Sin miedo a amar

Capítulo 9

Me levanto asustada al escuchar ruidos extraños en el tejado y me incorporo rápidamente en la cama. Busco mi teléfono en la mesita de noche, lo enciendo y miro la hora. Son apenas las tres de la mañana. Es de madrugada y toda la casa está en completo silencio.

Me levanto de la cama y observo cuidadosamente por la ventana en busca del culpable de esos ruidos. Son las ramas de los árboles del jardín que golpean fuertemente el tejado balanceándose de un lado a otro por el viento.

Caso cerrado.

La luz de la luna entra por la ventana e ilumina la habitación, ayudándome a llegar a la puerta. Salgo de la habitación, bajo las escaleras y entro en la cocina. Para distraerme preparo un poco de chocolate caliente y lo sirvo en una taza. Dejo todo ordenado antes de salir y subir de nuevo a mi habitación.

Camino por el pasillo despacito para no hacer mucho ruido y enciendo la luz. Al pasar cerca de la habitación de William una ráfaga de viento frío me envuelve, poniéndome la piel de gallina. Entonces veo la puerta abierta. La empujo un poco y miro el interior de la habitación en busca de su dueño, pero no lo encuentro en ningún lado. Entro y cierro la puerta tras de mí.

Nunca había estado dentro de su habitación. Me la imaginaba diferente. Está casi vacía y todos los muebles que hay en ella son sencillos. No hay fotos, libros, o algo que indique que esta habitación está habitada por alguien. Parece una de las habitaciones de invitados.

La única ventana de la habitación está abierta de par en par. Es extraño, porque William no nos ha acompañado en la cena y mi madre se encarga todas las noches de comprobar que ninguna de las ventanas esté abierta. Ella sabe que no es la primera vez que intentan robar o entrar en esta casa.

Me acerco preocupada a la ventana y al asomar la cabeza encuentro a William sentado en el tejado. Tiene las piernas flexionadas y la cabeza escondida entre los brazos.

—¿William?

Levanta la cabeza y me observa fijamente. Tiene la mirada perdida y los ojos húmedos, como si hubiera estado llorando.

Pongo las manos en el borde de la ventana y me impulso para saltar al otro lado. Cuando mis pies tocan el tejado, miro preocupada la altura que hay desde mi posición hasta el suelo. Puede ser mortal una caída.

Camino hacia él con cuidado e intento sentarme a su lado.

—¿Te encuentras bien?

—Necesito estar solo.

Esconde de nuevo la cabeza entre las piernas y permanece en silencio. William oculta tantas cosas y actúa de una manera tan impredecible que siempre me preocupa. Pero suele ser una persona bastante fría y reservada que me sorprende verlo tan vulnerable ahora mismo.

—¿Quieres acompañarme a un sitio? —susurra esas palabras en un tono tan bajo que tardo un momento en descifrar su petición—.

—¿A dónde?

—Solo sígueme.

Se levanta de golpe y no me da tiempo a responderle. Camina hacia la ventana. Él es el primero en entrar y yo le sigo por detrás. Se acerca al armario y toma una chaqueta. Coge las llaves de su coche y sale al pasillo sin esperarme. Lo sigo sigilosamente hasta llegar al garaje, aunque todavía no me haya querido decir a donde vamos precisamente.

Al subir al asiento del copiloto, me pongo el cinturón y miro detenidamente su coche. Desprende un agradable aroma a frutas y los asientos son muy cómodos. En la parte trasera hay una mochila, una almohada y varias mantas dobladas. ¿Ha estado durmiendo aquí?

La puerta del conductor se abre y William se acomoda antes de arrancar el motor. Primero salimos del garaje y después de la urbanización. Cuando nos incorporamos a la carretera, acelera y aumenta la velocidad. Enciende la radio para matar el silencio que nos envuelve y baja la ventanilla para acomodar su brazo en el marco.

Asumiendo que William no tiene pensado entablar ninguna especie de conversación, apoyo la cabeza en la puerta y cierro los ojos. Dejo de escuchar la radio paulatinamente y mi respiración se vuelve cada vez más relajada cuando empiezo a conciliar el sueño.

 

—Amanda, despierta, vamos.

Abro ligeramente los ojos al escuchar la voz de William y me reincorporo en el asiento. Ya nos hemos detenido y estamos rodeados de árboles. Salimos del coche y me veo confundida: según los carteles estamos camino a un mirador que está ubicado a varios kilómetros de la ciudad de Bellavista.

—¿Estás seguro de que sabes a dónde vamos?

—Sí, llevo haciendo este recorrido desde hace años —su tono sonaba tan confiado y seguro—.

El camino hasta el mirador es bastante largo, por eso a mitad del camino decidimos detenernos para tomar un poco de oxígeno y admirar el paisaje. Cuando llegamos al mirador subimos hasta el lugar más elevado, una roca lisa de gran tamaño desde donde tenemos una vista impresionante de una laguna rodeado de un inmenso bosque montañoso.




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