Sin respuesta

Sin respuesta

¿Te quieres casar conmigo? Fue la pregunta que me hizo poner los pies en la tierra y la cual no puede contestar. Nada había deseado más en la vida que ser su esposa ¿Por qué preguntó justo cuando ya había tomado la decisión de alejarme, de irme? Una decisión que, pese a mi amor por él, debía tomar.

Cuánto dolor tuve que callar tras ver ese ramo de girasoles junto a la sortija dorada que se me ofreció sin una inclinación de rodilla, solo se me entregó en una banca de concreto en un parque cualquiera. Pero no fue eso lo que me dolió, lo que me dolió, fue el recuerdo que llegó a mi mente en el momento que él me hizo la pregunta. Cómo no sentir dolor después de haber visto como sonreía, como bailaba, como tocaba y como besaba unos labios que no eran los míos.

Cuánto razón tenía todos, cuánta verdad en sus palabras y cuál ingenua fui. Todos me lo advirtieron, todos decían que él me era infiel, no con una sino con muchas. Pero, yo tenía la fe puesta en él y en sus palabras, palabras que cada día me llenaron de rabia hacía todo aquel que se atrevía a decir cosas negativas de mi amado, uno que se burló de mí a mi espalda y luego en mi cara.

La verdad llegó a mí, tras la convivencia alejada de todos y en una pequeña ciudad dónde solo éramos él y yo, pero también, fue donde desperté de ese mágico sueño en el que vivía rodeada de mentiras y falso amor. Pero no todo fue malo, así como no todo fue como lo imaginé, pues imaginé llegar de su mano a nuestro primer día de clase en aquel instituto en el que asistiríamos para continuar nuestra formación después del bachillerato, pero ese mismo día fui negada ante todos y fue en ese instante en el que pedazo a pedazo frente a mí fue cayendo la imagen de aquel príncipe que pensé tener, uno que mostró su verdadero y miserable ser.

No fue una ni dos semanas las que él necesito para demostrar que yo no era su mundo como solía decir, yo era solo una más de sus amadas, pero no cualquiera, yo era su preferida. Cómico ¿Verdad? Pero real, pues debo confesar que ese era mi aliciente tras escuchar que su debilidad eran las mujeres, pero que así tuviese veinte o más, yo era su favorita y la principal. ¿Qué les puedo decir? Simplemente yo era así de idiota, pues solo una idiota se creería semejante ridiculez.

No me arrepiento de haber aceptado la invitación de mi amiga a ese pequeño pueblo del que ella provenía. Acepté porque él me dejó luego de una de nuestras múltiples discusiones, discusiones que se volvieron un círculo visioso tras sus infidelidades y mis culpas, ¡sí, mis culpas! Pues para él yo era la única culpable de su infidelidad y de su actuar. 

Pensar que acepté ir porque no deseaba seguir en aquella habitación llorando y sufriendo por esa foto que él cargaba en su billetera y la cual descubrí por casualidad. En la parte posterior la dichosa foto tenía el letrero de su nombre y el de esa mujer, lo mejor era el corazón que los encerraba como si de un gran amor se tratase. Creo que pese a todo, mi huida terminó siendo mi verdugo, pues según él, iría ese fin de semana a casa de su madre, quién vivía a unas dos horas de dónde nosotros nos encontrábamos. Pero eso también era una más de sus mentiras, porque en realidad estaba en el mismo pueblo al que yo llegue queriendo un poco de paz. 

He de agradecer la insistencia de mi amiga para que la acompañara, de no haber sido así, quizá todavía seguía con la venda en mis ojos y con la estupidez de no creer sin ver. Muy en el fondo guardaba la esperanza de que todo era mentira, pues un día escuché a una señora decir que hasta no ver no creer y ese era mi dilema, jamás lo había visto, jamás me había estrellado con la realidad, realidad que ese viaje me mostró y de la peor manera.

Lo observo y aún no puedo creer que, este ser de apariencia cálida y sonrisa tierna, sea el mismo que semanas atrás lloraba con una foto de una de sus tantas conquistas, una que sin duda significó más de lo que yo imaginaba y que por medio de una nota, simplemente le dijo que todo entre ellos había terminado. Pensar que fingí no saber nada, fingí como cada vez que fingía el dolor de ser negada y amada tras las sombras. Hoy no puedo decir que no duele, porque aún duele, pero con el tiempo fui perdiendo los sentimientos, así como las ganas de luchar por alguien para el que eres otra más del montón.

Aún recuerdo el día que lo vi, ese en el que pensé que era el chico más guapo que en la vida había visto. Él estaba jugando fútbol junto a otros chicos del grado décimo, grado al que pertenecía, pero del que sin duda alguna era el que más destacaba y llamaba la atención por sus perfectas facciones. No era muy alto, pero sus labios tenían marcado la palabra peligro, un peligro del cual muchas querían ser parte.

Los días se volvieron meses y con ellos su estancia terminó. Se fue sin saber que yo era parte del colegio o quizá jamás notó mi presencia porque siempre fui invisible para él como para muchos, algo que por momentos me molestó, pues quería un hola cómo mínimo, pero no de los demás, solo lo quería de él, algo que jamás sucedió.

Los siguientes años de mi vida trascurrieron sin problema alguno, no volví a saber nada de él, menos lo volví a ver, así que continúe mi vida como era antes de que él hubiese existido, solo que ahora la cancha de fútbol, así como el resto de las instalaciones del colegio no serían las mismas, porque ya no estaría su sonrisa pícara iluminando cada rincón. Por consiguiente, continúe con mis estudios y tuve uno que otro noviazgo fallido, porque jamás pase de los dos meses de relación; pero todo tiene una explicación, no soy mujer de dar nuestras de amor, menos si en estás, debe estar involucrado mi cuerpo, así que sin más me dejaban tras no conseguir su cometido, cosa que no me afectaba si de sentimientos se trataba, porque en realidad no logré conectar con nadie de la manera que yo esperaba.




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