Sin miedo a amar

Capítulo 19

Hoy me ha costado levantarme de la cama más que nunca. Por eso, cuando bajo las escaleras, no me sorprende ver que soy la última en sentarse. Normalmente solemos desayunar solas, pero hoy nos acompaña Joel. Me siento en el mismo sitio de siempre y mi madre le pide a Azucena un plato para mí.

—¿Qué tal has dormido?

—Ayer me acosté tarde, pero bien.

Sé que William no está sentado a la mesa, pero aun así dirijo mi mirada hacia la silla que hay a mi lado.

—Esta noche Joel y yo hemos quedado con unos amigos para cenar. ¿Vas a poder estar solos sin discutir?

—¿Solos? —la miro extrañada—. ¿Y Manuel?

—Dijo que tiene planes.

—Entonces sí, estaré sola —le corrijo—. William desaparecerá como siempre.

—Intenten ser responsables —me advierte—.

—Sí.

Que mi madre no esté esta noche no me supone un problema, ya que he quedado con Thomas y voy a estar bastante ocupada investigando un poco más sobre la chaqueta de la que habló Rebeca.

Cuando Joel llega de trabajar por la noche, mi madre y él se preparan y se marchan dejándome sola. Subo a mi habitación para vestirme, pero me detengo en la puerta cuando recibo un mensaje de mi madre.

Mamá

Como me dijiste que esta noche vas a estar con Thomas, le he dicho a Azucena que se puede ir a casa. Joel me ha comentado que Dylan pasara la noche fuera de nuevo, así que cuídate. Sean responsables.

Camino hacia el baño y me doy una ducha rápida. Selecciono del armario unos vaqueros, un top blanco acompañado de una blusa vaporosa blanca y unas zapatillas, y me arreglo rápidamente. Bajo las escaleras y entro directamente en la cocina. Cojo la botella de agua de la nevera y me sirvo un poco en un vaso. Descubro a William observándome en el pasillo mientras coge las llaves de la puerta de la entrada y desaparece en el garaje.

Desde la cocina escucho cómo arranca el coche y sale a toda velocidad del garaje. No puedo decirle que voy a ver a Thomas, seguro que me seguiría como aquella vez en la cabaña y al final terminaría pillándonos. Necesito solucionar esto por mi mejor amiga.

Salgo de casa en dirección a mi coche. Abro la puerta y entro dentro de él. Antes de arrancar el motor envío un mensaje a Evelyn para que sepa dónde voy a estar por si llegara a pasarme algo.

Mientras avanzo por el vecindario observó la tranquilidad que siempre lo envuelve. Ya estoy acostumbrada a vivir aquí. Todos los vecinos son muy agradables y me han recibido con los brazos abiertos. Mi teléfono empieza a vibrar dentro del bolso. Pienso por un momento en cogerlo, pero me centro en la carretera, no quiero tener un accidente. Cruzo varias calles antes de detener el coche en la puerta de su casa.

Estoy tan nerviosa por lo que pueda pasar.

Llamo al timbre y rápidamente Thomas abre la puerta. Me recibe con un beso en la mejilla y me deja pasar. Caminamos directamente hacia la cocina y el olor a palomitas recién hechas invade mi nariz. Saca la bolsa del microondas y las echa en un bol. Me paro enfrente de las escaleras y espero a que venga. Apaga la luz de la cocina y señala las escaleras con la cabeza.

—Vamos.

Subo los escalones de dos en dos y sigo a Thomas hasta su habitación. Está muy ordenada. Tiene diplomas por las paredes y una estantería llena de trofeos. En una de las esquinas está apoyada su guitarra y enfrente de la cama tiene una televisión de plasma. Hay un objeto que llama mi atención. Tiene un reloj con forma de cohete sobre la mesilla. Lo cojo y se lo muestro.

—No es mío —coge un puñado de palomitas y se lo mete en la boca.

—¿Entonces?

—Bueno, está bien. Soy culpable de tener un despertador con forma de cohete —levanta las manos—.

Dejo el despertador en su sitio. Coloco mi bolso sobre la mesilla y me siento en la cama un poco alejada de él. Thomas enciende la tele entonces.

 

Me despierto sobresaltada por una pesadilla. Estoy sola en la cama y la televisión está apagada. Me levanto y me miro en el espejo. Tengo la frente cubierta de gotas de sudor y mi respiración es rápida y agitada. Me he dormido sin darme cuenta.

Aprovecho que no está en la habitación y me detengo enfrente del armario. Abro las puertas y echo un vistazo por toda su ropa. Mi corazón se para cuando la encuentro. Cojo la chaqueta entre mis manos y la miro detenidamente. Recuerdo que Thomas jugaba al fútbol en el instituto y la chaqueta del equipo es exactamente la que describió Rebeca. Una chaqueta verde con las mangas blancas y una R en la espalda.

Thomas entra en la habitación y abre los ojos sorprendido cuando me ve lo que tengo en las manos.

—¿Qué haces?

—Fuiste tú...

—¿Qué dices? —intenta acercarse a mí, pero me aparto—. ¿Qué te ocurre?

—Solo dime una cosa, ¿por qué lo hiciste?

—¿De qué estás hablando?

—Intentaste aprovecharte de mi amiga en una fiesta.




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