Miro por última vez la habitación antes de cerrar la maleta. Hoy por la tarde regresamos a casa y me apeno porque no veré a mis primos por un buen tiempo. Arrastro la maleta hasta la sala dejo junto a la de los demás.
Joel ha salido esta mañana muy temprano a buscar a William y Manuel lo ha acompañado. No sabemos nada de él desde anoche. Todos suponen que se marchó sin hacer ruido mientras dormíamos.
El teléfono empieza a vibrar en mi mano y abro los ojos sorprendida al descubrir que es William. Me levanto del sofá rápidamente y contesto.
—¿William?
La música de fondo me impide escuchar claramente, pero aun así consigo distinguir su voz.
—¡Amanda! Necesito que me ayudes.
—¿Qué? ¿Dónde estás?
—No te lo diré sin antes saber vi vas a ayudarme o no.
—Te ayudaré si me dices dónde estás.
—En un bar.
—No me digas —entonces me acerco al sofá y agarro las llaves del coche de mi tía—. ¿En cuál de todos los bares estás?
Subo al coche y enciendo el GPS. William me da la dirección y lo grabo en el aparato.
—Ahora mismo voy por ti. Espérame.
William cuelga y miro la pantalla asustada. Es evidente que está muy borracho y tengo miedo de que haya hecho algo de lo que pueda arrepentirse. Lo conozco.
—¡Amanda espera!
John corre hacia el coche. Bajo la ventanilla y me entrega las entradas del partido de béisbol al que iba a ir conmigo esta tarde. Me hacía mucha ilusión ir con él, pero las cosas no me han salido como esperaba.
—Puedes ir con William.
—No. Se supone que íbamos a ir tú y yo juntos.
—No te preocupes. Podremos ir cuando nos visites de nuevo.
Besa mi mejilla, triste, y entra de nuevo en casa. John es de aquellos niños con un corazón que no le cabe en el pecho.
Me pongo en marcha, dejándome guiar por las indicaciones del GPS. Trago saliva cuando veo el cartel neón que indica que he llegado a mi destino. Eso ha sido rápido. Me estaciono frente al local y salgo rápidamente del coche. Respiro hondo antes de abrir las puertas del bar. El humo y el olor a tabaco inundan todo el ambiente, causando que empiece a toser, llamando la atención de los presentes.
Busco por todo el bar, pero no hay rastro de William. Me dirijo a la barra y pregunto al camarero. Basta con pronunciar su nombre para saber de quien se trata. Señala la puerta del baño y al instante, como si le hubiera llamado telepáticamente, aparece. Sale tambaleándose y se sienta a pocos metros de mí, aunque no cae en cuenta que estoy cerca.
—Otra —le pide al camarero—.
Este me mira como pidiéndome permiso y entonces niego con la cabeza. Lo menos que quiero es ver cómo se sigue emborrachando. Enseguida le doy un toque en el brazo. William gira su cabeza y me mira fijamente. Permanece inmóvil en el taburete sin articular palabra alguna.
—Nos vamos. Ya has bebido suficiente.
—Por supuesto que no —vuelve a mirar al camarero—. Te he pedido que me pongas otra.
—No vas a tomar otra.
Intento coger a William del brazo, pero se suelta rápidamente.
—¿Es usted su esposa? —me pregunta el camarero—.
—Su hermana —respondo con una carcajada—.
—Hermanastra —dice William casi sin aliento—.
Le pido amablemente la cuenta al camarero y me quedo como estatua cuando me extiende el papel. Es increíble la cantidad de dinero que William ha gastado en licores.
—Demonios William, ¡es mucho dinero!
—Tranquila. De la cuenta me encargo yo.
Rebusca en su bolsillo hasta dar con la cartera, pero al abrirla descubre que está completamente vacía
—Vaya, no tengo dinero —dice mientras empieza a reírse a carcajadas—.
—Por tu bien será mejor que me devuelvas el dinero cuando te recuperes.
—Te lo devolveré todo, no te preocupes.
Cuento el poco dinero que tengo en la cartera y ruego que sea suficiente para pagar. Me duele deshacerme de lo poco que había ahorrado para la universidad y que ahora sirve para consentir los caprichos de un tipo arrogante.
Pago rápidamente antes de arrepentirme.
—¿Quiere que le llame a un taxi? —pregunta el amable joven de la barra—.
Niego con la cabeza. Agarro a William de la cintura y obligo a que ponga su brazo en mi hombro. Salimos del bar cuidadosamente y lo llevo al coche. Abro la puerta del copiloto y lo ayudo a sentarse. Saca un papel rectangular de su bolsillo y me lo entrega. Es un documento de identificación.
—¿Veintiún años? Esto no es tuyo.
—Es un documento falso.
—¿Lo has usado aquí?
—Sí.
—¡Rayos!