CAPITULO 18
Esta mañana me he levantado temprano y he salido al centro comercial por un café. No hay mucha gente, cosa que agradezco, ya que siempre suele estar lleno y tienes que hacer una cola de casi treinta minutos solo por un café.
Me siento en una mesa al fondo de la cafetería y enciendo mi portátil. Conecto los auriculares y pongo música relajante.
—¿Amanda?
Aparto la mirada del portátil para observar a mi antiguo profesor de Literatura, Pedro.
—¿Puedo sentarme? —Señala la silla que tengo enfrente—.
—Adelante…
Pedro arrastra la silla y me acompaña en la mesa.
—¿Cómo va la solicitud para entrar a la universidad?
—Excelente. Voy a estudiar medicina.
—Felicidades —sonríe para intentar animarme—. Aunque no pareces muy contenta. ¿Acaso es una mala noticia?
—En cierto modo sí. Mi madre no quiere que estudie esa carrera. Prefiere que siga ingeniería civil o derecho.
—Yo solo digo que deberías hacer lo que creas que es mejor para ti.
—Parece sencillo, pero desde que murió mi padre tiene miedo de que nosotros también la abandonemos.
—Ella deberá aceptar de que tiene que dejarlos ser independientes. Espero que pronto consigas descubrir lo que es beneficioso para ti y sigas tu camino.
Da un último sorbo a su café y se levanta.
—Me alegra mucho haberte visto de nuevo. Cuídate.
Abre la puerta de la cafetería y se marcha. Rebeca y Evelyn dejan su café sobre la mesa y se sientan a mi lado.
—¿Aquel era nuestro antiguo profesor de Literatura?
—Sí, era Pedro.
—Vaya que no ha cambiado, sigue tan guapo como siempre.
Rebeca y yo empezamos a reírnos. Evelyn se encoge de hombros y se nos acerca.
—¿Qué tal el viaje a dónde tus tíos?
—Han sido mis mejores vacaciones.
—¿Ocurrió algo con William?
Abro los ojos sorprendida pero no respondo a su pregunta.
—Bueno ya sabes lo que dicen, lo que pasa en casa de tus tíos se queda en casa de tus tíos.
Su comentario nos hace reír. Creí que eso aplicaba solamente a Las Vegas.
—Necesitamos que nos lo cuentes todo.
—No ha pasado nada, solo fue un abrazo sin importancia.
—¿Te dio un abrazo? —dicen sorprendidas—.
—Fui yo.
Evelyn sujeta fuertemente la mesa como si se fuera a caer del susto.
—No quiero saber cómo te pondrías si nos besáramos.
Tapo mi boca y me riño a mí misma por haber dicho tal cosa.
—Qué te está pasando, esta no es la Amanda que conocemos —Empieza a reírse—. ¿Qué has hecho con ella?
—No sé por qué he dicho eso.
—A ti te sigue gustando William.
—No digas tonterías.
Me llevo el vaso de café a la boca y desvió la mirada hacia la puerta. Rebeca saca su teléfono de la mochila y lo mira nerviosa.
—¿Qué pasa?
Levanta la mirada de la pantalla, pero no responde a mi pregunta.
—No es nada. Estoy esperando una llamada de mi madre.
—¿De verdad que no es nada? Estamos muy preocupadas por ti desde el otro día.
Rebeca tiene la mirada perdida en su vaso mientras le da vueltas una y otra vez.
—No puedo callármelo más —Rebeca nos mira y puedo ver cómo una lágrima desciende por su mejilla—. Me voy a mudar.
Desvío la mirada de la puerta. Esta conversación sí que me interesa.
—¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué?
—Lo siento. Debería haberlo dicho antes pero no podía —se limpia las lágrimas y nos mira—. Mi madre ha sido trasladada a otra ciudad. Nos mudamos la semana que viene.
—¿Desde cuándo lo sabías?
—Me lo dijo hace unas semanas.
—¿Y cuándo pensabas decirlo?
—Se los iba a decir, lo prometo. No estaba planeado que a mi madre la trasladaran, pero necesito alejarme de aquí. La gente me mira y se cree con el derecho de juzgarme por lo que pasó y no lo tienen.
No entiendo cómo ha podido guardarse tanto tiempo algo así. Solo tenemos una semana para estar con nuestra mejor amiga antes de que se marche para siempre.
—Bien. Entonces tendremos que aprovechar esta semana lo máximo —dice Evelyn intentando cambiar de tema—.
—¿Qué propones? —pregunta Rebeca—.
—El sábado prepárense para la mejor fiesta de pijamas de vuestras vidas.