Sin miedo a amar

Capítulo 12

—¡Feliz cumpleaños, Amanda!

Inesperadamente la puerta de mi habitación se abre, algo que me asusta muchísimo. Pego un grito espantoso y me reincorporo rápidamente. Observo a mi madre parada frente a la cama, regalándome una mirada tierna.

—Hola mamá, me has asustado —digo cruzando las piernas bajo las sábanas—.

—Dentro de unas horas será tu cumpleaños y tengo una sorpresa para ti.

Deja una pequeña bolsa de compras sobre la cama y saca un vestido de gala. Es negro y acampanado. Es precioso y sencillamente perfecto.

La emoción que me invade es tan inmensa que me levanto y camino hacia ella para darle las gracias con un abrazo.

—¿Le entregaste las invitaciones a tus amigas?

—Por supuesto.

—Cuéntame, ¿cómo te fue en tu cita con Thomas? —agrega mientras se sienta en la cama y cruza las piernas—.

Intento evadir la pregunta, pero mi madre es muy astuta y no me lo permite. Suspiro y me siento a su lado.

—Para empezar, no era una cita... —digo completamente seria—.

—Thomas parece un buen chico.

—No lo conoces y aunque te sorprenda, yo tampoco.

—Bueno eso se puede arreglar —se levanta de la cama y camina hacia la puerta—. En la fiesta hablarás más detenidamente con él.

—¿Cómo?

Me levanto rápidamente de la cama y la sigo hasta su habitación, intrigada.

—Ayer cuando ambos dejaron la casa Joel investigó un poco sobre él. Thomas le recordó a alguien conocido y, efectivamente, resultó ser el hijo de uno de los nuevos inversores de la empresa.

No puedo evitar abrir la boca, sorprendida, pero no digo nada al respecto, para no interrumpir.

—Bueno, tengo que prepararme —coge su vestido del armario y lo extiende sobre la cama—. ¿Qué haces ahí parada? ¡Ve a arreglarte! En unos minutos nos vamos.

—¿Irnos? ¿No será la fiesta en casa?

—Para tu cumpleaños hemos reservado un salón espectacular en un hotel —junta sus manos ilusionada—. ¡Te encantará!

Le ofrezco una sonrisa a mi madre para no arruinarle el momento, pero en cuanto salgo de su habitación suspiro desconcertada. Me despojo de la ropa de dormir y desaparezco dentro del baño. Entro en la ducha y dejo que el agua recorra mi cuerpo.

Está tan caliente que consigue relajarme a tal punto que entre momentos siento cosquillas en el vientre. De repente el agua deja de caer: mi madre ha cerrado el grifo e instintivamente me tapo. Salgo de la ducha y me cubro con una toalla. Me seco el cabello antes de abandonar el cuarto de baño.

—¿Necesitas que te ayude en algo?

Asiento y le pido que espere un momento. Saco el vestido de la bolsa de compras y me lo pongo. Me giro y mi madre sube la cremallera. Tiene un brillo especial en sus ojos. La gente siempre ha dicho que me parezco a ella, pero se equivocan. Mi madre es única y para igualarla no bastaría ni siete vidas más.

Me pongo los tacones y dejo que mi madre me maquille. Ella se coloca tras de mí y me recoge el cabello en una cola de caballo. Nuestras miradas se cruzan gracias al reflejo del espejo, pero noto que no aparta los ojos del colgante que me regalo mi padre.

—Creí que nunca más querrías ponértelo —toca la perlita y me mira tiernamente—.

—Lo sé, parece una tontería. Guardar todas sus cosas indica que nos queremos olvidar de él y eso no es precisamente lo que quiero.

Mi madre me abraza y yo acomodo mi cabeza en su hombro, intentando no llorar. Me aparto un poco y recorro su cuerpo con la mirada desde la cabeza a los pies. Se ha arreglado con un vestido rojo que intensifica sus curvas y muestra un escote pronunciado, algo que no había visto desde que tengo memoria.

—Caray, ¿y ese vestido? ¿De dónde lo sacaste?

Mi madre se ríe coquetamente y da una vuelta sobre sí misma con las manos apoyadas en sus caderas.

—¿Cómo me veo?

—Hermosa. Divina. Como siempre.

La hago reír con mis comentarios.

—¿Nerviosa?

La miro y niego con la cabeza.

No estoy nerviosa por la fiesta.

Lo estoy por tener a William y Thomas en el mismo salón.

—¿Lista?

Asiento y salimos de la habitación. Cuando bajamos las escaleras nos reunimos en el pasillo con Joel y Manuel. Los dos llevan un traje del mismo diseño y color y no podemos evitar reírnos. Los dos se miran dándose cuenta de lo que ocurre.




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