“Solo aquellos que andan entre las tinieblas
pueden observar la estrellas”
Buscaba a tientas su desarmador en el suelo, la niebla era particularmente densa esa noche, no le era posible ver el piso debajo de sus talones, esto significaba que las lluvias eran próximas, se habían adelantado según creía. La avenida era grande y eso sin duda era peligroso. Ray se había adaptado desde el principio a salir de noche, esas cosas cazan de día, y aun al amparo de la luz del sol era casi imposible verlas. Tenía meses que no había visto a una persona, la última que vio fue un hombre anciano en horrible un horrible caminar errático, cabello canoso, delgado como momia y vestido como un indigente, cruzaba la ciudad con dirección a los volcanes decía, huyendo de los monstruos que según él habían empezado a salir por las noches. Se estaban adaptando, quizás habían dejado de encontrar presas para descuartizar en el día o quizás solo se habían dado cuenta de que nosotros nos movíamos de noche.
Lo encontró, tomó el desarmador y siguió su camino. Ya se encontraba a dos calles del camión de enlatados que había observado desde su nido en la que alguna vez fue la torre de comercio. Era un camión de enlatados desvencijado que había chocado contra un semáforo, seguramente durante la primera oleada de pánico de la ciudad, estaba bastante maltratado, pero a pesar de que se veía viejo, (quizás un año ya o tal vez más, había perdido la cuenta del tiempo en que había comenzado todo) parecía que no había sido abierto, a final de cuentas eran enlatados, estaban diseñados para durar. Y si no fuera así, con suerte no estarían tan podridos.
Llegó por fin al camión, para su sorpresa se dio cuenta de que era o había sido un camión refrigerado, la caja estaba cerrada, lo que significaba que lo que se encontrara dentro estaba intacto. Apoyo la barreta en la bisagra de la puerta exterior y comenzó a hacer palanca. La obscuridad era dominante, Ray, como cualquier otro superviviente había aprendido a moverse en tinieblas, sin luz, sin nada que hiciera obvia su presencia. Los hombres habían cedido la luz del sol a bestias engendradas en tinieblas y se habían refugiado en la oscuridad de las noches. Éramos ahora, seres nocturnos.
La primera bisagra cedió -¡Bien!- exclamó Ray mientras apoyaba la barreta en la segunda bisagra. Se encontraba en el crucero de un boulevard de 2 carrieles, un punto vulnerable, así que mientras palanqueaba, vigilaba constantemente las 4 esquinas. Se había mantenido vivo gracias a su cautela y sangre fría, viajaba y permanecía solo desde el principio, no cargando a nadie y no siendo carga para nadie, de todas formas las cosas habían ido muy rápido, en pocos días esas cosas habían vaciado la ciudad. Vio a mucha gente caer desde el primer día, principalmente a la luz del sol, pero en todas esas ocasiones nunca pudo ver claramente a uno de esos entes. Cazadores natos que se movían con extrema rapidez y absoluto silencio, era imposible detectarlos de día a menos que estuvieran encima de ti, pero de noche, era otra historia. Parecían tener algún tipo de aura electromagnética, una esfera invisible que hacía a los aparatos electrónicos funcionar intermitentemente, no podías verlos tampoco en la noche, pero sabías que estaban ahí por el parpadear intermitente de los focos cercanos, encendido – apagado, encendido – apagado, como una respiración uniforme, daba la impresión de estar viendo una serie navideña, todos los aparatos electrónicos independientes, funcionando como un solo circuito.
Había logrado romper la segunda bisagra, por lo que la puerta quedaba totalmente libre del lado izquierdo, creía que solo hacía falta jalarla para poder desempotrarla por completo de la caja del camión, pero aún contaba con un candado que la aseguraba a la puerta del otro extremo. Nada que no se pudiera solucionar.
Pensó por un momento en martillar la cerradura, pero al cabo de unos minutos abandonó la idea, significaba hacer mucho ruido y claro, revelar su presencia, eso era peligroso aun cuando parecía ser la única persona de la ciudad. Se dispuso –Mejor- pensó, a cortarla con una lima para metal, el proceso sería mucho más lento, pero haría muy poco ruido.
En el tumulto del primer ataque, había llegado de alguna manera en su escape frenético a la azotea de la torre de comercio exterior, un edificio de unos 30 pisos, que había sido asediado por los cazadores, afortunadamente nunca se les ocurrió subir al techo. Permaneció ahí durante 4 días, agazapado sobre el tinaco de agua, escuchando los golpes, gritos y llantos de los pisos inferiores. Pasaron 6 días antes de animarse siquiera a asomarse hacia la calle, le tomó dos noches más tratar de bajar por el cajón de las escaleras. Al final del noveno día el hambre lo punzaba sin tregua, no le quedó otra opción que disponerse a la calle. Afortunadamente la azotea conectaba directamente con el cajón de las escaleras y este a la calle, le evitaba la necesidad de sortear los pisos de oficinas que seguramente se habían convertido en mataderos. Jamás tuvo el valor de entrar a ninguno de esos pisos. Vivió de los supermercados y tiendas de abarrotes cercanos, siempre bajando únicamente para lo esencial, a veces se pasaba dos o tres horas vigilando antes de aventurarse a salir y fue así, como se dio cuenta del extraño evento que le sucedía a los aparatos electrónicos cuando había una aberración cerca. Solo en los atardeceres y el alba podían observarse, entrada la noche, todo era oscuridad, lo que significaba, que no eran activos de noche.
Editado: 25.11.2018