Sin miedo a amar

Capítulo 30

—Mamá no te ha contado toda la verdad.

—¿Cómo?

Manuel se incorpora en la cama y me mira esperando una respuesta.

—El otro día mientras comían con Ismael, entré en su despacho y encontré unos documentos. Ha estado todo este tiempo siguiéndote. Tiene información de todo lo que has hecho estos años e incluso fotos de ti.

—Sabía que algo escondía. Es un maldito acosador.

—Eso no es del todo cierto. Entre esos papeles había una orden de alejamiento. Mamá la interpuso para que no se pudiera acercar a ti. Por eso no has sabido nada de él en todo este tiempo —le observo esperando una reacción, pero no se mueve. Tiene la mirada fija en el suelo—. ¿Te acuerdas hace nueve años cuando él vino a por ti?

Manuel me mira y asiente.

—Como sabes, Ismael se enteró de que mamá no había abortado como él quería. Por eso ese día fue a por ti, a conocer su hijo. No le estoy justificando, pero ya no es el hombre que era cuando le hizo eso a mamá.

—Eso ya no depende de él ni de mamá. Me ha hecho mucho daño y no le he importado nunca. Si es verdad lo que dices podría haber hablado conmigo.

—¿Con una orden de alejamiento qué le puede meter en la cárcel? ¡No creo!

—Creo que eso ahora no le está deteniendo. Está más cerca de nosotros que nunca. Hasta se está permitiendo hacer negocios con Joel.

—Sí. Eso es algo que yo también me pregunto. ¿Cómo puede quebrantar a estas alturas las leyes?

Mi hermano se levanta de la cama y sale de la habitación. Le sigo por detrás hasta la cocina.

—¿No tienes curiosidad?

—¿De qué?

—De ver si es verdad que ha cambiado y conocerle.

—Ahora mismo no sé qué pensar. Necesito tiempo.

Le doy espacio y le dejo solo en la cocina. Subo las escaleras y abro la puerta de la habitación de mi madre. Me siento sobre el colchón y la observo.

—Ismael ha cambiado. Por eso has quitado la orden de alejamiento, ¿verdad?

—Lo he hecho por Manuel, no por Ismael.

Mi madre no dice nada más y gira su cuerpo dándome la espalda. Empieza a sollozar y eso me rompe el corazón. Me acerco rápidamente a la cama y me tumbo a su lado para abrazarla. Primero fue Ismael y después la muerte de mi padre. Ha sufrido tantos golpes en la vida y aun así siempre se ha mantenido en pie. ¡Ha luchado por nosotros y se merece un poco de paz!

Consigue tranquilizarse y al poco tiempo, se queda dormida. Me levanto de la cama y salgo de la habitación sin hacer ruido. En el pasillo me encuentro con William, que se acerca a mí con paso ligero y decidido. Toma mi mano y me lleva hasta la entrada.

—¿Qué pasa?, ¿a dónde vamos?

—Es una sorpresa —desaparece en la cocina dejándome sola y confundida. Cuando sale balancea una cesta de mimbre entre sus manos. Salimos de casa y antes de abrir la puerta del garaje, se gira para mirarme—. ¿Confías en mí?

—Claro que sí.

—Genial —abre la puerta con un solo movimiento y me arrastra hasta el interior—. Esa bicicleta es para ti.

—Nunca las había visto en el garaje —me acerco y rozo el sillín con los dedos—.

—Era de mi madre —sacamos las bicicletas del garaje y William se encarga de cerrar la puerta—. Mi padre guardó todas sus cosas en el desván y el otro día la rescaté para ti.

—Es preciosa, gracias.

William se monta en la bicicleta y baja por el camino que lleva a la puerta principal. Empiezo a pedalear y le sigo por detrás. No sé a dónde vamos, pero salimos del vecindario y damos un paseo por las calles. Nos detenemos cuando llegamos a la entrada de un parque, bajamos de las bicicletas y caminamos en silencio hasta el césped. En este lugar reina la tranquilidad, algo inusual ya que los parques siempre suelen estar llenos de gente. Desde el césped tenemos una vista espectacular del centro de la ciudad.

Me ha gustado mucho la sorpresa de William, necesitaba aire puro y que mejor plan que pasar la tarde juntos. Saca una manta de la cesta y le ayudo a extenderla en el césped. Nos tumbamos y apoyo la cabeza sobre su pecho para observar fijamente el cielo.

—¿Por qué nunca hablas con tu padre? —William se tensa sorprendido por mi pregunta. Escucho cómo su corazón empieza a acelerarse, pero se relaja al instante—.

—Mi padre y yo tenemos una larga historia. Ninguno de los dos somos perfectos ni lo hemos sido nunca, pero si algo tengo claro es que yo nunca dejaría a la mujer que quiero ni por todo el dinero del mundo —busco su mano y entrelazo nuestros dedos para darle seguridad—. Nunca estaba en casa porque se quedaba en el trabajo hasta muy tarde. Ahora sigue siendo así. No lo habrás notado porque desde que llegó su nueva esposa a su vida intenta pasar más tiempo en familia y desconectar, algo que con mi madre nunca hizo.

—¿Has pensado alguna vez que tal vez trabajó tanto para poder darte un futuro mejor a ti y a tu madre?

Mis palabras no le sorprenden. Sabía que le iba a decir algo así y no le ha molestado que lo haga.




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