Sin miedo a amar

Capítulo 35

Han pasado tres meses desde que llegué al edifico de Rebeca y todavía no me acostumbro a mi nueva rutina. Apago el despertador y me levanto de la cama. Abro las cortinas y sonrío al ver que todo el suelo de la calle está cubierto de nieve. De pequeña esperaba con ansia que llegara el invierno, sobre todo por la nieve y el chocolate caliente que preparaba mi padre. Era una tradición como otra cualquiera, pero era especial para nosotros.

Me visto rápidamente y entro en la cocina. Rebeca levanta la cabeza de su tazón de cereales y me saluda con la mano.

—Buenos días —dice antes de meterse la cuchara en la boca.

—Buenos días —me siento a su lado —. Hoy tengo clase hasta la hora de la comida y después he quedado con William. No me esperes para comer.

—¿Con William? —abre la boca sorprendida—. ¿Hoy es el gran día?

Asiento con la cabeza y señalo el calendario que se encuentra en la nevera.

—Eso te pasa por no mirar el calendario.

—No lo veo necesario. Todo lo que necesito, lo tengo aquí. —señala su cabeza con su dedo—.

Me acerco a la nevera y miro el único día del mes que está marcado en rojo. Después de tanto tiempo por fin voy a ver a William y no puedo estar más emocionada. Su avión llega por la tarde y nos encontraremos en el aeropuerto. Luego visitaremos un lugar muy precioso, El Parque de los Príncipes, que merece la pena visitarlo en estas fechas.

Cojo un vaso de plástico de la encimera y me sirvo un poco del café recién hecho que ha preparado Rebeca. Le pongo una tapa y cojo el bolso de la entrada. Ella se levanta del taburete y deja el tazón sobre el fregadero. Me abraza y se vuelve a encerrar en su habitación.

Cierro la puerta de la entrada y bajo las escaleras intentando no derramar el café. Saco las llaves del coche y enciendo el motor. Dentro se nota el frío que hace en el exterior. Enciendo el aire acondicionado y pongo el aire caliente al máximo.

El recorrido hacia la universidad se me hace corto como siempre, porque ya conozco todas las calles. Aparco en el mismo hueco de siempre dentro del aparcamiento privado del campus y me reúno con mi compañera, Sara. La conocí el primer día y desde entonces somos inseparables. Tenía miedo de no encajar en esta universidad ya que con Rebeca no coincido mucho en clases y Evelyn está a muchos kilómetros de distancia.

— Aquí estás. Vamos a llegar tarde a clase —entrelaza nuestros brazos y me guía hacia la puerta de la universidad—. Hoy viene William, ¿no?

—Sí. Tengo muchas ganas de verlo.

—Normal. Yo también tendría ganas de verlo si llevara tres meses fuera —suspira—. Qué pena que a lo mío no lo podemos llamar suerte.

—¿No estabas con Jostin?

—¡¿Qué?! —grita—. No.

Entramos en el baño y espero a que Sara se retoque el maquillaje. Se echa un poco de lápiz de labios y me guiña el ojo.

—¿Quieres?

Niego con la cabeza y le sonrío.

Las clases pasan tan rápido que cuando suena el timbre de la última clase salgo rápidamente y entro en el coche. Enciendo la radio y la voz de un alegre locutor inunda el coche. El invierno ha llegado a la ciudad y las temperaturas van a bajar aún más. Tenemos que prepararnos y abrigarnos bien.

Callejeo un poco antes de llegar al piso. Dejo rápidamente las cosas en mi habitación y pido un taxi que me lleve al Parque de los Príncipes. Allí es donde he quedado con William.

Pago al taxista antes de coger mi bolso y dirigirme hasta el banco donde voy a esperarle. Saco mi teléfono que no para de sonar dentro del bolso y sonrío al ver en la pantalla la foto de Evelyn.

—¡Hola! —chillo emocionada llamando la atención del conductor.

—Amanda —noto que tiene la voz cansada y me preocupo al instante—.

Tengo que hablar contigo, es importante.

—¿Estás bien, Evelyn?

—Debería haber hablado contigo antes. Rebeca ya lo sabe, pero necesito tu ayuda.

Me cuenta todos los detalles y empieza a llorar. Abro la boca sorprendida y no sé por qué yo también lloro de la emoción.

—¿Estás llorando? —me pregunta—.

—No me eches la bronca. Tú también estás llorando.

—Pero yo tengo motivos, ¿y tú? —me pregunta—.

—Es extraño, pero estoy muy feliz por ti. Tú lo ves como un cambio, yo lo veo como una gran oportunidad.

—¿De verdad?

Asiento para mí misma.

—Eres afortunada, pero tienes que hacer algo y sabes a lo que me refiero.

—No es tan fácil.

—Todo va a salir bien, en cuanto pueda estaré allí contigo. No te voy a dejar sola.

—Gracias Amanda.

Me despido de ella antes de colgar la llamada. Me levanto y camino hacia la pista de hielo que se encuentra dentro del parque. Todo es precioso en este lugar, pero mis ojos no se apartan del gran árbol de navidad que se levanta en el centro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.