Rin rin rin.
Rin rin rin.
Rin rin rin.
Rin rin rin
Escucho el teléfono del hotel sonar. Lo tomo de mala gana.
No me molesto en ser educada. Estoy de mal humor desde ayer, y que me despertaran hoy me pone aún peor. Desperté a las tres de la mañana llorando; tardé una hora en tranquilizarme.
—¿Qué demonios quieren?
—Disculpe por la molestia, señora Virella, pero la están buscando aquí abajo.
Espero que no sea mi "padre", o peor aún, mi esposo. Porque ahora sí lo mato.
—¿Quién?
—La señorita Kamila Domínguez. Dice que es su hermana.
Mierda, mierda, ¡MIERDA!
Ahora sí estoy en serios problemas. Kami me conoce demasiado bien como para no notar que algo pasa, o al menos que no estoy bien. Por
eso no siguió insistiendo ayer. Tuvo que haber tomado un vuelo en cuanto terminó de hablar conmigo.
—¿Señora, sigue ahí?
—Sí. Que suba, por favor.
—Ok, haré que suba de inmediato.
Cuelgo y empiezo a arreglar lo más que puedo la habitación. Me cambio de ropa, lanzo lo que tenía en la cesta de ropa sucia, y me dirijo al baño para lavarme la cara. Escucho que tocan la puerta. Suspiro, armo mi mejor sonrisa fingida y abro.
—¡Kami! —la abrazo, pero ella no me lo devuelve. Me alejo y me está mirando seria.
—¿Kami? Kami nada ¿Me vas a explicar cómo es posible que mientas? Estoy bajando de mi vuelo y me entero que mi supuesta hermana es novia de un tal Aren Valemont por una notificación de TikTok... ¿cuando hablo contigo todos los días?
Me quedo tiesa al escucharla. ¿Se enteró que Aren y yo somos novios por TikTok? ¿Le llegó también a Emmanuel? Y ahí es donde recuerdo lo que él me dijo: “En seis meses serás mi esposa ante el mundo, pero desde hoy eres mi novia. Estamos jodidamente enamorados. ¿Te queda claro?”
Tenía todo planeado el muy idiota.
MALDITO RUBIO.
Por favor, Kataleya Alessandra Virella Noctier, mátate. Pégate un tiro. Es lo mejor.
—No me pongas esa cara y dime qué diablos pasa. Porque no lo entiendo. Que yo sepa, hace solo unos días tu único novio y amor de tu vida era Emmanuel Clair, no Aren Valemont.
Yo solo le respondo tirándome a llorar en sus brazos. Suelta las maletas para abrazarme, acaricia mi pelo y suspira.
—Te doy una hora para llorar. Luego me cuentas todo —asiento, llorando todavía.
Ya estamos sentadas en la cama. Kami cumplió con lo que dijo: solo me dejó llorar una hora. Después de eso, me hizo lavar la cara hasta que dejara de llorar. Ya terminé de contarle todo con lujo de detalle.
—No puedo creerlo, de verdad. Sé que mi tío Alonso no ha sido el mejor después de la muerte de mi mamá Katia, pero ¿en serio te casó con alguien que no conoces y en contra de tu voluntad? Se pasó de la línea. ¿En qué año cree que estamos, en 1800? Juro que lo mato si lo veo. Sabes que si lo veo, mejor me voy para su estúpida empresa y lo mato de una vez.
Se levanta y la tomo de la muñeca. La conozco muy bien como para saber de lo que es capaz. No lo mataría, pero sí lo golpearía y haría un escándalo en la empresa. Yo no quiero eso. Ya lo hecho, hecho está. No se puede hacer más nada.
—Kami, escúchame y hazme caso, por favor —suspira, volviendo a sentarse—. Ya estoy casada con Aren, y como te dije, me dejó claro que no va a divorciarse de mí —ahora la que suspira soy yo—. Y si tú lo viste, seguramente Emmanuel también, y él no me lo perdonará.
—Me dijiste que te faltaban seis meses para que todos se enteraran que son esposos. Podemos buscar una manera de persuadirlo. Para ese entonces puedes ser desagradable y caprichosa, la que solo le importa tener cada vez más dinero. Ya sabes, actúa como si no fueras tú... o como ya no eres. Compórtate como la vieja Kataleya.
Y es una buena idea. Podría hacerlo. Pero me da miedo no dejar de ser así. La muerte de mi madre me hizo cambiar, y aunque lo niegue, esa parte aún está en mí. Muy en el fondo, pero sigue ahí. Lo sé.
—Y también puedes hablar con Emmanuel, explicarle lo que pasó. Estoy segura de que él te entenderá perfectamente, Kata. No te preocupes, lo resolvemos juntas como hermanas —me dice antes de abrazarme.
—Tienes razón. Lo llamaré y le explicaré todo en cuan...
Me interrumpe el sonido de la puerta. Kami y yo nos miramos.
—¿Estás esperando a alguien?
—No.
Kami se levanta. Vuelven a tocar.
—¡Ya voy! —digo, sentada, esperando que Kami la abra.
Cuando la abre, se escucha un ruido.
—¡Ahhh! Tú no eres mi hermosa K. Quítate, salamandra —le dice Allam. Kami solo suspira y se aparta. Ahí es donde Allam me ve, me sonríe y camina hacia mí. (Mi amigo se ve bien: piel clara, ojos azules y cabello castaño más oscuro que el mío. Más alto que yo, mide unos 1.76. Viste con unos vaqueros negros sueltos hasta las rodillas y una camisa blanca de botones suelta).
—K, te ves fatal.
Abro la boca, ofendida.
—Hola a ti también, Allam —le digo mientras se ríe y nos abrazamos—. Y para tu información, siempre, absolutamente siempre, me veo de maravilla.
—Menos cuando estás llorando. Pareces un araguato con mocos y el pelo revuelto.
—¿Disculpa?
—Disculpada. Dime dos cosas: ¿por qué estás llorando? Y peor, ¿por qué no me dijiste que Kamila, la salamandra, está aquí?
—Vete a la mierda, Allam —le escupe Kami.
—Las salamandras no deberían hablar.
Kami está por contestarle, pero no la dejo.
—¡Cállense los dos! —espeto—. No te dije que Kamila estaba aquí porque llegó hoy. Y lo otro... es una larga historia.
—Tengo tiempo.
—¿Cómo es que no lo sabes? ¿No tienes redes sociales o qué? —le dice con burla Kami.
—Es obvio que las tengo. Tú las vives revisando, salamandra—le giña el ojo— Solo que estoy muy ocupado trabajando y las silencio.
Allam me mira esperando una respuesta. Solo miro a Kami con súplica para que ella se lo diga. Kami suspira, se acerca a nosotros y se sienta en la cama.
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Editado: 11.09.2025