Sin Galán, Tim

55. Te amo

El sol del otoño caía oblicuo sobre la galería. Las plantas florecían tardías, como si el jardín se negara a despedirse del verano. Sia le enseñaba a Roa a cuidar una maceta de jazmines mientras Cristina organizaba los juguetes desparramados en el pasto.

- "Tiene paciencia", dijo Cristina, mirando a su amiga. "Como tú".

Sia sonrió. Se sentía más cansada de lo habitual, pero también más plena.

- "No creo que sea paciencia. Es que con Roa, no me molesta repetir las cosas. Es como si el tiempo se aflojara a su lado", dijo Sia.

Roa se agachó y besó una hoja, riéndose.

- "¡Fló!, dijo. Era su forma de decir “flor”.

En el living, Enrique revisaba algunos papeles con Miranda. Ella había venido a pasar el día y había terminado atrapada ayudándolo con la rendición de un proyecto social. Desde que Harry se fue, Enrique se había acercado más a las amigas de Binna. Las valoraba, les tenía cariño. Y sobre todo, sabía que ellas mantenían a Binna en pie; ellas agradecían porque era tener mayor conocimiento de los negocios.

- "¿Quiere un café?", preguntó Miranda, levantándose.

- "Sí, por favor", dijo Enrique, sin despegar la vista de la planilla.

Miranda entró a la cocina y se cruzó con Janice, que llegaba con un tupper de galletitas.

- "Estoy dejando mi currículum en todas partes", dijo Janice, mientras ponía agua a calentar. "Quiero trabajar en algo más creativo.

- "¿Y si lo abres tú?", preguntó Binna desde la puerta, sonriendo. "Tienes ideas brillantes. Te ayudo con redes".

Las tres se miraron. Durante un instante, el aire se llenó de esa energía que sólo aparece cuando algo nuevo está por nacer.

Esa noche, Roa no quería dormirse. Sia se sentó en el borde de la cama y le cantó una canción bajito. Enrique apareció con un vaso de agua y se lo tendió a su esposa.

- "Me asusta que todo esté tan bien", murmuró Sia.

Enrique la miró en silencio.

- "Lo merecemos", dijo él finalmente. "Después de todo lo que atravesamos, lo bueno tenía que llegar".

Sia apoyó la cabeza en su hombro.

- "Solo falta que él vuelva, ¿verdad?", preguntó Sia.

Enrique no necesitó aclaraciones.

- "Entonces, por fin, vamos a estar completos", respondió Enrique.

Binna, en su habitación, miraba el reloj. No tenía insomnio, pero dormía poco. Extrañaba cosas pequeñas: los pasos de Harry bajando la escalera, su risa cuando perdía en las cartas, el olor a canela que le quedaba en la ropa después de cocinar juntos.

Tomó su celular. Abrió una nota que había escrito para él hacía meses. La leyó. Y luego, sin pensarlo, agregó una línea nueva: “Estamos todos acá, esperándote. Sin saberlo, la casa se fue armando para ti", guardó el celular y se acostó.

Y por primera vez en semanas, se quedó dormida sonriendo.

Lo que nadie sabía era que, a miles de kilómetros, Harry había comprado su pasaje de regreso esa misma tarde.

Y esa casa, llena de galletitas, flores besadas, listas de Spotify, cuentos infantiles y nuevas certezas, ya lo estaba esperando.

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El sábado amaneció templado, con ese sol suave de fin de verano que parecía más una caricia que una luz.

En la cocina, Binna batía huevos mientras Roa le daba golpes al piso con una cuchara de madera, inventando una canción tribal. Sia observaba desde la isla, sonriendo, con una taza de té entre las manos.

En el jardín, Enrique revisaba el sistema de riego junto a Cristina, que había llegado temprano con medialunas y chismes del barrio.

- "Binna está más tranquila", comentó Cristina. "Pero se nota que lo sigue esperando".

- "Yo también", dijo Enrique, serio.

- "¿Creés que vuelva pronto?", preguntó Cristina.

- "No sé. Pero sé que cuando vuelva, tiene que ser por él. Porque cumplió sus metas y quiere reencontrarse con el amor", dijo Enrique.

La casa olía a tostadas y vainilla cuando sonó el timbre. Todos pensaron que era Miranda o Janice. Nadie corrió a abrir. Binna caminó descalza hasta la puerta y la abrió sin mirar.

Y entonces, el mundo se detuvo.

Harry estaba ahí.

Con una mochila al hombro, tenía algo de barba, el cabello revuelto por el viento del viaje. La misma sonrisa que había dejado tatuada en su memoria.

- "Hola", dijo Harry, como si no hubieran pasado años.

Binna no supo qué hacer. Ni siquiera lloró. Solo lo miró, en silencio.

Harry bajó la mochila y abrió los brazos.

- "Si todavía quieres que me quede, vengo con ganas de quedarme para siempre", manifestó Harry.

Ella dio un paso, y otro. Luego lo abrazó, hundiendo la cara en su cuello, reconociendo el olor de casa.

- "Tardaste", susurró Binna.

- "Tuve que asegurarme de que no me fuera a arrepentir jamás, que no había nada más importante que tú. Te amo", contestó él.

- "Te amo", susurró ella, sin soltarlo.

Adentro, Roa corrió gritando “¡mi mano...!” y Sia dejó caer la taza al suelo.

Pero nadie la recogió de inmediato.

Ese día no había apuro para nada. Solo para recuperar los abrazos perdidos.

Esa noche, la casa volvió a tener música. La pequeña correteaba por el suelo gateando, Sia y Enrique cocinaban juntos como en los viejos tiempos, y Binna y Harry se sentaron en el porche, hablando de lo que vendría.

Aún faltaban palabras, decisiones, planes, pero algo era seguro: la familia estaba completa otra vez. Y el amor, ese amor tan hondo, tan callado, tan verdadero, no había desaparecido. Solo había esperado su momento para florecer otra vez.




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