Sin Galán, Tim

58. Lo que venga será vida

La ciudad los recibía cada mañana con su bullicio habitual, pero para Harry y Binna todo tenía ahora un brillo distinto. El tiempo parecía correr con una cadencia nueva: la del amor maduro, comprometido, lleno de decisiones.

- “¿Y si vamos a ver ese departamento hoy?”, preguntó Binna mientras se ataba el cabello en una coleta apurada.

Harry, recostado en el respaldo de la cama con una libreta de apuntes en la mano, sonrió.

- “¿El de la calle Junín?”, dijo Harry.
- “Sí, el del balcón con vistas al parque. Me lo mandó Janice anoche, dice que la dueña es una amiga de su madre y que podemos verlo antes que lo publiquen”.
- “Entonces vamos”, respondió él, cerrando la libreta. “Ya es hora de tener nuestro lugar”.

Binna se quedó unos segundos mirándolo. Sentía que cada paso que daban era más real que el anterior. Ya no eran los chicos que soñaban en secreto con una vida juntos. Eran adultos construyendo una historia.

Mientras desayunaban, Sia entró a la cocina con la pequeña Roa en brazos, que arrastraba su mantita rosa como una reina diminuta y algo despeinada. Enrique venía detrás con una taza de café, y al verlos juntos, no pudo evitar sonreír.

- “¿Van a ver otro departamento hoy?”, preguntó Enrique.
- “Sí”, respondió Harry. “Promete”.
- “Es raro pensar que ya se van”, dijo Sia, con una mezcla de nostalgia y orgullo. “Pero también es hermoso”.

Binna se acercó y abrazó a su madre por detrás.

- “No nos vamos tan lejos. Solo a unos barrios de acá”, expresó Binna.
- “Lo sé”, susurró Sia. “Pero una madre nunca deja de sentir cuando los hijos alzan vuelo”.

Roa balbuceó algo ininteligible y estiró los brazos hacia Harry. Él la alzó sin dudar, y la pequeña apoyó la cabeza en su hombro. Binna lo observó con ternura. No podía imaginarse otro futuro que no fuera con él.
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El departamento era pequeño, con pisos de madera clara y una cocina que daba a un ventanal. Desde ahí, se veían las copas de los árboles mecerse con el viento, y un banco solitario en el parque que parecía esperar historias nuevas.

- “Es perfecto”, murmuró Binna, acariciando la mesada de mármol envejecido. “Es como si ya tuviera alma”.

Harry caminó hasta el balcón. El ruido de la ciudad llegaba atenuado, como un murmullo. Se giró hacia ella.

- “¿Te lo imaginas?”, preguntó Harry,
- “¿Viviendo acá?”, dijo Vina.
- “Sí. Tú preparando café con tus pies descalzos. Yo escribiendo en la mesa del comedor. Las plantas que vas a matar de exceso de riego…”, comentó Harry.

Binna rió y fue hacia él. Se abrazaron en medio del balcón, como si el futuro ya estuviera escrito en ese instante.

- “Estoy empezando en mi primer trabajo, Harry. No sé si voy a ser buena en eso. No sé si todo va a salir como quiero”, confesó Binna, con un tono bajo, vulnerable.
- “¿Quieres saber un secreto?”, dijo él. “Yo tampoco sé nada. Pero sé que contigo, lo que venga será vida”.

Ella lo miró, y ahí estaba otra vez ese amor intacto, ese hilo invisible que los había unido desde siempre. La decisión estaba tomada.

- “Vamos a tomar este departamento”, dijo Binna. “Vamos a empezar acá”.
- “Entonces”, respondió Harry, besándola en la frente, “bienvenidos a casa”.
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Esa noche, de regreso en la casa familiar, Sia los esperó con cena caliente y una lista de proveedores para el casamiento. La boda estaba a la vuelta de la esquina, pero lo más importante ya había comenzado: su vida juntos.

Y al fondo del pasillo, Roa dormía abrazada a un peluche, sin saber que sus hermanos mayores estaban construyendo un nuevo hogar, uno donde ella siempre tendría una habitación con cuentos, risas y olor a pan tostado por la mañana, cuando llegara a visitarlos.




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