Sin Galán, Tim

52. Una nueva vida y una promesa de volver

El sol de la mañana se filtraba por la ventana de la habitación, proyectando formas doradas sobre la colcha blanca. Sia llevaba varios días sintiéndose extraña: náuseas, cansancio, un sueño que parecía no acabar nunca. Al principio lo atribuyó al estrés, al desenlace reciente de toda la locura con Laura y Jessica. Pero ahora, había algo más.

- "¿Estás bien, mamá?", preguntó Binna, entrando con una bandeja de desayuno.

Sia sonrió, pero sus ojos delataban un cansancio que no lograba disimular.

- "Solo un poco mareada. No dormí bien anoche", respondió Sia.

- "Enrique dice que te hagas unos análisis", dijo Binna.

- "Ya los pedí", respondió ella, tomando con esfuerzo la taza de té. "No quiero preocuparlos sin necesidad".

Horas más tarde, cuando Enrique la acompañó al consultorio médico, el silencio en la sala de espera fue distinto. Sia tenía una sospecha. Una que le parecía imposible. Pero el corazón, el corazón ya lo sabía.

- "Felicitaciones", dijo la doctora, sonriendo con calidez. "Estás embarazada, Sia. De unas seis semanas"

La habitación pareció detenerse por un segundo. Enrique no dijo nada. Solo tomó su mano y la apretó con fuerza.

- "¿Es posible a mi edad?", preguntó Sia.

- "Sí, aunque hay riesgos. Por eso será un embarazo de cuidado. Necesitarás reposo, monitoreo constante y cero sobresaltos", respondió la doctora.

- "¿Riesgos?", preguntó Enrique, tenso.

- "Sí. Pero con atención adecuada y calma emocional, puede salir todo bien", contestó la doctora.

Sia sintió que algo le estallaba dentro. No de miedo. De vida.

- "¿Un bebé?", repitió Binna, boquiabierta, cuando se enteró esa noche.

- "Sí", dijo Sia, con una sonrisa nerviosa. "No lo planeamos, pero es real".

- "¿Estás feliz?", preguntó Binna.

- "Estoy asustada. Pero sí, también feliz. Es un regalo que no esperaba", respondió Sia.

Binna la abrazó fuerte. Sintió, por un momento, que todo lo que se había desmoronado tiempo atrás se estaba reconstruyendo en nuevas formas.

- "Entonces tenemos que cuidarte. Todos", dijo ella, con una dulzura firme. "Por ese bebé y por ti".

Enrique apareció en la puerta, con un gesto sereno pero determinado.

- "Ya hablé con Cristina. Va a venir a casa unos días. No estás sola, Sia. Y esta vez, vamos a hacer todo lo necesario para que los dos estén bien", manifestó Enrique.

Esa noche, Harry se acercó al jardín donde Binna miraba las estrellas, en silencio.

- "¿Puedo sentarme?", preguntó Harry.

- "Claro", dijo Binna.

Él se acomodó a su lado. En el bolsillo tenía la carta que le había llegado ese día. Binna no lo sabía aún.

- "¿En qué piensas?", preguntó ella.

- "En cómo cambian las cosas. Cómo una familia que estuvo a punto de romperse puede volver a latir con más fuerza", respondió Harry.

Binna lo miró. Había ternura en sus ojos, pero también algo más. Algo que él no se animaba a decir todavía.

- "¿Y tú?", dijo él, cambiando el rumbo. "¿Estás bien con esto del bebé?", cuestionó.

- "Sí. Es raro. Pero también hermoso. Me hace pensar que, siempre hay espacio para lo inesperado. Para nuevos comienzos", expresó Binna.

Harry asintió. Luego bajó la mirada, indeciso. La carta seguía ahí, como una piedra caliente contra su pierna.

No se lo dijo aún. Pero pronto tendría que hacerlo. Porque las decisiones también llegan como los hijos: sin pedir permiso, y cuando menos se espera.

.

.

.

Harry despertó temprano. Demasiado temprano. El sobre seguía sobre el escritorio, sin abrir, como si temiera que su contenido pudiera cambiarlo todo.

No era que no supiera lo que decía. Lo intuía desde el momento en que lo vio, con ese membrete extranjero, su nombre escrito con pulso firme y sin adornos. Era una beca. Una oportunidad que había perseguido hacía tiempo, cuando todavía sentía que no pertenecía a ningún lugar. Una oportunidad única para estudios en desarrollo internacional, con prácticas en campo. Un año en Alemania. Otro en Marruecos.

Y ahora llegaba, justo cuando todo parecía empezar a asentarse.

Suspiró. Guardó el sobre en la chaqueta.

Binna estaba en la cocina, preparando café. Sus amigas Janice y Miranda habían pasado la noche con ella, charlando hasta tarde, entre risas, galletas y lágrimas silenciosas. Miranda ya se había ido temprano a trabajar, en la compañía de su padre, tenía que aprender del negocio, pero Janice aún dormía en el sillón.

- "¿Dormiste bien?", preguntó Binna cuando Harry apareció.

- "Sí. Más o menos", respondió él. Se acercó. Dudó un instante, y luego la abrazó por la espalda.

Binna apoyó sus manos sobre las de él. Se quedó en silencio, como si presintiera que algo se avecinaba.

- "¿Quieres contarme qué pasa?", preguntó Binna.

Harry sacó el sobre del bolsillo y lo dejó sobre la mesa, entre ambos. Binna lo miró sin tocarlo.

- "¿Qué es?", consultó ella.

- "Una beca. Me aceptaron. Es para trabajar en cooperación internacional. Es algo que siempre soñé, desde que estudiaba en la escuela, sabes que terminé la universidad antes, pero ahora no estoy seguro", respondió él.

- "¿Cuánto tiempo?", preguntó Binna.

- "Dos años", contestó él.

Binna bajó la vista. Jugó con el borde del sobre. No lloró.

- "¿Y quiere irte?", cuestionó ella.

- "No quiero alejarme de ti. Pero también sé que si no lo hago, tal vez me arrepienta el resto de mi vida", respondió él con sinceridad.

Ella asintió.

- "Entonces tienes que irte. Somos jóvenes Harry, es una oportunidad enorme", dijo Binna.

Harry la miró, sorprendido. Había esperado resistencia, reclamos, o incluso una súplica. Pero no esa claridad.

- "¿De verdad lo dices?", preguntó Harry.

- "Sí. Y no porque no me duela", agregó con la voz un poco más quebrada. "Sino porque si esto es amor de verdad, vamos a encontrarnos otra vez. Yo no quiero ser el motivo por el que no cumplas tu sueño", afirmó Binna.




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