La cremallera de mi maleta se queda atascada cuando meto la ropa que voy a necesitar para el viaje. No es que lleve tanto como para que rebose, sino que necesito comprar otra nueva. Manuel pasa por el pasillo justo en ese momento y lo llamo antes de que baje las escaleras.
—¿Puedes ayudarme?
Asiente y se acerca a la cama. Me subo a la maleta y le indico que cierre la cremallera de primera. Una vez cerrada doy un salto y mis pies vuelven a tocar el suelo.
—Te lo agradezco mucho.
—Solo date prisa, sabes que mamá te arrastrará al coche estés como estés.
Entro en el baño y cojo un estuche donde meto todos los utensilios que necesito para asearme y mi maquillaje. Bajo las escaleras haciendo malabarismos con las maletas.
William sale de su habitación y hace caso omiso a las súplicas que le hago para que me ayude a bajar las maletas. Se arrepiente, suspira y sube de nuevo las escaleras. Agarra una de las maletas dejando libre uno de mis brazos y bajamos juntos hasta el pasillo. Me fijo en que solo lleva una mochila colgada del hombro.
—¿Listos muchachos? —dice Joel saliendo de la cocina—.
—¿Por qué me obligas a ir? —responde William poniéndose junto a él y susurrándole algo que no consigo escuchar—.
—Ya lo hablamos hace unos días —Joel pone la mano sobre el hombro de su hijo—. Podrás resistir, ¿cierto?
William asiente, saca unos auriculares del bolsillo de su chaqueta y se los pone. Él no quería ir a este viaje, pero su padre no le ha dado otra opción. Abre la puerta y es el primero en salir.
Joel coge mi maleta y sale detrás de su hijo. Y aunque les pedí un millón de veces que me dejaran ir en mi coche se negaron.
“Iremos todos juntos”, puntualizó.
Subo al coche y observo que William está sentado a mi lado. Creía que había convencido a mi hermano para que se pusiera en el medio, pero no es así. Lo miro y lo amenazo con la mirada. William tiene los ojos cerrados y susurra, mientras mueve la cabeza al ritmo de la música.
Dejo de mirarlo y me centro en mi madre. Está muy emocionada con este viaje. Después del fallecimiento de mi padre nunca más se le pasó por la cabeza salir de nuestro pueblito.
Llegamos al aeropuerto antes de lo que yo esperaba, bajamos del coche y cogemos nuestras maletas. Mi madre mira el reloj y suelta un grito. Empieza a correr desesperada y todos vamos tras ella. Pasamos el control y facturamos el equipaje, por suerte llegamos a tiempo a la terminal. Una de las empleadas nos sella los pasajes y cruzamos el largo pasillo hasta llegar al avión.
Dejo que primero suba Manuel y él aprovecha para coger el asiento junto a la ventanilla. William sube al avión y observa los asientos que quedan libres. Intenta sentarse en un asiento que no es suyo, pero Joel le llama la atención y me señala. Voy a necesitar mucha paciencia para soportar las cuatro horas de vuelo que nos quedan por delante.
—Llegamos —dice mi madre desperezándose—.
Abro los ojos y miro a mi alrededor. Mi cabeza está apoyada sobre el hombro de William y él no parece estar molesto por ello. Me levanto rápidamente y miro a Manuel. Él también se ha quedado dormido.
—Espero no haberte molestado.
Él niega con la cabeza y se quita el cinturón, se levanta y camina junto a Joel hacia la puerta de salida. Zarandeo el brazo de Manuel y tras varios intentos consigo despertarlo. Abre poco a poco los ojos y entonces me mata con la mirada.
—Despierta. Hemos llegado. Tenemos que bajar.
Mi hermano gruñe, pero igual me acompaña a la salida. Respiro hondo cuando bajamos del avión, acomodo mi bolso sobre el hombro y camino tras ellos. Pasamos al interior del aeropuerto y vamos directo a la cinta que lleva nuestras maletas. Cada quien toma la suya y caminamos por un largo pasillo hasta la entrada.
Consigo ver a mi tío sentado en una de las sillas de la sala de espera, moneando su celular. En cuanto mi madre lo ve sale corriendo y abraza a su hermano.
—¿Dónde está mi sobrina? —pregunta buscándome entre la gente—.
Me abro paso entre ellos y abrazo a mi tío. Cuando me aparto de él se acerca a Manuel para estrechar su mano y hace lo mismo con William, a quién recién conoce. Por último, saluda a Joel.
—Tengo el coche aparcado fuera.
Le seguimos hacia el aparcamiento que está a rebosar. Se para
frente a su coche y abre el maletero. Uno por uno metemos nuestras maletas. Joel se sienta delante con mi tío y mi madre, mientras William en los asientos de los lados. Manuel va en el centro. El problema llega cuando me doy cuenta de que no hay sitio para mí.