Lucy
Mi rutina diaria no cambia al día siguiente, voy a clases por la mañana, luego a Madam 's salón a trabajar y finalmente al gimnasio. Todo el día me mantuve pensando en la abuela y el susto que tuvimos, aunque no fue nada, me mantuvo la mente ocupada.
Estoy exhausta completamente, necesito dormir, pero mis padres ya me están esperando para ir a ver a la abuela. Me froto el rostro y termino de secarme el sudor para luego observar a Ellie igual o más cansada que yo. Ella sí se encuentra tirada en el suelo delirando, ya que le tocó entrenar piernas. Aunque ella lleva muchísimo más tiempo que yo, parece aún no tener la suficiente resistencia para soportar la rutina de su nuevo entrenador.
-Creo que moriré. -dice cerrando los ojos.
-Los chicos guapos de siempre acaban de llegar.
-¿Dónde? -se levanta de una y observa a su alrededor.
Río para mis interiores cuando la veo acomodarse el cabello y sentarse de manera correcta en el suelo. Los saluda con la mano a lo lejos y les dedica una sonrisa mientras yo me limito a rodar los ojos y recoger mis cosas.
-Eres todo un caso Ellie.
-¿Qué? Tener amigos en el gimnasio te puede ayudar en muchas cosas.
-A los amigos no les tienes ganas.
-¿Quién impuso esa regla? Es imposible no sentirme atraída por alguien que parece muy mi tipo.
-Sí, apuesto a que tiene la masculinidad tan frágil como una galleta salada.
-Me arruinas mis fantasías. -me señala y se pome de pie aferrándose a mi pierna. -Me tiembla todo.
-¿Tan pesada es la rutina?
-Sí, debiste haber visto todo lo que me hizo hacer.
-Lo siento, estaba muy ocupada golpeando el saco.
-Matándolo por poco. Has mejorado o al menos eso creo, ahora el saco se tambalea más y empezaste a usar patadas y eso.
-Sí, creo que ya voy recuperando fuerzas de a poco. -me encojo de hombros y comienzo a caminar hacia el ascensor, ya que sí, hay uno para personas como Ellie que parece que no caminará en una semana.
Yo trato de no auto exigirme demasiado, quiero ir a un ritmo lento pero seguro.
El ascensor se abre finalmente y me parece de lo más incómodo el ver nuevamente a mi profesor de literatura. Desde que entré al gimnasio y lo vi aquella vez, no me lo había vuelto a encontrar por aquí. Solo lo veía en clases y pasaba desapercibida con él. Muchísimo más después de la advertencia de Leah.
Sigo sin comprender, pero algo en mí me dice que debo hacerle caso, así que es de lo más raro e incómodo cruzar miradas.
-Buenas noches, señoritas. -dice cortésmente.
-Buenas noches. -respondemos y nos damos una mirada.
-Lu, creo que dejé una de mis mancuernas. -anuncia luego de haber dado un paso al elevador. Ella hurga su bolso y levanta la cabeza. -Ayúdame a buscarla. -Ellie habla, tomando mi brazo, llamando la atención del tipo.
Éste, aunque algo consternado, aparta la mirada de nosotras y aprieta el botón del elevador haciendo las puertas cerrarse, no sin antes darme una de sus escalofriantes miradas de siempre.
-Gracias. -es lo primero que digo porque sé que no dejó nada.
-Este tipo tiene un aura muy fea, no sé.
-Sí, es extraño totalmente y no creo que las advertencias de Leah sean solo porque sí.
-¿Has revisado sus antecedentes en el registro de la universidad?
-¿Se puede hacer eso?
-Sí, en la página oficial puedes ver info de cada docente actual, deberíamos buscarlo, tal vez encontramos algo interesante.
-¿Ne ayudarías con eso?
-Claro, pero necesito descansar.
-Sí, igual debo ir a casa de mis abuelos, tal vez en la noche te llamo o te mando un mensaje.
-Bien, ahora que el rarito ya se fue, bajemos. -toma mi brazo y me jala hacia el ascensor que por fortuna, está vacío esta vez.
Salimos del gimnasio y no lo vemos afortunadamente. Aunque no aseguré que realmente se fuera, me puso muy inquieta, pero al final, es una paranoia. Logro llegar a mi casa sana y salva para tomar una ducha.
El agua tibia me relaja lo suficiente como para que luego de vestirme, me quede dormida. Ni siquiera soñé, de lo cansada que me encontraba. Nada me despierta hasta que escucho que tocaron insistentemente mi puerta. Gruño para mis interiores y abro los ojos una vez ésta es abierta. Aún veo algo borroso y la luz del techo me estorba, pero conozco lo suficientemente a mi papá para saber qué se trata de él.
-Dios mío, Lucila, tremendo susto nos pegaste. -dice soltando aire.
-¿Susto? -Pregunto somnolienta. Ni siquiera logro enojarme por escuchar mi nombre completo.
-Sí, habíamos quedado en vernos donde tus abuelos hace más de 2 horas, te llamé una tonelada de veces y te dejamos un millón de mensajes. Pensamos que te había sucedido algo. -dice y se adentra en la habitación para agacharse al lado de la cama para verme.