Sin Galán, Tim

60. El sí acepto, es solo el inicio

El mar se extendía hasta el horizonte como una promesa interminable. Las olas rompían con suavidad en la costa, y la brisa tibia jugaba con los cabellos sueltos de Binna mientras caminaba descalza sobre la arena, con la sonrisa tranquila de quien ha encontrado su lugar en el mundo.

Harry venía detrás de ella, con los zapatos en una mano y la otra estirada para alcanzar la suya.

- "Nunca imaginé que la felicidad tuviera sonido", le dijo, deteniéndose para mirarla a los ojos. "Pero creo que suena a ti riéndote así, mi niña hermosa".

Binna soltó una carcajada suave, de esas que nacen sin esfuerzo. Se acercó y lo besó en los labios, breve pero lleno de ternura.

- "¿Y a qué sabrá?", preguntó ella, con mirada coqueta.

Harry la miró, entre divertido y conmovido.

- "A sal marina y a tus besos después del café", respondió, envolviéndola con los brazos; con esa misma calidez de la primera vez.

Se hospedaban en una cabaña de madera, frente al mar. Todo era sencillo, sin lujos ni protocolos, pero había flores frescas cada mañana, una hamaca colgando en el frente, y la calma exacta que ambos necesitaban.

En los primeros días, apenas salieron del lugar. Durmieron hasta tarde, desayunaron pan recién horneado, hicieron el amor con la ansiedad de los reencuentros y la entrega de quienes ya no tienen nada que demostrar. Se miraron largamente. Se contaron sueños, miedos, planes. Redescubrieron detalles que el tiempo había guardado con cuidado.

Una noche, sentados en la hamaca, Harry acarició el dorso de la mano de Binna con los dedos, en silencio.

- "¿Te imaginás cómo seremos en diez años?", le preguntó, con una voz tan baja como el vaivén del mar.

Binna apoyó su cabeza en su hombro.

- "Espero que igual de tontos. Igual de enamorados. Que discutamos por quién prepara el desayuno y sigamos peleando por la mejor esquina del sillón", respondió Binna.

- "¿Y los hijos?", preguntó él.

- "Uno. Tal vez dos. Pero sobre todo, quiero que nunca dejemos de hablar. Que no olvidemos esto…", hizo un gesto a su alrededor, como si quisiera capturar el momento.

Harry besó su frente.

- "Yo tampoco quiero olvidarlo. Prométeme que, si alguna vez el mundo se vuelve ruidoso, volveremos de nuevo a este silencio", expresó Harry.

Binna levantó el rostro hacia él.

- "Te lo prometo", dijo ella.

Días después, hicieron una pequeña excursión por los alrededores. Fueron a un mercado local, probaron frutas con nombres raros y sabores dulces. Tomaron una cantidad increíble de fotos tontas, se persiguieron por un sendero lleno de vegetación, y terminaron empapados por una lluvia repentina, riendo como adolescentes; exactamente como los chicos que se conocieron a los dieciocho y se armaron desde entonces.

En la noche, de regreso, Binna se acurrucó bajo la manta mientras Harry preparaba una infusión caliente.

- "¿Te dije hoy cuánto te amo?", preguntó ella, con los ojos brillando por el reflejo de las velas.

Harry se acercó con dos tazas en la mano y dejó una sobre la mesa. Se sentó a su lado y la miró con intensidad.

- "No, pero me lo mostraste todo el día", respondió Harry.

Ella sonrió, se acomodó sobre su pecho y juntos escucharon la lluvia golpear el techo de la cabaña, como si el cielo también estuviera celebrando con ellos.

La luna de miel duró apenas una semana, pero pareció una vida entera. Una pausa dulce en medio de una existencia que prometía ser rica en desafíos, pero también en complicidad; quizás porque se conocieron en el día del amor, eso fue lo que siempre hubo entre ellos.

Cuando el taxi los pasó a buscar para ir al aeropuerto, Binna miró una vez más hacia el mar.

- "Volveremos algún día, ¿no?", cuestionó ella.

Harry entrelazó sus dedos con los de ella.

- "Volveremos siempre que queramos recordar por qué valía la pena empezar todo esto", contestó él.

Y subieron al auto con la certeza de que lo mejor aún estaba por venir.

Regresaron a la ciudad con el corazón lleno de recuerdos y las maletas apenas más pesadas que cuando partieron. Pero algo había cambiado. No era solo el anillo en sus dedos o los álbumes con fotos junto al mar, que se iban a llenar. Era la forma en que se miraban. Era la certeza en sus pasos.

El departamento que habían alquilado juntos los esperaba con cajas por abrir, muebles por acomodar y una cocina que aún no conocía sus risas. Era pequeño, pero luminoso, y tenía un balcón donde Binna ya se imaginaba tomando café por las mañanas. Harry, por su parte, se entusiasmaba con armar su pequeño estudio de trabajo al lado de la ventana.

Los primeros días fueron una mezcla de caos y dulzura. Cenas improvisadas sobre cajas, discusiones suaves sobre qué pared pintar de qué color, y una alegría íntima al despertarse sabiendo que el otro estaba ahí, sin preocuparse por despedidas. Aprendieron a compartir el silencio y a valorar los pequeños gestos: un té caliente esperándolos, una nota en la heladera, una caricia al pasar.

Binna empezó su nuevo trabajo con nervios y entusiasmo. Harry, pudo implementar su proyecto en su mismo país y fue satisfactorio, la esperaba cada tarde con preguntas sinceras, con ganas de escuchar. Compartían los sueños, pero también los miedos, los días pesados, el cansancio.

Una noche de sábado, mientras organizaban una cena sencilla, Binna lo miró desde la cocina y sonrió.

- "¿Alguna vez pensaste que todo esto iba a pasar así?", preguntó Binna.

Harry se encogió de hombros con una sonrisa cálida.

- "Lo imaginé muchas veces. Pero la verdad, es mejor de lo que soñé", respondió él.

Ella se acercó y lo abrazó por la espalda, apoyando el mentón en su hombro.

- "Gracias por esperarme. Por no rendirte cuando fue difícil, cuando era una TIM, que nunca se imaginó que tú eras el galán que la vida me había preparado", comentó Binna

- "Gracias a tí por creer que valía la pena intentarlo todo conmigo, que no tenía nada de galán", dijo Harry.




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