Ya desde la puerta del corredor, Silvia se dio cuenta que Jay se había quedado dormido. De milagro no había arrojado la guitarra al suelo en sueños.
Dejó los cafés en la mesa, guardó la guitarra en su estuche y revolvió su bolso en busca de su manta de viaje.
La cazadora de Jay todavía goteaba, colgada del respaldo del otro sillón, y saltaba a la vista que él tenía frío. De modo que lo cubrió, recuperó su café y fue a sentarse a su sillón. Sus ojos se perdieron en la hipnótica danza de la lluvia al atravesar los conos de luz sobre las plataformas desiertas.
Hasta que su vista se desvió hacia Jay.
Suspiró con una breve sonrisa.
Nunca había estado a favor del sexo por revancha, pero este gringo hacía que la idea resultara atractiva.
Si tan sólo ella hubiera tenido diez años menos y diez kilos menos.
Entonces se habría sentido autorizada a desear estar sentada en el sofá con él y descansar la cabeza en su hombro bajo la manta.
Para empezar.
Encendió un cigarrillo y tornó a mirar hacia afuera una vez más, mientras la noche se arrastraba sin prisa hacia la mañana.
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Editado: 15.08.2023