Sin mi ayer

Capítulo 2: Cambios

Mi madre me hablaba, pero su voz sonaba como un eco lejano en mi cabeza. La sala de estar giraba alrededor. En ese momento perdí el conocimiento, estoy segura porque cuando abrí los ojos estaba recostada en el sillón. Logré fijar la vista en el techo de madera. Me incorporé con cierta dificultad, me dolía la cabeza y esperaba que todo hubiese sido un mal sueño.

La voz de mi madre me devolvió a la realidad:

—Leda, ella te va a revisar.

Una doctora me apuntó con una linterna y me hizo entrecerrar los ojos, mientras me preguntaba algo que no comprendí.

—¿Disculpe?

Apartó la luz de mi rostro y me habló casi con ternura.

—¿Podrías decirme tu nombre?

—Sí, soy Leda, Leda Liebert —respondí algo aturdida.

—¿Podrías decirme cuántos años tienes?

—Doce.

La médica intercambió una mirada con alguien de la policía. Fue entonces cuando noté que había cuatro oficiales en la sala. Dos de ellos estaban sentados en la mesa del living conversando en voz baja. Uno me miraba con lo que atiné a percibir como incredulidad y otro anotaba algo en una libreta, de pie cerca de la chimenea.

La doctora volvía a hablarme, así que volví mi mirada hacia ella.

—Tenías doce años la última vez que te vieron tus padres. Eso fue hace exactamente diez años.

Su voz era suave, pero yo sentía como si me estuviese dando una reprimenda.

¿Cómo podía haber olvidado diez años enteros de mi vida?

Observé mi cuerpo. Ya no me reconocía.

—¿Qué sucedió entonces?, ¿por qué no llegaste al colegio aquel día?

—Yo... yo... me sentí mal y decidí volver a casa.

—Entonces, ¿qué sucedió cuando regresabas a tu casa? ¿Por qué no llegaste?

—Sí, lo hice. Regresé, aquí estoy —dije, al tiempo que me llevaba las manos al rostro y rompía a llorar.

Me quedé sollozando en silencio unos segundos hasta que sentí el cálido y reconfortante abrazo de mi madre.

—Todo estará bien. Tranquila. Estás aquí, estás a salvo, estás en casa y todo estará bien. Nos contarás lo que sucedió cuando estés lista —mientras mi madre intentaba calmarme, desenredaba mi cabello rubio con sus dedos.

Poco a poco fui dejando de llorar. Me sentí agradecida de que hubiesen dejado de preguntarme cosas para las que no encontraba ninguna respuesta.

—Me gustaría hacerle un chequeo más exhaustivo. ¿Podríamos ir a un lugar más privado? ¿Podría acompañarme, señora Liebert?

La doctora al ver que una oficial nos observaba agregó:

—También puede acompañarnos, para recolectar muestras y tomar registros de posibles heridas.

Nos dirigimos las cuatro hacia mi antigua habitación que se encontraba tal y como la recordaba. Todo era muy extraño para mí.

—No te preocupes, esto es solo por rutina —intentó tranquilizarme la doctora —. Queremos estar seguras de que no te lastimaron y quiero revisar la inflamación de tu vientre y ese golpe en tu cabeza no se ve nada bien.

Asentí y dejé que me revisara. Colocaron mi ropa en una bolsa. Un conjunto que no recordaba haber visto jamás y que se encontraba lleno de barro.

Agradecí cuando mi mamá me trajo su bata de baño, porque así me sentía menos expuesta. La doctora De Luca había prestado principal atención a mi estómago, a mi cabeza y a algunos rasguños y moretones que tenía en los brazos y piernas. La oficial me había tomado múltiples fotografías. Yo me sentía indefensa y abochornada.

Cuando me hizo un tacto ginecológico, casi me pongo a llorar. Era tan humillante y, para colmo, con una oficial extraña para mí y con mi madre presentes en la habitación. Quería desaparecer.

Finalmente, la médica le comunicó su diagnóstico a mi mamá:

—Físicamente se encuentra bastante bien, pero podría estar sufriendo un cuadro de amnesia ocasionado por un trauma. Sugiero que pidan una cita con un psicólogo para que la ayude a ordenar sus recuerdos y con un obstetra para que controle su embarazo.

—¿Qué? —preguntamos mi madre y yo al unísono.

—Leda está embarazada nuevamente —respondió la doctora—. Es difícil saberlo con exactitud sin realizar algunas pruebas, pero me atrevería a decir que se encuentra en el tercer mes de embarazo.




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