La comida está servida en la mesa y solo falta que William baje. Veo a mamá temblando y Joel tiene la mirada perdida en el plato. Ambos están actuando muy extraño desde que llegaron esta mañana y no me sorprende porque el teléfono no ha parado de sonar.
No me han querido decir nada todavía, pero han estado caminando de un lado a otro después de haber conversado con quién sabe quién. Alguien toca el timbre y todos miramos expectantes hacia la puerta de la entrada.
Azucena deja la cocina y camina hacia el recibidor. Abre la puerta enseguida y deja pasar a alguien, aunque no puedo distinguir muy bien quién es desde mi sitio. Entonces Azucena entra en el comedor, seguida por mi hermano, el verdadero: Manuel.
Mi corazón se detiene y mis ojos se llenan de lágrimas. De un brinco me pongo de pie y corro a recibirlo con un abrazo. Me envuelve alrededor de sus brazos y pone sus manos sobre mi espalda.
—¡Hola hermanita! ¿Cómo has pasado?
—¡Dios! Por supuesto que feliz de que estés aquí con nosotros. Te he extrañado un montón.
Me aparto de Manuel y mamá aprovecha para abrazarlo. Mi hermano deja la mochila en el suelo y saluda a Will.
—Tenía muchas ganas de verlos —dice con un fuerte apretón de manos—. Y tampoco quería perderme el cumpleaños de mi hermanita.
Me vuelve a cobijar entre sus brazos y caigo en la cuenta de que lo he olvidado. ¡Rayos, dentro de cuatro días cumpliría dieciocho años! Manuel mira la comida que está servida en la mesa y se le hace agua la boca. Se frota el estómago sin tapujos y mira a mamá, aunque luego a Azucena.
—¿Habrá un plato más para mí?
Azucena asiente y desparece en la cocina. Manuel aparta una silla a mi costado derecho y se sienta.
—Will y yo estamos organizando un fiesta por tu cumpleaños cielo —dice mi madre sorprendiéndome, entonces levanto la mirada del plato—. Tenemos pensado invitar a nuestros amigos... y a los tuyos obviamente.
—¡No mamá! No es necesario tantas molestias.
Joel niega con la cabeza y coge su copa de vino. Entonces mi madre me mira y pone su mano sobre mi hombro.
—Tenemos otra sorpresa para ti.
¿Otra? Me pregunto. Entonces miro a Mat y me sonríe. Debo suponer que él sabe algo, porque mi madre no es de esas personas que sepan guardar secretos. Azucena le sirve un plato a Manuel y él agradece.
William por fin aparece y antes de sentarse saluda a Manuel. Se centra en el plato que acaba de traer Azucena, sin pronunciar palabra alguna.
—No es necesario que te recuerde que tú también asistirás.
William se hace el desentendido y se centra en mirar su plato. No dice nada, solo se dedica a asentir, con la mirada perdida.
Acabamos de comer y nos levantamos todos de la mesa. Azucena y yo nos quedamos en el comedor, mientras los demás desaparecen en la sala.
Ambas recogemos las cosas de la mesa y las llevamos al fregadero. Allí le ayudo a lavar los platos, secarlos y guardarlos. En cuanto terminamos, camino a la sala y me siento al lado de Manuel. Azucena deja sobre la mesa una jarra de limonada con varios vasos de cerámica.
—¿Cómo fue tu viaje?
—Bastante aburrido la verdad, pero ya estoy aquí —sonríe y apoya sus brazos sobre el respaldo del sofá—.
—¿Alguna misión importante? —pregunta William sorprendiéndonos a todos—. Digo, dada la situación actual del país...
Manuel niega con la cabeza y se pone tenso. Nos mira a todos con algo de tristeza y realiza un comentario que logra que nuestra madre empiece a toser exageradamente.
—Los del ejército han decidido suspenderme temporalmente.
Ella le mira incrédula.
—¿Qué?
—Cómo lo has escuchado.
—¿Por qué?
—El por qué no es importante, solo quiero por una vez estar en casa con mi familia.
—Pero si no consigues trabajo, ¿a qué piensas dedicarte?
Manuel se encoge sus hombros y se sirve un vaso de limonada. Cuando lo acaba, decide cortar la conversación así sin más. Mi madre y Joel entienden la situación y abandonan la sala, pero Manuel y yo nos quedamos. Lo miro de reojo y suspira. Sé que está esperando que le haga una pregunta.
—¿Me puedes decir la verdad?
—Si te lo digo me prometes no contárselo a nadie.