Apago el despertador mientras intento ubicarme y levantarme de la cama, pero la puerta de mi habitación se abre de golpe. ¡Es William que entra con el cabello mojado y una toalla alrededor de la cintura!
Es imposible no mirar su cuerpo cuando lo tengo tan de cerca. Es más delgado de lo que pensaba. Apenas está tonificado, pero es lo único que necesito para fijar mi mirada en él.
—¿Has sido tú quien ha gastado el agua caliente?
Su voz es temblorosa y está tiritando. Suelto un largo suspiro y aparto la mirada de su cuerpo. Observa mi habitación detenidamente y después se acerca a mí.
—Apenas acabo de despertar —señalo la puerta del baño que permanece cerrada—.
—Rayos. No hay agua caliente y tengo que ducharme.
Me encojo de hombros y le doy la espalda.
—¿Qué quieres que haga?
Se marcha de la habitación maldiciendo. Cierra la puerta tras él y no puedo evitar decepcionarme. Cada vez me duele más que me trate de esa manera.
Salgo de la cama y me pongo ropa para correr. Bajo las escaleras y la primera persona a la que me encuentro es Azucena. Me saluda, respondo y me siento en una de las sillas. Me fijo en el delicioso desayuno que ha preparado hoy y cojo una tostada con una taza de café.
William entra en el comedor y también se sienta, pero lejos de donde estoy. Mira su plato y después hace una mueca. Como rápidamente un último bocado y dejo el plato vacío sobre el fregadero de la cocina.
Me despido de Azucena y miro de reojo a William. Trae el cabello despeinado y parece no sentirse tan bien. Voy a abrir la puerta, pero me detengo al escucharlos hablar en la cocina.
—¿Estás bien? —escucho preguntar a Azucena—. Anoche llegaste tarde a casa, ¿verdad?
—Azucena no te preocupes. Estoy bien.
William tose y escucho cómo arrastra la silla. Abro la puerta, pero enseguida sale del comedor antes de que pueda escapar. Le miro nerviosa y sonrío.
—Deberías dejar de escuchar las conversaciones que no te incumben —se retira dándome un empujón—.
Froto mi brazo adolorido. Muevo mi cabeza de un lado a otro y por fin consigo volver en sí. Salgo de casa y empiezo a correr.
Hoy me he decidido por hacer un poco de ejercicio, aunque es una idea demasiado arriesgada ya que tengo poca resistencia. Primero comienzo con unos pocos metros y luego me detengo a descansar en un parque cercano. Tiene colinas llenas de hierba e incluso un gran estanque, donde suelen beber las palomas.
Me acerco a una pequeña tienda y logro comprar una botella de agua. Me siento en un banco y cierro los ojos. Bebo todo el contenido de la botella de sopetón, casi sin respirar. Y cuando regreso a casa me doy una ducha rápida y leo los mensajes que tengo pendientes en WhatsApp.
Evelyn: ¿Qué tal si vamos a la playa mañana?
Yo: Suena bien. Por mí no hay problema.
Rebeca: Por mí también.
Evelyn: ¡Perfecto! Creo que tenemos planes para mañana.
Me pongo el bañador más provocador que tengo y por fin estoy preparada para pasar un día en la playa con mis amigas. Entro directamente en el garaje para coger las llaves del coche de mi madre. Dejo mi bolso con las cosas para la playa en el asiento del copiloto y arranco el motor. El mayor problema al llegar es encontrar estacionamiento.
Tras una búsqueda tan exhaustiva como incómoda, aparco en un hueco que acaba de quedar libre. Hemos quedado en encontrarnos en el portal de uno de los hoteles que queda frente a la playa.
—Hora de tomar el sol.
Evelyn se levanta de la mesa y Rebeca la acompaña. Les sigo sin perderlas de pista y me tumbo en la toalla junto a ellas. Me quito los shorts, la camiseta y guardo la ropa en la mochila. Saco un enorme bote de crema solar y se lo enseño a Evelyn.
—Caray. ¿Me echas algo de eso en la espalda?
Se baja las gafas de sol hasta la punta de la nariz y asiente.
Me arrebata el bote de crema y se sienta en la toalla detrás de mí.
—Gracias. Te quiero.
La conversación da un giro repentino cuando empiezan a comentar acerca de qué chico del instituto encajaría conmigo. Yo me tapo los oídos con las manos y cierro los ojos.
—Qué tal Thomás Hill—dice Evelyn—. Alto, castaño y sus ojos... por favor, no olvidemos sus ojos.
—Digamos que no encaja con mi tipo de chico. Es demasiado popular.