?”, preguntó Harry. Augusto sonrió apenas.
- “Al principio pensé que podía tener a mi hija cerca, enmendar algo. Pero Laura, ella no perdona. Ni olvida”, respondió Augusto. Harry se acercó.
- “¿Fuiste tú el de la fiesta?”, cuestionó Harry. Augusto bajó la mirada. Su silencio lo delató.
- “Ella me pidió que lo hiciera. Solo un susto, nada grave”, dijo con voz cansada. “Pero no va a detenerse. Si tú no te enfrentas a ella, lo hará por otros medios”, añadió.
- “Entonces ayúdame”, dijo Harry. “Dime dónde está, qué planea. Quiero terminar esto antes de que alguien salga lastimado”.

Augusto dudó. Luego caminó hacia una cajonera, sacó un sobre y lo extendió hacia Harry.

- “Esto lo encontré entre sus cosas. No se lo digas. Es un contrato. Una cuenta bancaria. Nombres. Hay uno que no reconocí. Tal vez tú sí”, expresó Augusto.

Harry lo tomó. Abrió el sobre. Al leer los papeles, sintió que algo en el pecho se le endurecía.

- ¿“Fundación Seguridad Familiar”? ¿Qué es esto?”, inquirió Harry.

Augusto se encogió de hombros.

- “Un lugar en las afueras. Ella lo mencionó como “la salida limpia”. Me dio miedo preguntar más”, contestó Augusto.

Harry guardó el sobre.

- “Si le haces daño a Binna, te vas a arrepentir”, advirtió Harry.

Mientras bajaba por las escaleras, Harry sintió que algo dentro de él se encendía. No era rabia. No era miedo. Era la certeza de que ya no era un chico tratando de huir del pasado. Era un hombre decidido a proteger su presente, cueste lo que cueste.

Cuando Harry llegó a casa, dejó el sobre sobre la cama, con la misma precaución con la que se sostiene un arma cargada. Binna se sentó junto a él, con las piernas cruzadas, todavía en pijama. Afuera llovía con parsimonia, como si el cielo supiera que lo importante no estaba ocurriendo allá fuera, sino en esa habitación, entre dos cuerpos demasiado cansados para fingir.

- “¿Estás seguro de que Augusto te dio esto sin que Laura lo supiera?”, preguntó Binna, tocando el borde del papel como si quemara.
- “Lo encontró entre sus cosas. Él dijo que lo había tomado sin permiso, que tenía miedo de preguntar más. Y, por cómo lo dijo, le creo”, dijo Harry y se reclinó contra el respaldar. “Pero hay algo en todo esto que no encaja. Laura nunca hace nada sin un propósito mayor”.

Binna asintió. Abrió el sobre. Sacó las copias: un contrato firmado con la llamada “Fundación Seguridad Familiar”, una cuenta bancaria en las Islas Caimán, varios nombres y uno que los detuvo a ambos.

- “¿Jessica Fernández?”, murmuró Binna. “¿Qué tiene que ver ella con esto?”.
- “Esa mujer nunca aceptó que mi papá eligiera a Sia”, dijo Harry, tenso. “Siempre estuvo rondando, esperando su momento”.

Binna leyó en voz baja.

- “Donación privada destinada a la implementación de procesos terapéuticos integrales. ¿Qué significa eso?”, cuestionó ella.

Harry frunció el ceño.

- “O es un eufemismo para internación forzada o algo mucho peor. Procesos terapéuticos integrales suena a lavado de cerebro. O aislamiento”, expresó Harry.

Binna cerró los ojos. Inspiró hondo.

- “¿Y si no es contra ti? ¿Y si el blanco es mi madre?”, preguntó Binna.

Harry la miró. Binna no hablaba como una hija herida, sino como una mujer que empezaba a hilar fino.

- “¿Querés decir que quieren sacarla del medio?”, inquirió Harry.
- “No físicamente. Pero emocionalmente. Si logran que todos crean que está desestabilizada, que necesita AYUDA, podrían buscar llevarla lejos. Silenciarla. Aislarla. Y ahí, Jessica vuelve como la salvadora”, dijo Binna y se estremeció. “Es tan retorcido que parece de novela”.

Harry se puso de pie, caminó por la habitación como un león encerrado.

- “¿Sabes lo que significa esto?”, dijo, girando hacia ella. “Que no es solo venganza. Que lo que Laura está haciendo es meticuloso. Un plan en capas. Y que Augusto fue apenas la punta del iceberg, para separarte de tu madre, y dejarla dolida y propensa al daño”.
- “No me gusta sentir que estamos reaccionando, dijo Binna acercándose y le tomó la mano. “Necesitamos adelantarnos. Jugar a su mismo nivel”.




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