Sin miedo a amar

Capítulo 25

Al día siguiente Manuel se marchó a pasar unos días en la cabaña de un amigo. William y yo teníamos la casa para nosotros solos. Aprovechamos los días soleados para disfrutar de la piscina y de las noches tranquilas para ver películas y pasar tiempo juntos.

Pero todo lo bueno termina. Hoy es el día en el que nuestros padres vuelven a casa, pero también es un día especial para William. No me ha comentado nada sobre su cumpleaños, pero sé que le hará mucha ilusión tener una fiesta con todos sus amigos reunidos. Tal vez venga más gente, pero eso no se lo vamos a decir.

Me levanto de la cama y me visto lo más rápido que puedo. Tengo que preparar un pastel de cumpleaños, antes de que él se despierte, y no sé por dónde empezar. En la cocina me encuentro con Azucena que está ocupada preparando el desayuno.

—Tengo que pedirte un favor —me siento en uno de los taburetes y ella me pide que le explique de qué se trata—.

—¿Un pastel? —dice sorprendida—. Claro que te puedo ayudar. Es la primera vez que alguien sorprende a William por su cumpleaños.

—¿De verdad?

—Sí, hace años que no lo celebra. Ni con su familia, ni con sus amigos.

—Pues eso va a cambiar. Primero con el pastel y luego con la fiesta sorpresa que le vamos a preparar.

—Eso está genial, pero vamos a ponernos manos a la obra antes de que se despierte.

Saco todo lo que necesitamos para preparar el pastel y ayudo a Azucena con el bizcocho y el glaseado. Ponemos la mezcla en un molde y lo metemos en el horno. Una vez listo, el último paso es ponerle el glaseado de fresa con los arándanos y decorar el pastel con dieciocho velas.

—Seguro que le gustará —sonríe Azucena al ver el resultado final—.

—Muchas gracias por la ayuda —me limpio las manos con un paño y le abrazo para mostrarle mi agradecimiento—.

Hemos preparado el pastel favorito de William combinando dos de sus frutas favoritas, los arándanos en la decoración y las fresas para el glaseado. Conozco lo torpe que soy y prefiero no arriesgarme a tirar el pastel al suelo. Cojo una bandeja y dejo el pastel sobre ella. Mientras subo las escaleras, con la bandeja entre las manos, no paro de pensar en cómo va a ser su reacción al verlo.

Abro la puerta con una mano y con la otra sujeto la bandeja con el pastel. Me acerco a la cama y la dejo encima de la mesilla de noche para tener las manos libres.

—¡Feliz cumpleaños!

William abre los ojos asustado y tarda un poco en analizar lo que está sucediendo. Primero mira el pastel que hay a su lado, luego se detiene a analizar las velas y por último me mira a mí.

—¿Cómo lo has sabido?

Soy muy mala para recordar algunas cosas, pero hay otras que nunca se olvidan. Ese día me pidió que saliéramos juntos. Imaginar lo emocionada que estaba. Era su cumpleaños y decidió que ese era el momento perfecto para pedírmelo.

—Hay cosas que nunca se olvidan —me siento a su lado y le coloco la bandeja con el pastel entre las piernas—. Tienes que pedir un deseo.

William no aparta su mirada de mí mientras sopla las velas. Con la mano coge un trozo de tarta y lo acerca a mi boca para que lo pruebe.

—Tú primero, quiero asegurarme de que no me quieres envenenar.

Suelto una breve carcajada y me aproximo un poco más a él. Acerca el pastel a mi boca y soy la primera en darle un mordisco. Observa fijamente mi reacción mientras saboreo el pastel.

—Está riquísimo.

—¿Segura?

Asiento y me fijo en que no para de sonreír mientras me mira. Da un mordisco al pastel y finge una mueca de disgusto. Suelta lo que le quedaba en la mano sobre la bandeja y me atrapa entre sus brazos. Mi espalda queda completamente manchada de glaseado de fresa, pero me da igual, estoy disfrutando de este momento junto a él.

—Gracias por esto, Amanda, me estás devolviendo la vida.

Su confesión consigue dejarme sin aliento y acelerar mi corazón. Esas palabras lo significan todo para mí. Las repito una y otra vez en mi cabeza intentando asimilar lo que quiere transmitirme. William todavía tiene una herida abierta en el corazón y estoy dispuesta a ayudarle a cerrarla.

—¿Lo sientes? —tomo su mano y la llevo hasta mi corazón. Él afirma con la cabeza y acaricia mi piel con los dedos—. Este es el efecto que tienes en mí.

Su mano asciende por mi cuello hasta mi mejilla. Me pide que me acerque y me situó entre sus piernas. Me pide permiso antes de quitarme la camiseta y llevar mis manos hasta su pecho.

—No tenemos que hacer nada si no quieres, podemos esperar el tiempo que sea necesario —susurra en mi oído para tranquilizarme.

—Sí que quiero, es solo que… —me callo al instante y agacho la cabeza avergonzada. Nunca me he acostado con nadie y seguro que él tiene más experiencia que yo en este tema—.

—Amanda, mírame —alza mi rostro para que le mire a los ojos—. Yo tampoco he hecho nada nunca.

Sus últimas palabras me dejan impactada. Eso significa que ninguno de los dos tenemos experiencia. Se me acelera el pulso solo de pensar que iremos aprendiendo poco a poco el uno del otro. Consigo mantener la calma a pesar de que por dentro me sentía como si fuera a explotar en mil pedazos.




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