Sin mi ayer

Capítulo 18: Sentirme parte

Había pasado gran parte del día en una clínica privada yendo de médico en médico, para hacerme el chequeo preocupacional. Al salir de allí me dirigí a ver a mi psiquiatra, quien me escribió una autorización explicando que si bien estaba medicada y bajo tratamiento, era completamente apta para trabajar. Me preocupaba que no haberle mencionado a Gus esa parte de mi vida pudiese ser un problema, pero afortunadamente no lo fue.

—Los psiquiatras son unas lacras. Lo único que hacen es crearte una dependencia a pastillas para que tengas que seguir yendo. Si lo sabré yo —comentó Gus por la noche mientras ojeaba los papeles que acababa de entregarle—. Mi humilde consejo es que lo dejes antes de que te cree una adicción y si quieres pastillas más divertidas... Bueno, podría decir que conozco a alguien que conoce a otra persona que podría conseguirte. Ya sabes lo que digo.

No estaba segura si lo decía enserio, así que forcé una risita.

—Igual todo bien. No tengo nada en contra de que vayas al psiquiatra. Cada uno con sus mambos —dijo al tiempo que dirigía su mirada a la entrada y agregó—: Mira ahí viene Mélody. Es la otra mesera. Yo me encargo de la barra, de la música y hago las mejores hamburguesas del país.

—Hey, Gus. ¿Cómo va todo? —preguntó la sensual morocha que acababa de entrar al recinto.

—Aquí, lidiando con la burocracia y el papeleo para que entre tu nueva compañera, Leda. Mel ella es Leda. Leda ella es Mel —dijo Gus al presentarnos.

—Es bueno que hayan contratado a alguien. Me estaba volviendo loca tratando sola con todos esos borrachos —comentó la joven y me saludó con un beso en la mejilla—. Espero que te agrade trabajar con nosotros y no huyas espantada como la última chica.

—No la asustes. Ya le advertí que el sueldo es malo por ahora.

—Descuida, las propinas hacen que valga la pena y el trabajo no está mal una vez que le agarras el ritmo. Bienvenida, Leda —dijo Mélody sentándose sobre un banco alto que estaba frente a la barra.

—Muchas gracias —dije con sinceridad.

Estaba muy contenta de formar parte de su equipo de trabajo. Ellos actuaban como viejos amigos y se estaban esforzando por hacerme sentir bienvenida.

En pocos minutos el lugar comenzó a llenarse de clientes. La gran mayoría eran grupos numerosos de amigos de entre dieciocho y treinta y pocos años. También había algunas parejas jóvenes y algún que otro solitario.

El trabajo era sencillo, pero agotador. Casi todo el mundo pedía alguna de las cervezas que la carta ofrecía, otros pedían tragos que Gus elaboraba con destreza y muy pocos llevaban algo de comer.

Mel y yo nos habíamos puesto de acuerdo para que cada una atendiese a la mitad de las mesas del local que no eran muchas, pero estaban repletas de personas. Incluso había gente que se acercaba a la barra y pedía tragos para llevar y un grupo de cinco jóvenes estaba esperando en la puerta de Caleidoscopio a que se desocupara algún sitio en donde sentarse.

El trabajo era agotador, pero el cansancio que me invadía era agradable en cierto sentido. Me sentía finalmente como una adulta. Ahora era responsable de conseguir mi propio dinero y si todo salía bien ya no tendría que depender económicamente de mi madre. Podría cuidar de Ariana. Lo único malo era que ahora vería aún menos a mi hija.

Cuando todos los clientes se fueron, Gus, Mel y yo limpiamos el recinto. Me dolían las piernas, pero no me quejé. Esa noche había ganado un montón de dinero, incluso un extranjero oriental me había dejado algunos dólares. Las propinas que me habían dado eran equivalentes a un cuarto de mi salario.

Al salir, Gus nos saludó a ambas con un beso en la mejilla y se marchó caminando en la dirección opuesta hacia la que yo tenía que ir para regresar a mi casa que estaba a unas pocas cuadras. Bostecé, estaba muy cansada. Me había despertado muy temprano la mañana anterior y había trabajado sin descanso toda la noche.

Mel me preguntó:

—¿Dónde tienes que tomar el autobús?

—Vivo a unas pocas cuadras. Regreso a casa caminando. Voy hacia aquel lado —dije señalando hacia la izquierda.

—Bueno, vayamos juntas hasta la avenida y ahí me quedo en mi parada.

—De acuerdo.




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