Había comenzado a asistir una vez a la semana a sesiones grupales de terapia, pero allí no hablaba mucho de mí sino que me dedicaba a escuchar a los demás. Vladimir, el coordinador de la terapia, era un hombre con barba platinada que me transmitía cierta tranquilidad. Los integrantes del grupo iban variando semana a semana. Solo dos o quizás tres personas asistían de manera regular, los demás iban y venían, pero nunca llegábamos a ser más de diez.
Ya llevaba alrededor de dos meses asistiendo. Uno de mis compañeros, Miguel, había despertado mi interés en cierto modo. No es que me pareciera demasiado guapo, pero tenía su encanto y, sobre todo, me sentía identificada con sus sentimientos. Él sabía expresar sus emociones mucho mejor de lo que yo lo hacía. Con él descubrí que yo no era la única persona en el mundo que amaba a familiares que posiblemente no existían. Él estaba atravesando por una situación diferente a la mía, pero con la que tangencialmente coincidía. No me había atrevido a conversar directamente con él, pero me gustaba escucharlo hablar en las sesiones.
Miguel había sufrido un accidente de autos hacía casi dos años. Él pudo sobrevivir, pero por desgracia había perdido a su esposa y a su hija durante el impacto. Desde aquel fatídico día, los fantasmas de su familia lo visitaban esporádicamente. Supongo que porque se sentía culpable. Yo me preguntaba cómo es posible olvidar a alguien si no puedes dejar que se vaya.
Una tarde, luego de salir de la terapia, me armé de valor y le pregunté a Miguel si quería caminar conmigo, así podíamos conversar un poco. Aceptó de buena gana y me acompañó hasta mi casa. Era una persona muy amable a quien la suerte le había dejado de sonreír hacía tiempo. Tenía veintiocho años y era médico radiólogo, pero había perdido su empleo por culpa de los delirios y de las alucinaciones que experimentaba. Cualquiera que no lo conociera, pensaría que había perdido la cordura, pero yo sabía que no era así. Entendía por lo que estaba atravesando y él tampoco me juzgaba a mí ni a mis recuerdos.
Era un muchacho agradable, aunque físicamente se lo veía un poco descuidado. Vivía con su hermano y su cuñada, pero solo era algo provisorio hasta que encontrase un nuevo empleo y algún lugar con un alquiler accesible para mudarse. Él realmente quería salir adelante y empezar de nuevo. Yo le dije que esperaba lo mismo y no solo por mí sino también por mi hija. Le hablé bastante sobre Ariana. Le confesé que lo que más deseaba era poder ser una buena madre. También le dije que estaba pensando en buscar un empleo para mantenernos a ambas y de esa manera no tener que depender más de mi madre. Aquello no era del todo verdad. Hasta ese momento no había pensado en encontrar un empleo, pero él parecía interesado en mis palabras y me brindaba todo su apoyo y atención y eso resultaba bastante agradable.
Llegamos al portal de mi casa antes de lo que hubiera deseado. Le agradecí por acompañarme y él me regaló una bonita sonrisa. Le sonreí también y lo bese en la mejilla antes de abrir la puerta y entrar.
—Quizás en otra ocasión pueda acompañarte nuevamente —comentó Miguel pasando su mano por su cabello rubio y despeinado.
—Eso estaría bien —respondí sintiendo en el fondo como si estuviese engañando a Ian.
Entré a la sala y cerré la puerta después de mí. Me sentía una completa tonta por seguir teniendo sentimientos por alguien que parecía no existir más que en mi imaginación y también por tratar de olvidarlo acercándome a un hombre que aún amaba a su esposa a pesar de que ella estuviese muerta.
Gracias por leer esta historia. ¿Creen que deberían salir Leda y Miguel? ¿Por qué sí o por qué no?
Espero de corazón que estén disfrutando de la lectura y si es así, por favor no olviden votar y comentar.
¡Nos leemos pronto!
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Editado: 05.06.2020