Sin Galán, Tim

54. Esperar con el corazón abierto

En su primer cumpleaños, Roa ya caminaba. La casa se llenó de globos blancos, celestes y dorados. Sia preparó una torta de tres pisos. Janice y Miranda ayudaron con la decoración, y Binna hizo un video de los momentos más especiales del año. Cuando lo pusieron en el proyector, Sia lloró.

Enrique la abrazó desde atrás.

- "¿Cómo puede un año haber pasado tan rápido?", preguntó Enrique.

- "Porque lo vivimos intensamente", susurró Sia. "Porque no dejamos nada sin sentir".

Binna miró a su hermana mientras soplaban la vela por ella. Se preguntó cómo sería la vida cuando Roa fuera más grande, si aún estaría en esa casa, si Harry estaría de vuelta, si el amor que ambos guardaban podría resistir tanto tiempo.

Pero en ese instante no lo dijo. Solo lo pensó.

Después de la fiesta, mientras todos dormían, Binna fue a su cuarto, abrió la caja de madera donde guardaba las cartas, y añadió una más. No la escribió. Solo metió una foto: ella y Roa, abrazadas, riendo. Y en el reverso, escribió una frase corta:

“Seguimos acá. Las dos. Esperándote.”

Binna se despertó con el murmullo de Roa desde la habitación contigua. Sia ya había reducido sus turnos de trabajo y pasaba más tiempo en casa, pero esa mañana ella no estaba. La cita médica de control la había llevado a cruzar la ciudad.

Binna, en pijama, se acercó a la cuna. Roa la miraba con esa expresión seria que tanto había heredado de Enrique, pero al verla, sonrió sin reservas.

- "Buen día, princesa", murmuró, y la alzó con la soltura de quien ya conoce cada gesto de ese cuerpito.

Más tarde, mientras Cristina y Enrique conversaban en el comedor, Binna salió a caminar. Janice la esperaba en su cafetería favorita. Miranda no había podido ir; trabajaba doble turno, era la única hija de su padre y debía aprenderlo todo. Las cosas ya no eran como cuando recién empezó la universidad, pero la amistad seguía latiendo con fuerza.

- "Tienes ojeras", dijo Janice al verla. "Pero te quedan bien".

- "Gracias… ¿supongo?", dijo Binna

Rieron.

- "Fue el primer año de Roa. La casa está más viva que nunca", manifestó Binna.

- "¿Y tú?", preguntó Janice, tomando sorbo de su café. "¿Estás viva también?"

Binna la miró. No supo qué contestar.

- "Hago lo que puedo. Siento que estoy… pausada", dijo Binna.

Janice no preguntó por Harry. No era necesario.

- "Te queda poco para volver a darle play", dijo simplemente. "Y lo sabés".

Esa noche, Binna fue al cuarto de Harry. No entraba desde hacía meses. Todo seguía allí: su guitarra, las postales pegadas al corcho, los libros subrayados, el perfume apenas visible en el estante.

Abrió la ventana. El aire del atardecer era cálido y cargado de promesas.

Tomó un cuaderno que él había dejado. Al abrirlo, encontró una hoja suelta. Reconoció su letra:

“Lo que no se dice también construye. Te pienso sin palabras, pero con toda el alma.”

Binna no lloró. Pero algo dentro de ella se aflojó, como si una cuerda tensa hubiera comenzado, por fin, a soltarse.

Pasaron las semanas, Roa hablaba cada vez más. Decía “Bia” con dulzura, corría descalza por el jardín y adoraba que Binna le leyera cuentos antes de dormir.

Esa noche, mientras la acunaba, Roa le tocó el rostro y dijo: "Mano".

- "¿Harry?", preguntó, lo supuso, siempre le hablaba de él como confidente, y en las videollamadas no podía faltar el saludo a Roa.

Asintió.

- "Volverá pronto, amor. Muy pronto", dijo Binna.

No lo decía solo para tranquilizarla.

Lo decía porque, sin saber cómo, lo sentía en los huesos.

Y cuando las verdades más profundas se sienten, solo queda una cosa por hacer: esperar con el corazón abierto.




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