Se sentía gratificante ver que Alice aún quería ser mi amiga a pesar de mi condición física. La vida de una persona que ella amaba estaba en peligro, su padre estaba internado en el hospital "Centro Argentina". Era conocido por ser el mejor de Latinoamérica, estaban los mejores médicos de todo el mundo, o bueno, eso se sabía. Alice estaba un poco preocupada por su padre. El señor Ficante había estado en un atentado y había resultado lastimado de gravedad. Por la seguridad de Alice, ella no había salido durante los días de investigación. Mi madre como señora de negocios se hizo cargo de la empresa como segunda persona con mayores acciones, aunque consultaba los casos más importantes con Alice, ya que era la heredera de la próxima generación.
A pesar de ir a la universidad y pasar mis materias y sus respectivos finales, aún me sentía ausente. Mi mente estaba puesta en Alice y sus preocupaciones. Quería verla, pero temía agobiarla con mi insuficiencia. Era muy débil para ella, lo sabía, sin embargo, era muy arrogante para dejarla ir. En verdad yo deseaba estar a su lado.
Caminé por mi casa, era demasiado grande para mamá y yo. Se veía a muchas personas vigilando la casa por las dudas que ocurriese lo mismo que al señor Ficante, la vigilancia era muy densa. Poco se podía respirar, pero eso se debía a que el encierro no era bueno. Estuve observando las estrellas bailar al rededor de la luna, con suspiros inconscientes, me recosté sobre la fresca yerba y sostuve el frío sobre mis labios en busca de respuestas. Una presión sobre mi cuerpo hizo que me estremeciera de la punta de mis pies hasta el fin de mi cabello. Unos ojos me observaban con determinación, en la oscuridad no podía distinguir quien era, pero ese perfume lo reconocía a leguas, se trataba de ella. Su mano tapaba mi boca con sus ásperos dedos, mi corazón no dejaba de bailar en mi caja torácica. Podía sentir los golpes en mi pecho, parecía que en cualquier momento volaría sobre el infinito. Aunque no entendía como era posible que no se diera cuenta de que, aunque quisiera, no podría hablar. Sus ojos se encontraron con los míos, era como si el oro se fundiera en la dulce oscuridad, tan dulce.
Lentamente, me fue soltando, con una sonrisa que me estremecía de punta a punta. Acarició mi cabello y se sentó enfrente a mí. En un papel que sacó de su bolso se disculpó por arribarme abruptamente. Ella era tan tierna como un dulce helado. Sacó una hoja y me la entregó.
-"Ya que no viniste a visitarme, te visito yo"- miré detenidamente su rostro que expresaba una sonrisa con dolor-
Sus ojos parecían buscar refugio, tomé su lapicera y le respondí.
-"Siempre vas a ser bienvenida en mi casa"- sonreí demostrándole que en mí podía depositar toda la confianza que necesitaba-
Ella se recostó sobre mí con confianza que no sabía de dónde ella sacó. Por mí, era agradable sentir eso. Me descansé sobro el suelo frío y observé las estrellas. Gracias a Dios, nadie estaba cerca, aunque me asustaba que alguien la encontrara.
Pude sentir como mi remera se mojaba por sus bellos ojos negros, mientras se escondía como un pequeño caracol. Solo pude acariciar su cabello con arma a rosas y jazmín.
Lentamente, me miró con sus ojos colorados por llorar. Se sentó pensando y dudando a la vez, sin embargo, agarró mi camisa decidida y en un instante comenzó a besarme. Estoy seguro de que si no hubiese estado sentado, me habría desmayado. Pero realmente se sentía tan bien como si sus labios me hubiesen poseído por completo. Quería dejar de que las cosas fluyeran, pero en momento me sentí sacudido con la realidad. Otra vez estaba en el hospital, una de las lastimaduras se habían infectado causándome malestar por toda la noche. Suspiré con pesadez, ojalá ese bello sueño sucediera, pero temía que mi relación de amistad con ella se rompiera.
Ahora que lo pienso mejor, no recuerdo en qué momento comencé a sentir algo especial por ella. No sé si es algo pasajero o me gusta de verdad. Mi mamá me miró con sus ojos rojos, se notaba que la noche para ella no había sido fácil. Ella habló con sus manos enfurecidas.
-Hijo, no tenés que dejarte intimida más. Hacete respetar, vos sos alguien hermoso y dulce. Hacete respetar amor.- sonrió besándome mis mejillas-
Durante dos semanas no pude comunicarme con Alice. Quería aclara mis pensamientos y mi corazón. Recibía sus mensajes, pero no tenía el valor de responderle, aunque temía que me ignorara. Sacudí mi cabeza tratando de disimular mi poco valor.
Estar en el hospital fue realmente un desastre, pero fue solamente por dos días. Al final, decidí responder sus mensajes. Intuí que casi se enojó por no responderle, pero me dijo que ella solía hacer lo mismo.
-"Dentro de dos horas iré a tu casa"-
Ese mensaje me congeló de pie a cabeza, corrí hasta mi madre enseñándole mi mensaje. Ella se mostró feliz, creo que pensó que nunca podría tener amigos que me quisieran de verdad. Aunque no sabía si ella me pensaba como su amigo o conocido.
Los minutos parecían eternos y se limitaban a asustarme cada vez más y más. Había preparado el equipo de mate, y ya había comprado la media docena de cuernitos de manteca. Había inspeccionado mi aspecto más de diez veces. Esta vez descubriría que me sucedía realmente.
La estaría esperando en el jardín de mi casa, quería sentir el fresco aire acariciar mis mejillas y el fuerte sol quemarme. Pude sentir una fuerte vibración sobre mis pies, un auto de alta gama se estacionaba mostrando unos colores realmente llamativos. Unas zapatillas negras viejas y desgastadas besaron el suelo de asfalto, el cabello de Alice se distinguió en ese instante. Su adorable color de piel hacía que brillará aún más que el sol de verano. Su cara estaba decaída y triste, como si perdiera algo importante.
Caminó hasta mí y me abrazó como si fuésemos amigos de años y años. Su aroma embriagante hizo que mi mente divagara un momento. Ella me habló con largas dedos.