El coche de William sale a toda velocidad del garaje. Enciendo el motor y salgo detrás de él. Cuando uno de los semáforos se pone en rojo detiene el coche. Piso el freno y me dejo caer en el asiento. No puedo permitir que me vea.
El semáforo cambia y gira la rotonda. Continua calle abajo y entra directamente en el aparcamiento del hospital. Aparco lo más alejado que puedo y cojo mi bolso antes de salir del coche. Espero a que pase y camino hacia la entrada. Las puertas se abren automáticamente y le sigo por el pasillo.
—Perdone… —me detengo inmediatamente y observo cómo una de las enfermeras se acerca a mí—. Usted no puede estar aquí.
—Vengo con mi hermano —señalo a William—.
—William…
Se gira y me mira fijamente intentando descifrar cómo he llegado aquí. Se acerca a mí y rodea mi brazo.
—Tranquila —le muestra su mejor sonrisa—. Viene conmigo.
Ella asiente y camina de nuevo hacia el mostrador. William aprieta mi brazo y me arrastra hasta una de las habitaciones. Cierra la puerta y por fin me suelta. Me froto el brazo, dolorida, y le miro. Está furioso y no está muy contento de verme aquí.
—¿Me has seguido?
Permanezco en silencio y miro mis pies en busca de una buena excusa para justificarme.
—Solo quería saber por qué pasas tanto tiempo fuera de casa…
Me giro y doy un grito al darme cuenta de que hay alguien más en la habitación. Cielos. ¡Es Gina! William se sienta en el sofá y me indica con la cabeza que me siente.
—Creo que ya es inútil que lo esconda.
—¿Por qué no querías decirme que tu madre estaba aquí?
—Porque tampoco es algo que debas saber.
Me muevo incómoda y miro la cama donde se encuentra Gina. Está inmóvil y conectada a una máquina que le ayuda a respirar.
—Puedes confiar en mí —cojo su mano y la aprieto suavemente—.
William me observa y se acerca un poco más a mí. Con su pulgar acaricia la palma de mi mano y suspira.
—Está así por culpa de un accidente. Todo ocurrió hace cuatro años y ella se llevó la peor parte —hace una pausa antes de continuar—. Mi madre me dijo que recogiera mis cosas que me iba con ella. No recuerdo bien lo que pasó, pero sé que ese día tuvieron una fuerte pelea sobre mi custodia. Mi padre quería que me fuera a vivir con él y a ella no le gustó nada su decisión. Por mucho que le pregunté qué había pasado no me dijo nada. Cuando salimos de allí un coche chocó contra el nuestro —traga saliva al recordarlo—. Ella estuvo a punto de morir, pero los médicos pudieron reanimarla. Y ahora como ves, está en coma.
Lo que ha dicho me ha dejado sin palabras. Me acerco despacio para no asustarle y le abrazo. Rodea mi espalda con sus brazos y me atrae más hacia él. Observo detenidamente como levanta su mano para acariciar mis labios y con la otra rodea mi nuca. Nos miramos durante un momento antes de que William me sorprenda uniendo nuestros labios.
He esperado tanto este momento desde hace años que aún no asimilo que esté pasando. Me falta el aire, pero por cómo me está besando sé que está disfrutando tanto como yo. Cierro los ojos para disfrutar del sabor y del calor que me proporcionan sus labios.
Este momento dura menos de lo que había imaginado porque se detiene bruscamente. Abro los ojos y los dos giramos la cabeza lentamente hacia la cama. Gina tiene los ojos abiertos y con la voz débil llama a William.
Me suelta rápidamente y se agacha enfrente de su madre. Coge su mano y la aprieta con fuerza.
—¿William eres tú? —dice Gina desde la cama con apenas un hilo de voz—.
Él asiente y la abraza con suavidad para no hacerle daño.
—¿Cuánto llevo aquí? —mira toda la habitación y le cuesta pronunciar las palabras—. No recordaba que fueras tan alto.
—Mamá, eso da igual —William se limpia las lágrimas—. Lo importante es que vuelves a estar conmigo.
Le da un poco de espacio y me pide que me acerque.
—Mamá te presento a Amanda.
Gina intenta sonreírme, pero aún está demasiado débil como para hacerlo. La puerta se abre interrumpiéndonos. Un médico irrumpe en la habitación, acompañado por dos enfermeras y se dirigen hacia Gina.
—Necesito que salgáis de la habitación. No os preocupéis por Gina, está en las mejores manos.
La dejamos a solas con ellos y salimos al pasillo. Apoyo mi espalda sobre la pared y cruzo los brazos sobre mi pecho.
—¿Podemos hablar un momento?
Él asiente y permanece callado. No sé si responderá, pero es una duda que necesito quitarme de encima.
—Ahora que se ha despertado. ¿Te vas a ir con ella?
—Ella me necesita. Además, en casa tampoco se va a notar la diferencia ya que no paso mucho tiempo allí —desvía su mirada del suelo a mí—. ¿Qué va a cambiar?
—Joel te va a echar de menos y nosotras también.
—Amanda. Ahora no puedo pensar en otra cosa que no sea mi madre. De acuerdo.